ANA JEROZOLIMSKI
La terrible guerra en Siria, que a mediados de marzo entrará en su séptimo año, es ante todo una tragedia inconmensurable para su población. Si bien no hay un número exacto de víctimas, distintas fuentes, especialmente grupos opositores, hablan de entre 350 mil y 470 mil muertos. En abril de este año, el enviado de la ONU y la Liga Árabe a Siria dijo que se estima que los muertos hasta el momento habían sido unos 400,000.
De ellos, claro está, los que realmente duelen son los civiles, especialmente los niños. Sufrieron horrores en la guerra propiamente dicha y en las cárceles, víctimas del régimen y de los extremistas que se le oponen.
Nadie es santo en la guerra en Siria. Nadie es santo cuando hay tanta sangre. A mediados de setiembre último, el reconocido grupo opositor Observatorio Sirio de DDHH, informó que el número de niños muertos en el conflicto había superado los 15,000 y que más de 10,000 mujeres habían perdido la vida.
Y eso es sólo parte de la tragedia, la totalmente irreversible. Nada sencilla es la situación de los millones de refugiados sirios, desplazados dentro de su propio país o instalados, sin esperanza, en las vecinas Jordania y Turquía especialmente.
Escribimos estas líneas cuando desde hace días se habla de una victoria inminente del régimen del Presidente Bashar el-Assad. Es que está, afirman fuentes desde el terreno, por reconquistar Alepo de manos de los rebeldes. La ciudad es clave desde un punto de vista estratégico y simbólico y se considera que si Assad vuelve a tenerla definitivamente bajo su control, ello es el factor determinante en el terreno, por el significado de la victoria lograda, de su éxito en revertir la situación general.
El costo, claro está, una crueldad desenfrenada. Bombardeos desde el aire, barriles con explosivos lanzados desde aviones, sitio a la población que además del peligro de las armas también comenzó a morir de hambre. Los civiles, en medio del horror, atrapados entre los rebeldes y el régimen, sabiendo que en ninguno pueden realmente confiar.
“Es como elegir entre la peste y el cólera”, dice una frase en hebreo hablando de situaciones en las que ninguna de las dos opciones alegra demasiado. Es clave que la guerra termine con ISIS, el Estado Islámico. Pero no debería terminar con Assad aún en el poder e imponiendo condiciones con el apoyo de Rusia, Irán y Hezbolá, sin las cuales habría caído al parecer hace ya años.
En medio de este complejo mosaico, Israel tuvo que maniobrar desde un principio respecto a la situación en su vecino del norte.
En primer término, aclaró categóricamente que la guerra en Siria es un asunto interno de dicho país, en el que Israel no interviene. Por otra parte, señaló que eso no quita que Israel tenga sus líneas rojas: no se permitirá que Siria haga llegar armas estratégicas a manos de Hezbolá. Pero además, Israel abrió su frontera a la entrada de heridos sirios que recibieron tratamiento en sus hospitales. Se erigió inclusive un hospital de campaña en los altos del Golán, donde eran recibidos en primera instancia los heridos y desde donde, según la necesidad, eran derivados a los de ciudades israelíes tierra adentro. En los últimos meses se comenzó otra etapa de ayuda humanitaria, trayendo de las fronteras ómnibus con civiles que no habían sufrido ningún tipo de heridas pero que por la situación en su país, hace años que no veían un médico con el que pudieran tratar o al que pudieran consultar sobre diferentes problemas que molestan también en situación normal.
No es fácil mantener el equilibrio en este triángulo con lados tan distintos. Especialmente desafiante es permitirse atacar para impedir que salgan de Siria a Hezbolá, por ejemplo, misiles de largo alcance que estos chiitas pro iraníes podrían utilizar contra Israel, manteniéndose al mismo tiempo fuera de las hostilidades dentro de Siria.
Israel lo ha hecho en varias oportunidades, según fuentes extranjeras y árabes, y en algunas ocasiones, según dieron a entender sus propias fuentes, aunque nunca con una confirmación explícita y clara. La problemática del delicado equilibrio se vio ejemplificada entre otras cosas en las acusaciones del gobierno sirio cada vez que había un ataque de ese tipo, alegando Damasco que Israel “ayuda a los rebeldes”. El problema, claro está, es que podría ser un orgullo ayudar a derrocar al régimen sanguinario de Assad, pero no es que las alternativas sean símbolo de libertad y derechos humanos.
Sea como sea, está claro: la enorme mayoría de los muertos en Siria, fueron obra del régimen y sus aliados.
En los últimos casi diez días, en dos oportunidades-tras mucho tiempo sin que se oyera al respecto- fuertes explosiones en territorio de Siria fueron atribuidas por fuentes del régimen y de Hezbolá, a Israel. La reacción más común de Israel es no confirmar ni desmentir. Que cada uno interprete el silencio. El que debe saber, tiene claro quién lo hizo.
Pues esta vez, fue diferente. Tras una serie de estallidos en un sector de instalaciones militares en un aeropuerto de Damasco, y la inmediata acusación siria contra Israel, hubo primero horas de silencio en Jerusalem, pero ayer miércoles por la tarde, el Ministro de Defensa Avigdor Lieberman pareció confirmarlo, aunque sólo implícitamente.
“Nosotros actuamos ante todo para preservar la seguridad de nuestros ciudadanos e intentamos impedir que lleguen de Siria a manos de Hezbolá, armas sofisticadas, equipos militares y armas de destrucción masiva”.
¿Qué pasó? ¿Por qué el relativo silencio de los últimos tiempos y el “despertar” de los últimos días?
Según el analista de asuntos militares del portal israelí Ynet, el experimentado corresponsal de guerra Ron Ben Yishai, una posible explicación radica en el hecho que la planta de fabricación de armas en A-Safira, del ejército sirio, estuvo en manos del Estado Islámico durante dos años y fue reconquistada por el régimen recientemente, con lo cual Siria podría haber vuelto a fabricar misiles.
Esto, aunque no se descarta que esté recibiendo nuevamente, directamente desde Irán al aeropuerto de Damasco, como ocurrió durante tanto tiempo, los misiles enviados por Teherán.
Este es el trasfondo del doble ataque de hace algo más de una semana, atribuido a Israel por fuentes árabes y las redes sociales árabes.
Según esas mismas fuentes, según explica Ben Yishai, en ese ataque hubo dos blancos. Primero, los depósitos de municiones de la unidad 38 dentro de la división número 4 del ejército sirio y luego un punto de la carretera Beirut-Damasco, en territorio sirio. En el depósito, estima el analista, habrían sido guardados al parecer misiles reservados para Hezbolá. El convoy con destino a territorio libanés, ya había emprendido su camino. Israel, al parecer, lo frenó a tiempo. Y si iban por una arteria amplia como la carretera Beirut-Damasco, ello significa que el cargamento era grande e importante y no podía ser escondido de ninguna forma. Podrían ser misiles tierra-tierra iraníes capaces de cubrir la totalidad del territorio israelí.
Algo similar habría ocurrido una semana después, con el ataque de ayer de madrugada en las instalaciones militares del aeropuerto en Damasco
Al explicar el Ministro de Defensa Lieberman, horas después del silencio israelí, qué es lo que intenta lograr Israel, aclaró que eso no cambia la política de no intervención en la guerra siria propiamente dicha. Al mismo tiempo, opinó que ninguna solución que ponga fin a la guerra, puede incluir al Presidente Assad aún en el poder.
Es compleja la situación de Israel, y no sólo por el desafío de mantener el equilibrio entre la no intervención y la necesidad de hacer respetar sus líneas rojas.
Es compleja al reconfirmar, cada vez con más dureza, la naturaleza de su vecino, Siria. Por la crueldad con que actúa con sus propios ciudadanos. Y por el hecho que aún en medio de una guerra tan trágica y llena de sangre, considera necesario, importante, dedicar energías y tiempo a enviar misiles a Hezbolá.
Se necesitan mutuamente. Son el peligroso eje Irán-Siria- Hezbolá. Cada uno a su forma, nutre al otro y lo salva, lo fortalece. Por más que sean los férreos enemigos del temido ISIS, no son mejores que el Estado Islámico. En realidad, son, en el mejor de los casos, tan peligrosos como ellos.
Fuente:uypress.net
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