Noé Katz: el arte lo alimenta todo

JOSÉ DAVID CANO

Las pláticas con Noé Katz siempre están salpicadas de anécdotas, nombres de legendarios artistas, y pequeños pedazos de historia, y ésta no fue la excepción… Conversamos con el artista visual a 40 años de que montara su primera exposición individual.

Miré de reojo mi teléfono celular cuando salí de la casa-estudio de Noé Katz, y el reloj marcaba casi las tres de la tarde.

“Vaya —dije, en voz baja, para mis adentros—, ha vuelto a suceder: el tiempo se ha ido en un santiamén.”

Sonreí.

No hay duda: cuando uno se sienta a conversar con él, con Noé Katz, al final, casi por costumbre, a uno le queda esa sensación de que han ocurrido cosas varias. Lo primero, desde luego, es precisamente lo del tiempo: aunque habíamos acordado que nos bastaba una hora para desmenuzar ciertos temas pendientes, la realidad era que las casi tres horas se habían ido como se va el pago de la quincena.

Luego está la charla misma: cuando uno conversa con él, con Noé Katz, al final, y casi por costumbre, a uno le queda esta sensación de haber asistido a una cátedra de historia del arte y no a una entrevista. (Y, conste, lo digo con conocimiento de causa.) Las pláticas con él, con este reconocido artista visual, están salpicadas de anécdotas, nombres de legendarios artistas, y pequeños pedazos de historia: que si Picasso, que si Basquiat, que si Cézanne, que si Rembrandt, que si Botticelli, o que si Chaïm Soutine —“por cierto, uno de mis ídolos”, me diría más adelante.

Fue un día cualquiera de marzo cuando Noé Katz nos recibió en su casa-estudio, cuando abrió sus puertas a Forbes México para contarnos de su vida y su obra. Dos motivos nos llevaron a buscarle: entre los pasados meses de febrero y marzo, la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Cuajimalpa, montó una breve muestra en su Sala de Exhibiciones bajo el título Caminos sensibles, teniendo como cómplices al propio rector, Eduardo Peñalosa, y a Elena Segurajáuregui, la responsable de la museografía y curaduría de la sala. (La exposición incluía, por cierto, obra de los últimos 25 años de Noé Katz: “Quería juntar un tipo de obra, y mostrar diferentes épocas y diferentes años… que se viera que perdura la calidad de la obra”, me dijo en cierto momento de la charla.)

El otro motivo, igual de importante, era, es, que en 2016 se cumplen 40 años de que montara su primera exposición individual. Naturalmente por ahí empezó, digamos, de manera “oficial”, nuestra conversación:

A Noé le tomó por sorpresa esta efeméride: “¡Uf!”, exclamó, con cierta emoción y pegando un ligero brinco.

Imaginé que su mente viajó a esos años, porque inmediatamente recordó aquel lugar: “Fue en The Gallery… Yo estaba trabajando en ese momento puntillismo, inspirado por Seurat, un artista que admiro muchísimo. El cuadro que tienen de él en el National Gallery de Londres, los ‘Bañistas’, es, sin duda, el más famoso e importante de él… ¿Lo conoces?”

Aunque nació en la Ciudad de México en 1953, Noé prácticamente ha pasado la mitad de su vida viajando. Veamos: durante su adolescencia viajó por Europa y Medio Oriente como estudiante de arte. De regreso a nuestro país ingresó a la Escuela de Diseño y Artesanías de Bellas Artes. Después ganaría una beca para estudiar durante dos años en la Academia de Bellas Artes de Florencia (Italia).

Así, poco a poco —y paso a paso—, ha ido edificando una importante trayectoria, con exposiciones individuales y participando en colectivas por diversas parte del mundo; por ejemplo, España, Italia, y más concretamente Estados Unidos y, por supuesto, nuestro país. Varias de sus obras —que, dicho sea de paso, han ganado algunos premios— se encuentran en diversas colecciones particulares y museos, uno de ellos en Japón.

Por eso —y sabiendo estos datos de antemano—, no me sorprendió su respuesta cuando le pregunté por su momento actual:

—Creo que estoy pasando por una mayor madurez artística —dijo, con voz firme.

Luego me explicó que, desde hacía tiempo, ya había comprendido que ser artista significaba manejar otro tipo de psicología en la vida:

—Ser artista es tener una condición humana diferente: no se cuenta con horarios de trabajo o un ingreso fijo. Tamayo me dijo una vez que lo más importante para el arte es la libertad; sin ella no se puede hacer nada… Es muy importante que el espíritu de los artistas cuente con esa fuerza interior para querer expresarse.

Dicho esto, Noé se quedó unos segundos en silencio. Iba a agregar algo, pero me interrumpió… Parecía enfrascado en un monólogo interior…

—¿Sabes?, siento que he evolucionado muchísimo en concebir, por ejemplo, mi identidad, es decir, la identidad conmigo mismo y con mi calidad. Actualmente hay momentos en los que he dejado de trabajar por un tiempo para buscar otras cosas… para entrar un poco más en cosas que son completamente diferentes al arte. Porque tengo familia: tengo esposa, tengo hijos, y no es fácil… Y los tengo que atender. Me gusta atenderlos. Pero, además, esto también me ha influido… O sea, los hijos te cambian el concepto de todo, incluida la importancia del arte.

Me intrigaba saber si económicamente había sido viable este cambio. Noé no lo pensó mucho:

—No del todo. Empero, no es muy distinto a cosas que ya he vivido… Mira, en términos económicos ha sido muy difícil, la verdad no es fácil, porque tienes mucha presión. Es decir, mucha gente cree que estás vendiendo como si fuera una tortillera, y no, no es verdad. Se vende muy poco… Ahora, por otro lado, la verdad es muy importante que haya artistas, que el arte subsista… Como decía muy acertadamente Aristóteles, y esto es algo que siempre le dijo a Alejandro Magno (palabras más, palabras menos): los países que no conservan su arte, y que no alimentaron su capacidad para crecer dentro del arte, no existieron… Y eso es cierto.

“México, en ese sentido, está a salvo. Basta con ir a las zonas arqueológicas y ver las maravillas que tenemos. Me encantan los toltecas; ¡qué belleza!, impactante es su legado. Son verdaderamente obras maestras conceptuales… Me gusta nuestro pasado cultural, todo eso que nos ha formado como mexicanos…”

—¿Trata de que todo esto a su alrededor no se filtre a la obra, o no le presta mucha importancia?

—De cierta forma, dejo que se filtren. Pero, además, yo ya no veo las cosas como cuando tenía 22 o 23 años, o como cuando tenía 30 años… Estuve en Europa, en Italia, buscando desesperadamente algo. Viví en Florencia tres años, y de forma muy rápida quedé impresionado… Digo… La verdad, sí impresiona ver la vida de Miguel Ángel, de Fra Angelico, Cimabue, Giotto, Caravaggio… ¡Uf! Es una banda tremenda… Te quedas completamente paralizado de ver todo eso… En esa parte del mundo y con esos nombres, se condensa gran parte de la historia del arte. Lo increíble es que, en este momento, yo siento de muchas maneras que estamos en una especie de oscurantismo moderno, oscurantismo conceptual, ja-ja…

—¿A qué se refiere?

—Mira, no tenemos porqué voltear y hacer lo mismo que hacía Raphael, o que hacía Michelangelo (eso de perfeccionar), pero por lo menos sí se necesita saber dibujar, saber escribir, saber trasmitir tus pensamientos. El arte debe situarte en la época en la que estás viviendo… El problema, sin embargo, es que casi todos están casados con el conceptualismo… Es decir, todo lo conceptual se ha metido muy fuerte en los museos, y ha ocupado puestos y lugares muy importantes…

—Y eso ¿es bueno o es malo?

—Existe. Ahora bien, no digo que no valga. El buen conceptualismo, desde luego, importa, pero a éste se le ha pegado mucho el falso conceptualismo. Lo sabemos todos. Lo vemos en muchas ferias (en Maco, por ejemplo)… Mucho de lo que hoy se está creando no es conceptual, por el contrario, son ocurrencias. Ahí radica la cuestión: casi todos los conceptualistas caen en la ocurrencia: quieren hacer arte a través de una idea poco ingeniosa, en la que significa más la parte ‘intelectual’ que la plástica. Ya no les interesa lo plástico… Eso, para mí, demerita al arte…

—Y lo vuelve caro.

—Exacto. Pero yo siento que ya va de salida, porque ya es demasiado… Yo sí creo en un arte antropológico…

—No decorativo, que provoque, ¿no?

—En efecto. Pero, sobre todo, antropológico… Hablo de un arte que te da un poco el estudio del ser humano, del contexto, de la realidad, la sociología de hoy… ¡Por supuesto que sí! El arte está al servicio de eso, no nada más está al servicio de la belleza y del hedonismo…

En un texto de 2012, Luis Rius Caso escribe en la Revista de la Universidad:

“Suceden muchas cosas en las obras de Noé Katz; casi todas son escenificaciones que suelen ocupar más de una persona y registrar una acción. Desde trágicos naufragios hasta eventos de deporte acuático, pasando por pláticas de café, acciones de alto contenido simbólico y otras más bien cotidianas. También suceden muchas cosas en el orden plástico: formas que se combinan bajo composiciones armónicas; discursos cromáticos que interactúan sabiamente y desde diversos climas emocionales con la neutralidad del blanco; descripciones lineales que siguen un patrón icónico y una intención monumental y escultórica, al sugerir volumen en las figuras; experimentaciones con materiales; propuestas de diseño; procesos multidimensionales.

“En ese universo de sucesos lo inquietante es que ni los personajes ni el formato pierden la compostura; su realidad consiste en no ser reales y su fuerza radica en la conciencia que tienen de ser representaciones. Pese a su alta iconicidad, éstas no están entre el mundo y nosotros, sino entre otras representaciones y nosotros. Actúan; asumen un papel y lo cumplen, en un gran escenario.”

Algo es innegable: las más recientes obras de Noé Katz han florecido logrando mayor madurez. Si en un comienzo se encontraba en la etapa de búsqueda de sus propios estilos, hoy, en su arte, encontramos más serenidad, más colorido; se descubre un espíritu que desea expresar sus visiones con mayor claridad. Pero quizá lo más sorprendente es que, aun con esta evolución, su estilo sigue siendo el mismo…

Sin embargo, y también es innegable, aun cuando el viento puede soplar a favor de una persona, las dudas suelen llegar sin previo aviso.

En cierto momento, Noé Katz me confesó:

—¿Sabes?, en toda vida hay momentos de confusión. Y el arte no está exenta de eso. Hay épocas muy duras de mi inconsciente y de mi formación, que hasta he pensado en parar, como seguramente tú también, y como gran parte de la gente lo ha pensando. Son dudas. Quien no las tenga, no creo en él. Y más en el arte. Porque el arte es algo que te alimenta todo, te alimenta el subconsciente, tu consciente, te alimenta los sueños, te alimenta el espíritu, te alimenta muchas cosas… pero, a la vez, es increíble cómo hay una ignorancia total en la sociedad, en las capas sociales… En pocas palabras, hay un valemadrismo y lo sabemos. Es increíble. No se han entendido las cosas. Para mí el arte, en cualquiera de sus áreas (por ejemplo, música, ópera, danza, pintura, escultura, performance, arte conceptual, arte figurativo, abstracto, expresionista, todo esto), tiene un valor conceptual hacia el ser humano de crecimiento importantísimo. Y cuando la sociedad no lo entiende, y no lo ve, no está creciendo. Está creciendo en el chisme, en la vulgaridad, en los conceptos cotidianos… Es una lucha muy fuerte.

—Una de las cosas que ha caracterizado su trabajo es la renovación constante…

—En efecto… Es que no te puedes quedar en lo mismo… Me parece ridículo, la verdad, quedarte haciendo lo mismo y lo mismo toda tu vida; caes en lo obvio. Y ahí está verdaderamente el problema del arte, en renovarte. Porque da miedo…

—Es un salto al vacío.

—Exacto. Te da pavor. Y llegan las preguntas, y uno habla consigo mismo: “¿Qué pasó?” “¿Me tengo que renovar otra vez?” “Pero si me he renovado más de cinco, diez veces.” Así que las cosas no suelen ser tan sencillas. Pero sí es divertido. ¡Ah!, y siempre está el rollo de “¡Ay!, ¿y me va a aceptar el público?” La verdad es que ya no pienso en él, ya no pienso en el público. Quieren, bien. No quieren, ni modos. Y conste: no es que no me importe el público, al contrario: vivo mucho del público y de la aceptación y todo eso, pero… Y aquí viene el “pero”: me parece que el que trabaja para el público, fracasa. Tú tienes que trabajar para ti. ¿Sí me entiendes?

—Por supuesto. Sin embargo, sí es cierto que se llega a sufrir mucho…

—En mi caso, sí. Crecer en el arte no es fácil; el arte no llega por medio de magia. Es difícil porque estás creando y estás sufriendo. Eso lo aprendí hace ya muchos años. Por eso nombré a la muestra Caminos sensibles. Creo que los caminos que uno toma a través de la vida, muchas veces, los haces detrás de una confusión, sin haberlo pensado detalladamente. De hecho, también se pudo haber llamado “Caminos de confusión”. Así que uno tiene que luchar. Porque al final comprendes, al menos en el caso del arte visual, que ese sufrimiento estará contigo mientras te dediques a esto. Y si lo amas, no hay nada más que hacer…

 

 

Fuente:forbes.com.mx

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