El yijadista americano: de Texas al Estado Islámico

ENLACE JUDÍO publica la traducción en seis partes de este reportaje original de la revista The Atlantic. El reportaje sigue el camino del texano John Georgelas, alias Yahya Abu Hassan y su complicada historia hasta convertirse en un líder terrorista.

GRAEME WOOD/ THE ATLANTIC –Al amanecer de una mañana de septiembre de 2013, una camioneta se estacionó en una propiedad en ruinas en el pueblo Azaz, en Siria. Del edificio salió un hombre blanco, barbado, de 29 años, acompañado de su esposa inglesa embarazada, y sus hijos, de 8, 4 y dos años. Esta vez llevaban apenas un mes en Siria. Los niños estaban enfermos y desnutridos. La frontera que habían cruzado desde Turquía hasta Siria estaba a unos minutos de distancia, pero ya no era seguro cruzarla. Subieron a la camioneta, sentados sobre zaleas que cubrían el piso, ya que no había asientos. El conductor los llevó por dos horas hacia el oriente, por parajes escarpados, y finalmente se detuvo en un lugar donde la familia podía cruzar sin ser detectados hacia Turquía. Bajaron junto a árboles llenos de espinas. Algunos letreros advertían de la presencia de minas terrestres. La frontera en sí quedaba a más de una hora de camino a pie, cruzando el desierto. Se habían olvidado de traer agua. Tania arrastraba a los niños, que vomitaban a cada rato, y Yahya llevaba una maleta y una carreola. A mitad del camino Tania comenzó a experimentar contracciones, aunque le faltaban varias semanas para el parto. Siguieron caminando. En la frontera, mientras la familia atravesaba una valla de alambre de púas, un disparo levantó algo de polvo cerca de sus pies.

Yahya había acordado con un traficante de personas que fuera a su encuentro, cuando llegó la camioneta del traficante, Yahya le puso unos billetes de cien dólares en la mano. Yahya y Tania llevaban casados diez años, pero no se despidieron. Satisfecho por saber que su familia no moriría, Yahya se dio la vuelta, corrió para cruzar de vuelta la frontera y se internó en Siria, una vez más bajo fuego, sin siquiera levantar la mano en señal de despedida.

El traficante manejó el auto con Tania y los niños durante unos minutos, internándose en Turquía, luego los bajó al lado de la carretera sin agua ni comida y se fue. Tania comenzó a caminar, llevando el equipaje y a los niños, hacia el pueblo más cercano. El día terminó con la intercesión de un extraño sobre una motocicleta, quien le ayudó a llevar sus cosas a la estación de autobuses. Tania comenzó a perder líquido amniótico debido al viaje, y pasó las siguientes semanas en Estambul, y luego con su familia en Londres.

Con seis meses de embarazo, pesaba 43 kilos. Mientras su familia iba de camino a Londres, aliviada por haber dejado el peor lugar sobre la tierra, Yahya también sentía alivio —ya podía perseguir sus sueños sin la carga de tener una esposa e hijos. Se sentía liberado. Tenía una visión clara del Califato, ente aún no declarado, y también ideas para darle forma. Estos pensamientos no eran en vano. Yahya, para entonces, ya tenía un grupo de seguidores, pequeño pero influyente y su estilo tranquilo y erudito le habían ganado el respeto que sus padres y maetsros le habían negado durante sus años de juventud. Su propio destino parecía converger con el destino del mundo. Era el mejor día de su vida.

La primera vez que escuché el nombre Yahya Abu Hassan fue en 2014, mientras investigaba para un artículo para esta misma revista sobre el surgimiento del Estado Islámico. Me encontraba en un suburbio de Melbourne, hablando con Musa Cerantonio, un musulmán converso de Austrralia quien ha servido como guía espiritual no oficial para muchos seguidores del grupo de habla inglesa, sobre historia y teología. (Actualmente se encuentra preso, acusado de tratar de viajar a territorio del Estado Islámico) En nuestras primeras conversaciones, Cerantonio había mencionado a un converso como él—un maestro o un líder, lo había llamado —quien había hecho mucho por preparar a los musulmanes para cunplir sus obligaciones religiosas tras el establecimientio del Califato. Cerantonio hablaba de este maestro con admiración. Yahya, decía estaba profundamente dedicado a la idea del califato, y daba muestras de una impresionante erudición en ley islámica y lengua y literatura árabes clásicas. Los yijadistas de Siria lo conocían por su reputación y lo honraban cuando lo encontraban.

Cerantoniodijo que a principios de 2014, Yahya había presionado a los líderes de lo que entonces era el Estado Islámico de Irak y al-Sham (ISIS) para declarar la instauración del califato. Comenzó a predicar que las condiciones para declarar un califato válido ya habían sido cumplidas -el grupo tenía y gobernaba territorio, y su líder, Abu Bakr al-Baghdadi, era un hombre física y mentalmente apto de la tribu Quraysh, capaz de gobernar según la Sharia. Retrasar el evento significaría desobedecer una obligación fundamental del islam.

Yahya había desarrollado una relación con  Abu Muhammad al-Adnani, el vocero del grupo, su principal estratega y director de operaciones de terrorismo en el extranjero. “Yahya era así con Adnani”, me contó Cerantonio, mostrándome los dedos firmemente presionados entre sí. Yahya se reunió con Adnani cerca de Aleppo y le advirtió que Baghdadi caería en estado de pecado si no se declaraba califa de inmediato. Yahya y sus aliados habían preparado pero no enviado una carta a los emires de las provincias de ISIS, expresando su desacuerdo por la falta de acción de estos. Estaban listos poara declararle la guerra a Baghdadi si seguía posponiéndolo. Adnani contestó con la buena noticia de que el califato había sido declarado en secreto meses atrás, y que pronto se haría el anuncio público. Yahya compartió la noticia de este desarrollo con  Cerantonio, quien filtró información sobre la declaración del califato en Facebook. Unas semanas después ocurrió la declaración pública en Mosul, Irak, y Yahya de inmediato declaró su lealtad a Baghdadi, invitando a otros a hacer lo mismo. La figura de Yahya—un converso de habla inglesa dentro de ISIS con conexiones poderosas y los cojones para retar a  Baghdadi a un duelo a muerte—me intrigó. Pero Cerantonio no expandió más el tema y sólo se refirió a él por su alias, al estilo tradicional árabe, usando su primer nombre y el nombre de su primogénito: Yahya, padre de Hassan. Me dijo que Yahya era Dhahiri— miembro de una oscura escuela de pensamiento legal ultraliteralista que había disfrutado cierto auge dentro del Estado Islámico. No dijo más, quizá no quiso hacerlo. Escribí el nombre y me decidí a investigar a Yahya más tarde.

Pronto comencé a reunir claves sobre su identidad. A principios de 2015, un usuario de Twitter pro-estado Islámico, (su nombre de usuario lo identificaba como “espadachín”) me escribió aconsejándome contactar a “Abu Yahya” para aprender más sobre el grupo. El nombre se parecía mucho al de Yahya Abu Hassan, lo que me llevó a pensar que se trataba de la misma persona que había mencionado Cerantonio. El usuario afirmaba que Yahya era griego. “Está en el campo, en la zona de guerra, y es parte del EI, escribió el “espadachín”. “Una gran mente y un estudiante confiable”. Me compartió un link a un sitio con una colección de textos Dhahiri de Cerantonio y otros —incluyendo a un “Yahya al-Bahrumi.” En un árabe y un inglés igualmente impecables, Yahya escribió ampliamente sobre muchos temas relacionados con la yijad. Proyectaba mucha calma aún en sus opiniones más grotescas, y usaba el apelativo irhabi (“terrorista”) con orgullo:

Esta palabra (“terrorista”) también se ha usado como insulto, y se ha recibido como tal. Pero irhab [“terror”] en sí es algo que importantes eruditos han declarado obligatorio y que tiene sustento literal en el mismo Corán.

Abogaba por la emigración a tierras donde la Sharia se hiciera respetar por completo, y escribió que no hacerlo era una forma de apostasía:

Llámenme extremista, pero imagino que todos aquellos quienes voluntariamente eligen vivir entre quienes están en guerra contra los musulmanes están ellos mismos en guerra contra los musulmanes— y por tanto, no son musulmanes. Sálganse, si pueden, no sólo por apoyo a sus hermanos y hermanas a quienes sus impuestos han estado matando, sino también para protegerse del castigo que Alá ha ordenado para aquellos que traicionan a la nación.

Pedía a los musulmanes que odiaran, pelearan y mataran a los infieles, entre los cuales, decía, había muchos que se hacían llamar musulmanes que anulaban su fe al no rezar, desviarse del estricto literalismo de su interpretación de las escrituras o, en el caso de los gobernantes, no instituir el brutal sistema de justicia por el que el Estado islámico se estaba volviendo famoso. En docenas de artículos publicados a lo largo de los años, Yahya hizo gala de un amplio conocimiento del árabe clásico—el difícil idioma del discurso religioso— y de una cercana familiaridad con fuentes e historia islámica. Su árabe resultaba incluso sorprendente para Cerantonio, un autodidacta religioso famoso por la confianza que demostraba en sus propias habilidades. Cerantonio me dijo que otro musulmán de su grupo de discusión en una ocasión había desafiado un argumento teológico que Yahya había hecho. “Yahya hizo algo que a todos nos dejó con la boca abierta”, dice Cerantonio. “Su respuesta tuvo la forma de la poesía clásica árabe que compuso en el momento, usando el nombre del otro hombre en el poema, explicando la situación y respondiendo a sus objeciones”. Parecía que para cada objeción Yahya podía argumentar con apoyo de fuentes textuales, y al enfrentarse a un contraargumento, podía con la mayor facilidad derribarlo..

El sitio que me indicó el espadachín incluía una biografía narrativa y una pequeña fotografía de su fundador. La fotografía de Yahya mostraba un joven barbado de lentes con una Kalashnikov al hombro. Estaba vestido con ropa de frío, como si se estuviera alistando para un patrullaje nocturno. Cuando lo vi, me pregunté cuándo había sido la última vez que había visto a alguien tan tranquilo.

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