Al acercarse la era de Donald Trump, el establishment político podría ayudar a su credibilidad si no describiera todo cambio de política como el fin de los días. Un ejemplo es el pánico por la perspectiva de que el Presidente electo pudiera cumplir su promesa de campaña de mudar la Embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv a la capital de Israel, Jerusalem.
ENLACE JUDÍO MÉXICO –La nominación la semana pasada por parte del Sr. Trump del asesor de largo tiempo David Friedman como el próximo enviado de Estados Unidos ante el Estado Judío ha provocado un desastre mediático y diplomático. Los titulares describen al Sr. Friedman, un abogado en quiebras ortodoxo judío, como “hostil a la solución de dos estados” y un “extremista.” Pero su delito principal parece ser que él es ser pro-Israel sin excusas—una novedad después de ocho años de una administración Obama que ha maltratado a los aliados tradicionales de Estados Unidos en el Medio Oriente y Europa.
“Tengo intención de trabajar incansablemente para fortalecer el vínculo inquebrantable entre nuestros dos países y promover la causa de la paz dentro de la región,” dijo en una declaración Friedman, “ y espero con ansias hacer esto desde la Embajada de Estados Unidos en la capital eterna de Israel, Jerusalem.”
Bill Clinton y George W. Bush prometieron ambos como candidatos mudar la Embajada norteamericana a Jerusalem sólo para renegar una vez en el cargo. En 1995 el Congreso promulgó una ley requiriendo que el Departamento de Estado relocalice la embajada, pero los gobiernos sucesivos han diferido la mudanza. El Sr. Trump parece determinado a honrar su promesa de campaña, lo cual terminaría esta charada política y diplomática.
Los opositores dicen que mudar la embajada envenenaría las posibilidades de un compromiso entre Israel y los palestinos por Jerusalem. Pero la relocalización reconocería meramente la realidad que Israel nunca cederá Jerusalem en cualquier acuerdo negociado. Podría incluso ayudar enviando un mensaje útil a los palestinos que sus reclamos por el territorio israelí son un obstáculo para la paz.
Los estados árabes vecinos podrían protestar para espectáculo público, pero ellos se han estado acercando a Israel por sus propias razones estratégicas compartidas—o sea, los enemigos en común de los yihadistas e Irán. El simbolismo de la localización de la Embajada de Estados Unidos no detendrá esa cooperación.
Si la localización de una embajada es suficiente para bloquear las conversaciones de paz, entonces no debe haber mucha base subyacente para la paz. El Sr. Trump dice que él aun quiere revivir las conversaciones, y si mudar la Embajada de Estados Unidos tranquiliza a los israelíes respecto del apoyo de Estados Unidos, tanto mejor.
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