RAMÓN PÉREZ MAURA /Comprendo que no es cuestión de amargar la Navidad a nadie. Mucho menos a los que no se sienten cómodos en estas fechas. Pero la gravedad de los sucesos derivados del atentado del mercado de Berlín del pasado lunes crece cada día en lugar de aplacarse. El hecho de que el principal sospechoso, Anis Amri, muriera en la madrugada de ayer en Milan podría considerarse un éxito. Muerto el terrorista acaba la amenaza que él representa. Pero detrás de ello hay mucho más.
ENLACE JUDÍO MÉXICO –Amri llegó a Milan en la noche del jueves, 72 horas después de perpetrar la barbarie de Berlín. El hombre más buscado de Europa pudo viajar desde la capital alemana a la capial económica de Italia sin que nadie lo interceptara. Casi todos estamos a favor de la libre circulación sin fronteras. Pero este hecho nos cuestiona si de verdad podemos permitirnos este tipo de lujo cuando estamos bajo asedio. Y cuando los policías milaneses lo interceptaron a las tres de la madrugada de ayer no iban buscando al asesino de Berlín. Como mucho esperaban encontrar algún raterillo de los que trapichean con drogas o se mueven en el entorno de la prostitución, que es lo que suele circular a las tres de la madrugada. A esas horas, los terroristas del Daesh y organizaciones de similar calaña, están en sus casas para evitar caer precisamente en el tipo de confrontación que ayer acabó con el asesino de Berlín. Es decir: no nos pongamos estupendos. La Policía se encontró casualmente con Anis Amri. No lo localizó cómo fruto de una búsqueda.
Berlín viene a corroborar lo que ya es evidente desde hace tiempo: que todos estamos a tiro. Y que es dificilísimo luchar contra un terrorismo basado en la prédica -tergiversada- de una fe. Tergiversada, pero una fe en cuyo entorno cultural no se ha dado ningún Estado que sea un ejemplo de democracia, ni de respeto a los derechos humanos. Casi ni de respeto a quienes deciden libremente profesar otras religiones. La democracia es un fruto de la cultura judeo cristiana. Y como tal, los países de raíz cultural musulmana están en su derecho a rechazar la democracia. Pero entonces habrán de comprender que los occidentales tenemos razones para verlos como nuestros enemigos. Y al enemigo, antes o después, hay que combatirlo. Porque aunque tú no quieras hacerlo, él sí acabará haciéndolo. Tomando la iniciativa. Lo que siempre es una desventaja.
Desde el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 en Madrid, Europa ha estado regada de sangre derramada por ataques islamistas. Podemos quedarnos en el buenismo y en imaginar que todo se arreglará por la buena voluntad de terceros. Olvídense. No va a ocurrir. Tendremos suerte si el de Berlín es el último atentado de estas Navidades. Aquí hay una parte que está librando una guerra y otra parte que no quiere darse por enterada de que esa guerra existe. Adivinen quién gana así.
Amri ya había estado cuatro años en la cárcel en Italia por prender fuego al centro de acogida de refugiados en el que residía cuando se le denegó el permiso de residencia. Cuando salió de la cárcel se ordenó su deportación a su Túnez natal. Amri acabó en Berlín. Habrá que reconocer que algo se hizo mal. Extremadamente mal. Éste era un hombre que podía haber contado con alguna vigilancia policial. Pero la realidad es que no la tuvo. Entre tantos éxitos de la lucha contra el islamismo hay fallos de una gravedad espeluznante.
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