IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – John Kerry vuelve al ataque, profundamente inconsciente de lo que dice, y absolutamente comprometido con defender la irracional política anti-israelí de su jefe, Barack Obama.
Va a ser muy difícil que volvamos a ver una dupla tan incompetente en materia de política exterior como la de estos dos señores, que se han dedicado a destruir el papel preponderante de los Estados Unidos en el mundo.
Abrumado por las severas críticas que llegaron desde el gobierno de Israel hacia la abstención –léase: traición– de los Estados Unidos en la ONU, misma que sirivió para que se aprobara una resolución grotesca y claramente anti-israelí, Kerry lanzó un discurso maniqueo y timorato, intentando vendernos otra versión de las cosas.
Su razonamiento es simple (y en este caso, uso la palabra “simple” en el sentido más peyorativo posible; es decir, carente de inteligencia): Israel no puede ser un Estado Judío y un Estado democrático al mismo tiempo. Tiene que escoger entre una cosa y la otra.
Oh, pero el Estado Palestino sí puede ser única y exclusivamente palestino, al punto de que debe ser “judenrein” –término cien por ciento nazi para hablar de una zona geográfica “libre de judíos”– y por eso la presencia de judíos en Cisjordania “es un obstáculo para la paz”.
Por supuesto, en la lógica de Kerry la vocación “democrática” que Israel debería escoger, plasmada en la reciente resolución de la ONU, implica que los judíos debemos renunciar a nuestros vínculos con Jerusalén –incluyendo al Kotel o Muro Occidental–, toda vez que los términos de la resolución de la ONU implican de modo preciso y claro que la presencia de cualquier judío en esos lugares es ilegal y parte de una “ocupación”.
Por supuesto, los palestinos pueden proponer un Estado basado en un genocidio –la eliminación de todos los judíos del lugar– y Kerry no dice nada, salvo para señalar que Israel debe plegarse a esta exigencia.
Es la misma abyección de los últimos 68 años: Israel ha derrotado a sus agresores en todos los combates; luego entonces, el mundo se une para exigir la rendición de Israel.
Pareciera que lo único peor que ver a un judío defenderse exitosamente, fuera ver al país de los judíos defenderse exitosamente.
No es la primera vez que Kerry lanza un ataque de esta naturaleza (aunque, afortunadamente, tal vez sea la última o la penúltima). Durante la última guerra en Gaza, justo cuando se hacían evidentes y descarados los planes terroristas de Hamas, Kerry llegó a Israel a intentar imponer una “solución” que, básicamente, significaba que Israel tenía que rendirse en todos los temas, y se tenían que aceptar todas las condiciones de Hamas. Por supuesto, el gobierno israelí simplemente lo rechazó y lo mandó de regreso a casa con las manos vacías.
En su mensaje, Kerry le dedicó –nuevamente– una gran atención a los asentamientos como un “obstáculo para la paz”. Justo esa atención que nunca merecieron los atentados terroristas palestinos, porque ya sabemos: la política oficial de la administración Obama (y Kerry es un fidelísimo perro guardián de esa política) es que es más peligrosa una casa judía que un asesino palestino.
La apuesta de Obama (que a estas alturas podemos decir gratamente que la perdió) fue siempre la solución de dos Estados.
Y me pregunto: ¿realmente era tan difícil entender que dicha solución es inviable? Decir que cada grupo –el judío y el palestino– necesitan un estado propio para poder desarrollarse sin problemas es lógico, pero también es teórico y abstracto. Si se trata de hablar de “lo óptimo”, no hay mucha diferencia en decir que hay que implementar la solución de dos estados y también hay que garantizar que todos los niños del mundo tengan un plato de comida en la mesa tres veces al día, educación y salud. Sí, es lo óptimo. Incluso, me atrevo a decir que es lo que queremos todos.
Pero, lamentablemente, es irreal. Por mucho que lo deseemos, es algo que no vamos a ver hoy, ni mañana, ni durante 2017. Ambos deseos son algo por lo cual todavía hay mucho que trabajar.
Los palestinos no se pueden arriesgar a tener un estado propio en este momento. Sería abrir la puerta a una brutal guerra civil entre Hamas y Al Fatah, que lucharían a muerte por el control. No es un secreto que Hamas tiene todas las ventajas para imponerse, como ya se demostró en Gaza. Por lo tanto, son los propios funcionarios de Mahmoud Abbas los que no se van a mover en esa dirección. Es la propia Autoridad Palestina la que no va a dar el paso de declarar la fundación del Estado Palestino, porque sería un suicidio. No sólo político: también físico.
Por eso falló grotescamente la apuesta de Obama. Por eso Kerry se consagró como un inepto durante todos estos años, ya que se obsesionaron con buscar la implementación de una solución que en la teoría suena bien, pero que en la práctica ni siquiera los propios palestinos la desean.
Esa ha sido la insistencia del gobierno israelí durante todo este tiempo: hay algo que se llama REALIDAD, y que debe ser la base para encontrar soluciones verosímiles, aplicables y funcionales.
Y la primera realidad –de hecho, la que determina todo lo demás– es que la solución al problema entre israelíes y palestinos se debe lograr en una negociación entre… ¡adivinen quiénes! Pues sí: entre israelíes y palestinos.
Por eso los palestinos sitemáticamente huyen a esta solución. Se alejan todo lo que pueden de la mesa de negociación. ¿Por qué? Porque de ese modo garantizan que no habrá estado palestino, y podrán mantener su limbo político que, aunque más para mal que para bien, se ha convertido en una zona de comfort donde la propia Autoridad Palestina sabe que está protegida por Israel ante cualquier intento de Hamas por hacerse con el poder.
Lamentablemente para ellos, el acoso estadounidense a Israel está próximo a terminar. En tres semanas Donald Trump se convertirá en presidente de los Estados Unidos, y las políticas de Obama van a quedar archivadas y esperemos que en el olvido.
Por eso la resolución de la ONU ha sido una victoria pírrica. Si de por sí no tenía posibilidades reales de transformar la realidad sobre el terreno –ni siquiera es vinculante a sanciones–, por otra es evidente que se viene una nueva etapa para la ONU. Estados Unidos, que aporta el 22% del dinero de la ONU, ya ha señalado que va a reconsiderar la posibilidad de cancelar su apoyo al organismo. Por otra parte, en 2017 la ONU tendrá un nuevo Secretario General, a todas luces más mesurado y sensato que Ban Ki Moon, tan incompetente como nefasto al igual que la administración Obama.
Abbas ya lo sabe. Por eso, su última reacción ha sido la de un miedoso. Me recuerda un poco esos partidos de fútbol de la infancia en los que un equipo le iba ganando al otro 15 a 1, y cuando se empezaban a asomar las mamás para llamar a los niños a meterse a casa para tomar la merienda, los que iban perdiendo por 14 goles decían “bueno, el que meta gol gana…”.
Pues no. No es así. Aún si ellos hubieran metido el gol, hubieran perdido 14 a 2.
Así se vio Mahmoud Abbas cuando dijo que los palestinos están dispuestos a regresar a la mesa de negociaciones si Israel detiene la construcción de casas.
Es falso. Todos lo sabemos. No es la primera vez que Abbas dice exactamente eso. Hubo una ocasión en la que exigió que Israel congelara cualquier construcción durante 10 meses; a cambio, los palestinos regresarían a la mesa de negociación para buscar soluciones. ¿Qué sucedió? Lo previsible: Israel canceló toda construcción durante los 10 meses, pero los palestinos nunca se presentaron a negociar. Pretexto tras pretexto, al noveno mes solicitaron que el congelamiento en las construcciones continuara y entonces sí se sentarían a negociar.
Tampoco lo hicieron.
Abbas sabe que sin Obama en la Casa Blanca, su victoria diplomática y de papel en la ONU pierde vigencia. Por eso intenta ver qué puede rescatar en estos 22 días.
También ya nos sabemos esa parte de la historia: igual que en todas las ocasiones anteriores, los palestinos no van a obtener nada. Su juego nunca ha sido honesto. Sus líderes nunca han tenido objetivos sinceros. Por simple lógica, los resultados no pueden ser favorables para ellos.
Si nos atenemos a la realidad –ah, esa molesta realidad que tanto nos encanta citar a los sionistas–, los palestinos habrían conseguido su estado hace mucho.
Pero se han dedicado a perder miserablemente el tiempo y el dinero.
Durante la administración Obama tuvieron una especie de apoyo extra. No tanto porque Obama tuviera una especial simpatía por ellos, pero sí porque tanto Obama como Kerry y Hillary tuvieron una especial aversión por Israel. Y, de paso, porque fueron la terna más incompetente en la historia de los Estados Unidos en materia de política exterior.
En Kerry, los palestinos encontraron a ese tonto útil que, por lo menos, les edulcoró la vida durante algunos años.
Se acabó el crédito. Vien un nuevo presidente que no necesariamente entiende los problemas de Medio Oriente, pero que está integrando el gabinete más militarizado en la historia de su país. Y aunque eso tampoco garantiza que Estados Unidos vaya a tener una mejor comprensión del problema israeli-palestino, lo que sí está claro es que son militares que no le tienen simpatía a los palestinos, ni a quienes los apoyan.
Y ese es el riesgo para Mahmoud Abbas.
Mi muy personal opinión es que ni Obama ni Trump saben qué pasa en Medio Oriente. Cada uno, por supuesto, desde su extremos ideológico.
Por eso Obama fue un peligro, una decepción y una catástrofe para Israel. Y por eso Trump será lo mismo para los palestinos, con la desventaja de que Trump no tiene ningún interés en ser políticamente correcto, por lo que se puede esperar más agresividad de su parte.
Al final, los propios palestinos tendrán que volver al mismo punto de siempre: los únicos que los entienden y en gran medida los cuidan de sí mismos, son los “halcones” del gobierno sionista dirigido por Netanyahu.
Mientras, de Kerry podemos decir lo que ya lo hizo enfurecer hace un año: que hable.
No importa.
Ya se va.
P. S.: a todos mis lectores que hayan tenido la paciencia de llegar hasta este párrafo final de mi nota, les envío un chocolate virtual por la llegada de Helena a mi vida. Hoy por hoy, me siento el tipo más afortunado y feliz del mundo. ¡Saludos!
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