BERNARD-HENRI LÉVY
Soy un proponente inquebrantable de la solución de dos estados en el Medio Oriente. Y continúo pensando que, incluso golpeada y magullada, abandonada por algunos, rechazada por otros, es la única solución que, con el tiempo, permitirá a Israel seguir siendo a la vez el estado judío concebido por sus pioneros y la democracia ejemplar cuyo espíritu e instituciones no se las han arreglado para erosionar 70 años de guerra, abierta y de otra manera.
Acostumbrado como estoy a la decepción, estuve profundamente conmocionado por las circunstancias que rodearon la adopción el 23 de diciembre de la Resolución 2334 por parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la cual llamó a Israel a “cesar… de inmediato” lo que algunos ven como la colonización de los territorios palestinos ocupados.
Sé que las noticias se mueven rápido. Dado ese ritmo –especialmente en un momento en que Estados Unidos tiene ojos y oídos sólo para la “transición”, para los actos y pronunciamientos del presidente electo, para el gobierno que él está estableciendo, y para su esposa, su hija y el pequeño Barron–esta historia puede parecer para algunos como ya historia antigua. No obstante, ha estado girando en mi cabeza durante dos semanas. Y quisiera tomar un momento para explicar por qué.
1.- Estaba la fuente, por supuesto: las Naciones Unidas, una organización que durante décadas no ha cesado de condenar, vilipendiar y condenar al ostracismo a Israel, convirtiéndose en el proceso en uno de los últimos lugares sobre la tierra donde uno podría esperar encontrar, en esta cuestión como en muchas otras, una postura equilibrada o valiente.
2.- Luego estuvo el espectáculo de esas quince manos levantadas, las mismas manos que fueron tan intencionadamente no levantadas algunos días antes para detener la masacre en Alepo. ¿Cómo podían ellos imaginar que al hacerlo así podrían recuperar en el aplauso de aquellos en el público una parte de su honor perdido? ¿Y qué debe hacer uno con la comunidad internacional astillada y anémica tratando de repararse sobre la espalda del estado judío? Todo esto fue tan patético como macabro.
3.- Estuvo la fraseología pobre del texto de la resolución, la cual, a pesar de la frase condenando “todos los actos de violencia contra civiles, incluidos actos de terror” (las palabras “incluidos actos de terror” lo llevan a uno a preguntarse sobre los “otros actos de violencia” que están siendo puestos en el mismo plano que estos “actos de terror”), asignó la responsabilidad por bloquear el proceso de paz principalmente, aunque no únicamente, a Israel. ¿Qué hay de la obstinación palestina? ¿Qué hay del doble discurso del gobierno de Ramala? ¿Qué hay de los árboles de Navidad sobre los cuales, en algunos barrios de la Jerusalem árabe, la gente colgó en lugar de guirnaldas fotos de “mártires” muertos en “combate”–o sea, muertos mientras intentaban acuchillar a civiles palestinos? Nada de eso, para los redactores de la resolución o para los que votaron por ella y la celebraron, fue aparentemente un “obstáculo para la paz.” Nada fue igual en perfidia a la política del Primer Ministro Benjamin Netanyahu de expandir los asentamientos.
4.- Estuvo la cuestión de los asentamientos y la forma en la cual fue presentada la cuestión, una vez más. Que la búsqueda continuada de asentamientos en la Margen Occidental está mal–eso se obvio. Y que hay un número creciente de halcones en la derecha israelí que, con Netanyahu a su cabeza, sueñan con ver el proceso acelerarse en una situación irreversible–eso es probable. Pero no es cierto que ya estemos allí.
No es apropiado presentar la campaña de construcción como una proliferación metódica y maligna haciendo metástasis a lo largo de la futura Palestina y desmembrándola por adelantado. La realidad, fácilmente evidente para cualquiera que se tome el trabajo de analizar las cosas sin anteojeras o prejuicio es que la concentración territorial de los asentamientos más densos está creando una situación que, excepto por el número de asentamientos, no es radicalmente diferente de la que prevaleció en la Península del Sinaí antes del acuerdo de 1982 con Egipto o en la Franja de Gaza antes de la redistribución emprendida por Ariel Sharon en el 2004. De hecho, la gran mayoría de la construcción todavía se está haciendo lo suficientemente cerca de la Línea Verde como para permitir, cuando llegue el momento, un intercambio de territorio y, en otras partes (o sea, en los sitios más distantes y aislados) permitir evacuaciones por cierto dolorosas. (Por no mencionar la opción que estoy asombrado sea planteada tan al azar–a saber, que los judíos deben ser invitados a permanecer y vivir en la nueva Palestina, así como 5.1 millones de palestinos viven ahora en Israel como ciudadanos plenos).
5.- Y finalmente estuvo, por primera vez en cuarenta años, la abstención sorpresa de Estados Unidos, dada por la Embajadora Samantha Power, seguida algunos días después por el largo discurso de apoyo del Secretario de Estado John Kerry. La gente puede decir lo que quiera sobre esto. Pero ver a esta administración, la cual ha concedido tanto a Irán, ofreció tan poca resistencia a Rusia, e inventó en Siria la doctrina de una línea roja que resultó ser roja sólo con la sangre de los sirios sacrificados en el altar de una renuncia de poder y de derecho; ver a esa misma administración tratando de desquitarse por todo esto hablando en el último minuto contra la oveja negra del planeta, el desaliñado Primer Ministro de Israel–¿Qué puede ser más abyecto?
Yo ya no reconocí más, en este intento superficial por recuperar la autoridad perdida en el barato y oscuro Senador joven de Illinois a quien conocí en Boston un día de julio del 2004: él evocó para mí, entonces, la gloria compartida–en su visión, glorias paralelas y adecuadas–de los derechos civiles estadounidenses y la nueva huida del pueblo judío desde Egipto representada por el Sionismo.
Pero siento demasiado claramente ahora las señales tempranas de advertencia de una humanidad rota, resonando más fuerte que nunca antes con el choque de los imperios y de visiones rivales del mundo, condenada a sufrir la recurrencia eterna de la injusticia y la carnicería–pero en la cual “el odio más antiguo” se vuelve una vez más una religión compartida.
Fuente: The Algemeiner
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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