GRANT RUMLEY
Durante la mayoría de sus 12 años como presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmoud Abbas ha gozado del respaldo a viva voz de la Casa Blanca. El gobierno de George W. Bush, el cual apoyó el nombramiento de Abbas como primer ministro en el 2003 y alabó su ascenso a la presidencia en el 2005, inundó su gobierno con ayuda material y promesas de apoyo político. Barack Obama, quien llamó a Abbas en su primer día como presidente de EE.UU, dio inicio a dos rondas de negociaciones de paz entre los israelíes y los palestinos y le facilitó consolidar el poder en casa.
Ahora Abbas debe lidiar con la probabilidad de que el próximo gobierno de Estados Unidos pueda ser hostil a su gobierno, dada la insistencia del equipo de Donald Trump en mudar la embajada de Estados Unidos a Jerusalem y las amenazas del Congreso de rescindir la ayuda a la AP. Los meses que vienen traerán por lo tanto nuevos retos para la posición política de Abbas desde el exterior justo cuando él enfrenta profundos problemas en casa.
En apuros
Durante la administración Bush, la reforma y la democratización se encontraron en la cima de la agenda de Estados Unidos para la Autoridad Palestina. Abbas, un burócrata antiguo que se opuso a los ataques terroristas de la segunda intifada, parecía muy apropiado para promover esas prioridades. Durante su breve mandato como primer ministro en el 2003 se posicionó como el reformista de la AP, tratando de quitar algo del control de los servicios de seguridad de Yasir Arafat y de abrir las instituciones gubernamentales. En el año 2005, cuando Abbas fue electo presidente, prometió llevar a cabo al año siguiente las primeras elecciones legislativas palestinas en una década—una señal de su compromiso con el proceso democrático. Su historial atrajo así a la Casa Blanca de Bush tanto que después de la asombrosa victoria de Hamas en las elecciones del 2006 y su captura de Gaza en el 2007, Washington se acercó más aun a Abbas, proporcionando a su gobierno cientos de millones de dólares en ayuda política, financiera y militar.
Surgió una dinámica diferente cuando Obama se volvió presidente en el año 2009. Su insistencia en un congelamiento sobre la construcción israelí en los asentamientos antes de las negociaciones del 2010–2011 puso a Abbas en un rincón. En el pasado, ni Abbas ni Arafat, su predecesor, habían insistido en que la construcción en asentamientos fuera detenida antes de las negociaciones; el presidente estadounidense había rebasado esencialmente al líder palestino, llevándolo arriba de un árbol y luego “quitando la escalera”, como lo dijo Abbas en abril del 2011.
En los años que siguieron, Estados Unidos, buscando volver su atención a otro lado en la región, comenzó gradualmente a ignorar las acciones internas de Abbas, facilitándole consolidar su control sobre el poder sin imponer consecuencias sobre su gobierno. En el 2013, Abbas echó a su primer ministro de pensamiento reformista, Salam Fayyad; en el 2015, la Autoridad Palestina en la Margen Occidental violó cuatro veces más frecuentemente las libertades de prensa que lo que hicieron en el año 2013, según el Centro Palestino para Desarrollo y Libertades de Medios.
Las recientes medidas del gobierno de Obama en el conflicto israelí-palestino han puesto en otro apuro a Abbas. Por un lado, la abstención de la Casa Blanca de la votación del Consejo de Seguridad de ONU para condenar la construcción israelí en asentamientos fue una victoria clara para el liderazgo palestino, el cual ha buscado durante mucho tiempo mover el conflicto con los israelíes a la escena internacional.
Por el otro lado, el discurso de John Kerry el 28 de diciembre dejó a Abbas en un lugar apretado. De haber aceptado Abbas públicamente los principios que ofreció Kerry como una base para las negociaciones futuras entre israelíes y palestinos—por ejemplo, la insistencia de Kerry en que cualquier retorno de los refugiados palestinos sea “realista”—él habría sido criticado en casa por comprometer los principios negociadores de la AP, los cuales llaman a que todos los refugiados palestinos tengan permitido ejercer el derecho al retorno a Israel. Él también se habría arriesgado a molestar al Presidente electo Donald Trump, quien se opuso a la abstención de Estados Unidos de la votación de la ONU tanto como al discurso de Kerry. Todo lo que Abbas pudo hacer frente a esas presiones fue dar una amplia declaración.
Fuente: Foreign Affairs
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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