LEONARDO COHEN
Hace algunos meses Netanyahu publicó en su muro de facebook una severa condena a dos palestinos de Nablus y un palestino israelí, que habían sido detenidos bajo sospecha de haber violado a una mujer discapacitada: “…se trata de un crimen indignante que precisa ser reprobado por todos los sectores de la sociedad, y sin embargo tal condena no se hizo escuchar de parte de los medios de comunicación ni de todos los representantes políticos”.
Hasta cierto punto, resulta sorprendente que los abogados de la política nacionalista de Netanyahu, en México y en el mundo, no hayan hecho eco de las acusaciones que vertió el primer ministro hacia los tres palestinos. Dichas condenas suelen extenderse como pólvora a través de las redes sociales, y funcionan como combustible para fundamentar una identidad nacionalista judía, que no tiene otro contenido que no sea el temor y el odio hacia el rival, un rival que siempre nos reconforta encontrar, pues es menos moral que nosotros, menos humano que nosotros. Netanyahu, que nunca condenó publicamente un acto de violencia de género, encontró de repente un jóker perfecto: el cuadro era ideal, una mujer judía discapacitada y débil frente a tres palestinos perversos y criminales. Una gran oportunidad para ahondar las brechas nacionales, incitar a unos contra otros, y obtener jugosas ganancias políticas.
Netanyahu ha manejado este tipo de retórica desde hace decenas de años. Practicamente, de ella vive. Pero el fenómeno va más allá de Israel y de sus seguidores inmediatos. Muchos buscan a través de estos sucesos, reales o inventados da igual, exaltar la particularidad y la moralidad que encarnamos, de manera ontológica, los judíos. Tras los incendios en el norte de Israel hace mes y medio, algunos “especialistas” aquí y allá, adoptaron sin miramientos la simple y vaga tesis, de que los incendios en el país habían sido generados por actos de terrorismo árabe e islámico. Los fabricantes de esta idea, gobernantes israelíes cínicos, que construyen su popularidad azuzando a un sector de la población contra otro, hicieron las declaraciones correspondientes, en sintonía con su programa político inmediato, sin haberse detenido en detalles o averiguaciones. Tal como hizo Netanyahu con el presunto caso de la mujer violada, también aquí se abría la rendija y era imperativo aprovechar la oportunidad dorada. En un momento de crisis ¿por qué tomar responsabilidad de la situación cuando se puede recurrir al miedo y la incitación? Como en la Rusia zarista, siempre hay una minoría a la cual convertir en chivo expiatorio. Así lo escribió el historiador Peter Burke, “la estrategia del miedo para evitar la revuelta, es una constante histórica”.
Pero lo sorprendente es que el productor de mensajes cínicos cuenta con clientes en diferentes partes del mundo, clientes que embelesados y enamorados de lo que consideran su propia superioridad moral -cual refugio único de su mermada identidad- adoptan el mensaje, lo traducen y lo embellecen. Autores de la comunidad judía de México, -y también de otras partes- se apresuraron a comprar el producto y acondicionarlo para sus propias necesidades. Qué mejor oportunidad para mostrarle al mundo quién es quién y a quién pertenece la disputada tierra de Israel. El producto se vuelve aún más seductor si puede adornarse con el paradigma bíblico. Así, no sólo los árabes con su inferioridad moral atentan contra la población civil provocando incendios, sino que además confirman con ello que esa tierra no les pertenece. Algunos de los “verdaderos” dueños de esta tierra, que residen y pagan sus impuestos en México comparan sin escrúpulos a los palestinos con la mujer que en el juicio del rey Salomón estuvo dispuesta a partir a su hijo y sacrificarlo, solamente por vengarse de su rival.
El sabio rey Salomón, en cambio, comprobó con eso que ella no era la verdadera madre. Haciéndose eco de expresiones vertidas por fundamentalistas judíos como Moshe Feiglin, los consumidores de este tipo de discursos chauvinistas se reconfortan, y además nos muestran la “verdad” inherente que nos acompaña desde hace tres mil años. ¿Acaso no somos nosotros los legitimos herederos de la sabiduría salomónica y de la tierra donde Salomón gobernó como rey? ¿Y acaso los demás no son otra cosa sino usurpadores? O como escribe Dori Lustron en su reciclada “carta al mundo” que tanto circula por las redes sociales: “¿cuántas veces en el pasado tú [mundo] nos has molestado y perturbado?”
Pero en estos dos casos que reflejan la “moralidad judía” frente a la “perversidad palestina” hay un detalle en el que se precisa insistir. No existe prueba alguna de que los hechos en cuestión hayan siquiera sucedido. El último sospechoso de entre los detenidos por generar incendios, ya fue liberado. Los tres palestinos, acusados por Netanyahu de cometer una violación, también están libres. Y reitero la pregunta inicial: ¿qué necesidad tienen tantos judíos de aferrarse a estás leyendas como tabla de salvación de su identidad judía? No tengo una respuesta absoluta a esta pregunta pero sí puedo decir, con claridad, que sobran las oportunidades para reforzar la identidad judía y el nexo y compromiso de nuestro pueblo, a través de visiones críticas de la realidad, en vez de dedicarse únicamente a difamar a nuestros enemigos o rivales. ¿Dónde encontrar ahora en Israel la visión de los profetas, de justicia y de igualdad? Una visión judía comprometida puede –y para mi gusto personal tiene- que ejercer la dura crítica hacia un primer ministro que recibe de regalo, de manos de amigos millonarios, puros y champaña por cientos de miles de shekels mientras gente trabajadora en Israel no termina el mes. Una visión comprometida con Israel y con el pueblo judío, no debe tolerar que el gobierno compense a usurpadores de tierra en el asentamiento de Amona, otorgándoles a cuarenta familias 150 millones de shekels, que provienen del ministerio de educación, es decir, a costa de la educación de los hijos de cada uno de los israelíes.
El trillado argumento, en palabras de Dori Lustron, de que, ” todo aquel viejo antisemitismo, toma hoy la forma de antisionismo, [y que a final de cuentas] subyace la misma judeofobia de siempre”, va cegando a muchos respecto de la propia responsabilidad moral. Podemos repetir incansablemente “¡Nunca más!” Pero al mismo tiempo no se puede ignorar las humillaciones por las que pasan los 40 mil refugiados eritreos y sudaneses en Israel. Todos nosotros, judíos mexicanos de segunda, tercera y cuarta generación, somos descendientes de refugiados. ¿Por qué una voz comprometida con Israel y con el judaísmo, no levanta la voz para críticar la soberbia del gobierno de Israel y su actitud perversa hacia el sector más débil y desprotegido de nuestra sociedad? ¿Acaso no existen en el judaísmo fuentes que puedan ser evocadas en nombre de causas morales de primera instancia como “tratar al extranjero como un igual, pues extranjeros fuisteis en Egipto?”
Hay muchos rasgos positivos en el moderno Estado de Israel, pero las políticas gubernamentales de los últimos años han llegado a límites escandalosos de inmoralidad, injusticia y cinismo. Siendo mexicano, y viviendo en Israel, creo que los judíos del mundo pueden asumir esa responsabilidad moral, de compromiso con el judaísmo y a la vez, sin que ello implique contradicción alguna, hacer la crítica severa, e incluso demoledora, a las políticas de un gobierno que utiliza el miedo y el temor al diferente, al extranjero, al que está fuera del consenso, como fórmula para imponer a toda costa su voluntad a la sociedad. Invito así, a los judíos leales a Israel, a dejar de elaborar, comprar y hacer uso de la propaganda, que cínicamente se emite desde acá.
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