IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO – Me atrevo a afirmar categóricamente que el Judaísmo le abrió las puertas a la abstracción en sus últimas consecuencias. Sorprendente, porque no fue una religión de filósofos, sino de modestos campesinos y ganaderos cuyos ancestros habían sido rudimentarios nómadas.
Y, sin embargo, con ese formidable mandamiento –no te harás imagen de D-os– sentaron las bases para depurar al máximo posible el mismísimo concepto de “D-os”. A un grado que, generalmente, es totalmente incomprendido por mucha gente.
Frecuentemente me topo en diversos foros de debate en internet con controversias entre diferentes tendencias cristianas –no digo cuáles, aunque va a ser muy obvio– en las que unos les reclaman a otros que “es pecado hacer imágenes de D-os”. Tal y como lo enfocan, es evidente que esta ordenanza de la Torá la entienden como el mero hecho de poner esculturas en los templos.
Y tiene algo de razón: el Judaísmo no concibe la posibilidad de usar imágenes que intenten representar a D-os en el interior de sus templos.
Pero la idea no se limita a eso; va mucho más allá. “No te harás imagen de D-os” también implica “no te imagines a D-os”. En realidad, da lo mismo una imagen tallada en madera (por ejemplo) que un concepto dogmático arraigado en el interior de nuestras cabezas.
El reto del mandamiento de la Torá es, justamente, ir más allá de todo eso.
Vamos a ejemplificarlo por medio de algo un tanto enredado, pero muy ilustrativo: la consabida pregunta de que “si D-os es todopoderoso ¿puede crear una piedra tan pesada que Él mismo no pueda cargar?”
Esa pregunta –banal, en realidad, por ser sólo un retruécano retórico– suelen hacerla muchos que se las quieren dar de ateos muy duchos y que piensan que con eso ponen en problemas a los creyentes.
Lo curioso es esto: es cierto. Ponen en problemas a cierto tipo de creyentes. ¿A cuáles? A los que viven sometidos a una imagen de D-os. No importa si dicha imagen es una figura tallada o sólo es imaginación. El problema de la imagen –de la índole que sea– es que nos obliga a limitar todo a una perspectiva. Y por eso empiezan los problemas ante semejante pregunta.
Por ejemplo: D-os es todopoderoso; luego entonces, puede cargar cualquier cosa. Pero D-os es todopoderoso; luego entonces, puede crear cualquier cosa. Sin embargo, la primera afirmación nos obligaría a asumir que si no hay nada que D-os no pueda cargar, entonces no puede haber una piedra que le resulte demasiado pesada. Con ello, estamos dando por hecho que Él mismo no la podría crear. Conclusión: ha dejado de ser D-os, porque su poder creador no es absoluto.
O se puede enfocar al revés: si puede crear cualquier cosa, entonces puede crear una piedra tan pesada que Él mismo no la pueda cargar. Pero entonces el problema ahora recae sobre su fuerza: si no la puede cargar, ha dejado de ser D-os. Ya no es todopoderoso.
Ambos razonamientos son correctos: en ambos casos, hemos descubierto que no estamos hablando de D-os. En realidad, estábamos hablando de una imagen de D-os. O, por decirlo de un modo más fácil de entender, estábamos hablando de un mago muy poderoso, tal vez tanto que puede crear una piedra que no pueda cargar, o tal vez tanto que no pueda crearla porque en realidad su magia le permite cargarlo todo.
Pero eso sólo es magia.
Lamentablemente, mucha gente vive con ese concepto limitado de D-os: el Gran Mago que puede hacer cualquier cosa (y, por lo tanto, al que normalmente le pedimos cualquier cosa).
Para apreciar lo irracional de esta idea, contestemos la pregunta. La respuesta es sí y no. Es decir, D-os puede crear una piedra tan pesada que Él mismo no la puede cargar, y al mismo tiempo D-os puede cargar cualquier cosa en el Universo. Si realmente pretendemos hablar de D-os (y no de un mago), entonces tenemos que asumir que puede hacer las dos cosas –aunque sean contradictorias– al mismo tiempo. De lo contrario, no estarmos hablando de alguien verdaderamente Todopoderoso.
Alguien que lo puede todo no nada más debe poder crear piedras muy pesadas. O cargarlas. También debe poder hacer dos cosas opuestas al mismo tiempo. Si no, no es Todopoderoso. Entonces, debe poder crear piedras tan pesadas que no las pueda cargar, y al mismo tiempo debe poder cargarlas. Si sólo las carga y con ello se niega la posibilidad de no poder cargarlas, no es Todopoderoso.
Si realmente queremos hablar de ese poder absoluto, tenemos que aceptar la posibilidad de que al mismo tiempo pueda y no pueda hacer las cosas. Porque puede hacerlo todo, y ese “todo” incluye poder el “no puedo”.
¿Enredado? Seguro. Es enredado porque estamos intentando contestar el asunto desde nuestras imágenes. Por eso, cuando nos arriesgamos a explorar la verdadera Omnipotencia, la imagen se empieza a desdibujar, comienza a desaparecer.
Y eso es lo que nos pide la Torá: que paso a paso abandonemos todo eso que hace que nuestra percepción de D-os sea sólo la de un mago.
Lo verdaderamente sensato es dejar de hacer preguntas ociosas. ¿Por qué ociosas? Porque son preguntas que nos encaminan hacia una imagen de D-os (la del Muy-Poderoso –pero no Omnipotente– que crea piedras que no puede cargar, o la del Muy-Poderoso –pero tampoco Omnipotente– que puede cargar todas las piedras).
Esa es la razón por la cual la Torá es la base de un código ético y no de un tratado teológico, porque la única forma de aproximarnos a lo que podríamos llamar “conocimiento personal de D-os” es por medio de nuestro modo de vivir, no de nuestras posibilidades de pensar. Luego entonces, nuestro mejor ejercicio de reflexión tiene que remitirse a la ética antes que a la filosofía.
La única imagen de D-os aprobada por la Torá somos nosotros mismos, porque dice la Torá que a Imagen y Semejanza de D-os somos los seres humanos.
Pero nótese: eso nos incluye a todos. Por lo tanto, la única imagen legítima de D-os es algo que nuestra mente no puede visualizar ni siquiera remotamente: el rostro de todos los seres humanos que han existido, existen y existirán. Si falta uno, la Imagen y Semejanza de D-os se vuelve a escapar de nuestra mente.
Digámoslo más fácil: no podemos. Si la Torá nos ordena no hacer imágenes de D-os (lo que incluye no imaginarlo) no es porque eso sea malo o nos haga daño. En realidad es porque NO PODEMOS hacerlo. Más que querer evitar una conducta por parte nuestra, la ordenanza es para que nosotros mismos conozcamos nuestros límites. Que entendamos que, aunque lo deseemos, no nos podemos imaginar a D-os.
Si nos obstinamos en hacerlo, lo mejor que podremos lograr será imaginarnos a un mago. Tal vez logremos imaginar al más grande de todos los magos, pero seguirá siendo un mago.
Y eso es el principio de la idolatría.
El Judaísmo ha entendido bien hasta donde llegan las implicaciones de esta ordenanza. Por ejemplo, esa es la razón de fondo para que no pronunciemos el Nombre Sagrado, porque a fin de cuentas, un nombre es la última imagen que tenemos de alguien. Pretender que podemos nombrar a D-os es lo mismo que hacernos una imagen.
Esto también explica por qué el Judaísmo procede de un modo que a muchos les puede parecer extraño en ciertos momentos. Cito un caso: cuando una persona está enferma, los judíos tenemos ciertos Salmos que se deben leer dependiendo de la situación.
¿Por qué mejor no pedirle directamente a D-os que cure específicamente a esta persona? Sin protocolos, sin fórmulas, sin textos repetidos –aunque sean Salmos–, sino única y exclusivamente con lo que sale de nuestro corazón?
Porque eso, aunque nazca de un corazón sincero, puede convertirse (sin que nos demos cuenta) en la petición que le hacemos al gran mago. En el último de los sentidos, no hay mucha diferencia entre un niño que le pide al mago del circo que aparezca un conejo de su sombrero, a un ser humano que le pide a D-os que cure a un familiar. Se trata de un ser con poco o ningún poder pidiéndole algo muy concreto a otro ser con mucho o muchísimo poder.
Es decir, se trata de una imagen.
Detrás de la práctica judía de recurrir a los Salmos –entre otros textos– para casos muy específicos, está la noción de que D-os, en su papel de Gran Arquitecto del Universo, ha creado el Cosmos con normas de causa y efecto.
En estricto, las cosas no suceden, sino que fluyen. Se dan como consecuencia de algo que hay detrás, y a su vez causarán más cosas por delante. Cuando el judío toma el libro de los Salmos y se pone a rezar, no está intentando aplicar un abracadabra para que las cosas cambien por arte de magia. Está buscando el contacto con algo que le permite ser partícipe del flujo de energía del Universo, y con ello busca la posibilidad de generar un cambio.
Y nótese: lo que se busca no es que D-os viole las leyes del Universo, sino que la energía fluya hacia otro lado (por ejemplo, si fluía hacia la enfermedad de alguien, que ahora fluya hacia su curación).
Como judíos, creemos que nuestros textos sagrados son justamente eso: los contactos con los flujos de energía del Cosmos.
No importa lo pequeños que somos. Como bien saben los físicos desde hace milenios, lo importante no es mi tamaño ni mi fuerza, sino la fuerza de la palanca y el punto de apoyo que usamos. Dicen que una buena palanca con un buen punto de apoyo puede mover el planeta entero.
Las ordenanzas de la Torá y nuestros textos sagrados –como los Salmos– son eso: palancas y puntos de apoyo que nos permiten mover cualquier cosa.
Cuando lo entendemos, podemos superar la imagen de D-os como el gran mago al que hay que pedirle que cargue esa piedra que nos estorba en la vida, confiando en que aunque es muy pesada, Él la puede cargar.
La perspectiva cambia por completo: no es tanto el pedirle a D-os que haga eso. Es saber usar las palancas y los puntos de apoyo –las ordenanzas de la Torá– para que esas enormes piedras que trastornan nuestra vida desaparezcan o se quiten.
¿Milagro? Puede parecerlo, pero el que verdaderamente ha logrado despojarse de las imágenes de D-os no lo definiría así. Simplemente, el Universo fluye tal y como el Creador, en su infinita sabiduría, lo diseñó. La energía que lo hace fluir no es estática. Tiene sus reglas, y eso significa que no se les pueden alterar. Pero también significa que quien conoce esas reglas las puede aprovechar.
El primer paso es el más difícil: deja de imaginarte a D-os.
La ordenanza de la Torá está redactada de un modo muy interesante: “no te harás imagen delante de mí”.
¿Por qué es importante eso de “delante de mí”? Porque cuando logres deshacerte de todas esas imágenes, podrás empear a percibir lo que habías dejado detrás de ellas: la verdadera comunión con el Creador y con la Creación.
Ya así, sin imágenes de por medio, habrás comenzado tu verdadero crecimiento en el conocimiento de la Verdad (valga la redundancia).
Pero recuérdese: el secreto está en un modo de vivir, no en una imagen o un concepto.
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