Sarah Bernhardt, de hija de una prostituta a primera actriz en ser empresaria de éxito

PEDRO HUERGO CASO PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Reseña biográfica de una excéntrica personalidad judía que conquistó el mundo desde los escenarios de toda Europa y América en el Sigo XIX.

Sarah Bernhardt nunca conoció a su padre y nunca se llevó bien con su madre. Su padre, dicen las malas lenguas de los mentideros de París, fue el Duque de Morny –medio hermano de Napoleón (bastardo de la reina de Holanda, esposa de Luis Bonaparte) Parece ser era cliente de una cortesana judía, Julie Bernardt, alias Youle, que atendía en la Rue de l’École-de-Médecine junto a su hermana, Rosine Bernardt. A la recién nacida Sarah, allá por 1844, la mandaron a criarse con una nana en la Bretaña francesa, fuera del mundanal ruido de la casa de su madre y tía. Fue entonces cuando Sarah tuvo un accidente cuyas consecuencias conllevarían grandes dolores durante toda su vida.

Regresó a París, donde la internaron en un colegio para señoritas. A los 15 años su madre trató de introducirla el mundo de las cortesanas, pero ella se negó. Gracias al Duque de Morny fue admitida en el Conservatorio, primero, y en la Comedia Francesa, después. Debutó en 1862 con “Ifigenia” de Racine. Su carácter volcánico le provocó problemas con la compañía y la abandonó. Por esa época conoció al príncipe de Ligne, del que se enamoró, y del cual tuvo un hijo, Maurice. Para poder criarlo se puso a trabajar en lo de su madre –que había tenido ya más hijas de padres desconocidos.

Tres años más tarde triunfó en el teatro con “Las Mujeres Sabias” de Molière. Pero la fama le llegó haciendo por primera vez un papel masculino. Y entonces llegó la guerra franco-prusiana, dedicándose a cuidar enfermos en el Odéon. Con la caída de Napoleón, regresó Victor Hugo a París, que la eligió para representar Hernani y Ruy Blas. Regresaba así a la Comedie Francaise como una estrella. Así la recibió un joven Oscar Wilde en Londres, uno de los pocos que no se acostó con ella. Sí lo hicieron el mismo Víctor Hugo, Gabriel d´Anunzzio, el Príncipe de Gales, o el griego con el que se casó: Aristides Damala, hijo de un armador ateniense, morfinómano y mal actor, además de malhumorado marido infiel, eclipsado por el éxito de ella. Nunca se divorciaron, pero se separaron para siempre cuando Sarah se fue a América.

En América ganó una fortuna –tenía que pagar su ruptura de contrato con la Comedie Francaise- además de pagar la adicción al juego de su hijo Maurice y 25 años de alquiler de un teatro para sí misma.  No obstante, su éxito profesional era tal –cruzó Estados Unidos en un tren exclusivo para ella de siete vagones con monos y leopardos- que recibió la Legión de Honor de Francia. Un año después le amputaron su pierna derecha, herida desde la infancia en Bretaña.  Se cayó haciendo la Tosca de Puccini y acabó sin pierna. Eso no le impidió seguir trabajando.

Ella, especialista en interpretar naturalmente la muerte, sin sobreactuaciones  –y dada a lo gótico hasta el punto de dormir en un ataúd- murió agotada, once días después de un desmayo,  mientras rodaba una película en su propia casa, en brazos de su hijo Maurice-. Era ya el año de 1923. La divina Sarah, como era conocida, fue enterrada en el espacio 844 del cementerio de Père Lachaise, acompañada por 150,000 personas.  Cinco años después sería enterrado en la misma tumba su hijo Maurice.

 

 

 

 

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