SIMON WILDER
Como judío, la ciudad donde crecí y viví siempre se siente cada vez menos cómoda.
He vivido siempre en Londres. Crecí cerca de la calle Baker y fui a la escuela en Camden. Incluso cuando estaba en la universidad en Kent, vivía en Islington y viajaba a diario. Hace cinco años me mudé a Belsize Park y he estado aquí, el lugar más lindo en que he vivido, desde entonces. No quería quedarme — iba a ver el mundo, pero mi padre murió y mi madre dijo que me necesitaba cerca. Ella lo dijo con un temblor en su voz, así que yo me quedé.
Londres está en mi corazón y en mi sangre pero el viento ha cambiado, como lo hizo para Mary Poppins, y pienso que va a echarme de la ciudad, todo el camino hasta Tel Aviv.
El resultado del referendo no me hizo decidir partir, pero fue un centavo sobre la balanza. Esto ya no se siente más como casa. Puedo pasar demasiado tiempo en Twitter, pero las cosas que la gente dice sobre los judíos e Israel allí me hacen temblar. Ellos se sienten seguros en su odio, y, aún más temible, probablemente lo están.
Hay un tren de pensamiento entre la gente bien pensada en Londres en el momento de que Israel es culpable; que es responsable por todos los males de los palestinos, todos los males del Medio Oriente. “Si no fuera por Israel, dicen, el mundo sería un lugar mejor”. Si vas a una cena puedes escuchar cosas que no habrían sonado poco familiares en la Alemania de la década de 1930. Ellos dicen que sólo son “anti-sionistas” pero ser anti-sionista es ser antisemita. Nadie es anti algún otro país. Nadie cuestiona, digamos, el derecho de Irán a existir.
He votado al laborismo en el pasado, pero estos días en el Partido Laborista hay gente que dice muy a menudo cosas acerca de los judíos como que tienen narices grandes, que controlan los medios de comunicación o que idearon de alguna manera el ataque contra el World Trade Center. Israel está detrás del ISIS, dicen. En las manifestaciones la gente sostiene carteles que dicen que Hitler tenía razón. Esas palabras, exactamente. Mucho del laborismo apenas levanta una ceja.
Si tan solo esas personas que desean mal a Israel, a los judíos, pudieran saber cómo es escuchar su odio — vivir en Londres y escuchar que los judíos son los maestros titiriteros del mundo, que Israel sólo ayuda en zonas de desastre para recoger órganos. Mi padre habría sabido. Él pasó tiempo en la década de 1940 en campos de concentración nazis, porque era judío. Sus padres y hermana fueron asesinados por la misma razón. Mi padre sentiría el mismo escalofrío, y sé — de primera mano — adonde lleva toda esta culpa y odio a los judíos. Si ustedes piensan que exagero, entonces díganme; ¿adónde piensan ustedes que lleva? Puede ser apenas el primer murmullo espantoso, de gente estúpida, pero no terminará ahí.
He estado en Tel Aviv cuatro veces en cinco años, y me parece un lugar de cosas positivas: esperanza, inversión en el futuro, fuerza, paciencia y humor. Este es el motivo por el cual estoy pensando en mudarme.
Una gran sección de la ciudad fue diseñada por emigrados europeos que habían estudiado en el Bauhaus en la década de 1930. Los afortunados arquitectos que se las arreglaron para abandonar Alemania a tiempo, por supuesto. Los edificios tienen raramente más de tres o cuatro pisos y a menudo tienen balcones curvos. Estas son calles adorables para caminar debido a los árboles exóticos plantados cerca, juntos, proyectando sombras frescas.
Durante muchos años hubo un impulso para plantar árboles en el país. Recuerdo, de niño, sacudir latas para ‘Arboles para Israel’. ¿Hay un símbolo mejor que mirar hacia el futuro?
El lunes tuve una cita con la inmigración israelí. Todavía estoy asombrado de descubrir todas las formas en que son generosos con la gente que desea mudarse allí. Israel es tan pro-inmigración como Inglaterra parece ser anti. Ellos proporcionan lecciones de idioma y pagan tu vuelo. Hay concesiones y reembolsos durante años. Ellos te entregan, lo juro, una nueva tarjeta SIM para teléfono celular cuando llegas al aeropuerto Ben Gurión, y habrá un taxi esperando para llevarte a tu nueva casa. Hay una fiesta pública en celebración de los inmigrantes.
Todo lo que hace falta es algún llenado de formulario, un honorario de £50, fotos del pasaporte, un certificado de nacimiento y pruebas de que soy judío. La membresía de una sinagoga lo hará, pero no tengo eso. Hubo algún trabajo de detective rabínico: los nombres en mi certificado de nacimiento fueron entrecruzados con los nombres en la ketubah de mis padres, su contrato de matrimonio. El rabino escribe una corta carta y tienes la prueba. En la primera reunión mi oficial de inmigración, Moran, preguntó si soy mesiánico. No lo soy. Sería un obstáculo inamovible si yo lo fuera, resulta. El asunto entero puede hacerse en seis semanas, si estás más preparado y organizado que lo que estoy yo.
He iniciado el proceso. He saltado al agua y la corriente me está alejando de Londres a Tel Aviv. El agua es cálida. Yo estoy dejando que suceda.
*Simon Wilder es un director de arte, fotógrafo y escritor.
Fuente: The Spectator
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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