ILAN EICHNER WOLOWELSKI
Ante la notoria polarización de las posturas en el panorama político global, especialmente con el impacto que ha tenido la toma de protesta del presidente de los Estados Unidos de América —situación que trabaja como catalizador para agudizar la situación a tratar—, se ha gestado un ambiente ideal para el florecimiento de un antisemitismo camuflado en la herramienta preferida de los detractores del Estado de Israel: el ya afamado antisionismo.
El respetado y egregio profesor Irwin Cotler, ex ministro de Justicia y fiscal de Canadá, trata el tema con una analogía atinada y con ello demuestra que el antisionismo es, en esencia, una expresión del antisemitismo enmarcado en lo políticamente correcto —si es que aquello existe—, le es factible demostrar parte del método efectivo que emplean los enemigos de Israel para crear la ficción de que la autodeterminación del pueblo judío es un peso en contra de la construcción de un mundo justo y democrático.
Cotler se refiere a la mencionada tergiversación como el “lavado” del antisemitismo y señala con claridad la forma en que aquello se produce de manera falaz, aprovechando el cobijo de los reconocidos “valores universales” y, desgraciadamente, con la ciega protección de las Naciones Unidas, la Ley Internacional, la creciente cultura de los derechos humanos y el sólido frente que se construye —cabe decir, a veces sobre simples apariencias— para detener la expansión del racismo.
Desdichadamente, tal “lavado” del antisemitismo —retomando la terminología de Cotler— de manera efectiva logra hacer encajar la deslegitimación del Estado de Israel y del pueblo judío como una parte sustancial del paquete de construcción del “mundo libre y plural”. De forma muy exitosa se logra que Israel haga las veces del enemigo de la cosmovisión occidental postmoderna. Desde luego, la estrategia en cuestión, puesta en práctica por los activistas anti-Israel, consiste en un claro mancillamiento de los valores en que ella misma se esconde, y desde luego, en el desprestigio de las instituciones y las leyes internacionales.
Para sustentar lo anterior, es adecuado hacer mención de el hecho de que el Estado de Israel, —único país judío del mundo, al igual que la única democracia en Medio Oriente— ha sido condenado por las Naciones Unidas en más de doscientas veinte ocasiones mientras que Estados que incurren en más violaciones a la Ley Internacional y en un sinnúmero de violaciones a los derechos humanos rara vez son condenados.
Verbigracia de lo anterior es que el régimen sudaní —cuyo presidente está en el poder desde mil novecientos ochenta y nueve—, responsable de más de dos y medio millones de muertes ha sido condenado tan solo en cuarenta y cinco ocasiones. Encuéntrese otro valioso ejemplo en que Arabia Saudita, país en el que se admiten como penas la lapidación, la mutilación, los azotes, la horca y demás formas de tortura, preside el comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Por más surreal que parezca, un país en el que las mujeres no pueden conducir por Ministerio de Ley tiene la batuta de los derechos humanos en las Naciones Unidas, mismo órgano que condena enérgicamente —con un lavado antisemitismo— al único Estado Judío del mundo.
Respecto del panorama de la Ley Internacional, es menester recuperar uno de los más valiosos ejemplos para ilustrar la forma absurda en que el Estado de Israel es señalado, mismo que utiliza el maestro Cotler para fortalecer su argumentación, señalando la manera en que en diciembre de dos mil quince, los Estados miembro de la Convención de Ginebra llevaron a Israel al estrado buscando y logrando condenarlo sin prueba fehaciente por una serie de presuntas violaciones a la Ley internacional en materia de derechos humanos. El suceso fue la tercera vez en cincuenta años que cualquier Estado ha sido condenado en esos términos, desde luego, las dos condenas anteriores son igualmente contra el Estado de Israel. Coméntese que los Estados con mayor reincidencia en violaciones a los derechos humanos (i.e.: Siria, Nigeria, Camboya, China, Arabia Saudita, Rusia) siguen y continuarán impunes.
Abordando la manera en que se disfraza —se lava— el antisionismo de una causa loable en el nicho de la cultura de los derechos humanos, puede apreciarse la manera en que el único Estado Judío en el mundo es señalado constantemente por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, cuya tarea principal es la promoción de los derechos humanos conforme a lo establecido en la carta fundacional de las Naciones Unidas, mandato con el que evidentemente no cumple, regularmente señala a Israel como un ferviente violador de los derechos humanos, cosa que no es cierta.
Resulta absurdo que de manera reiterada en la orden del día del organismo en cuestión, adscrito a las Naciones Unidas, existe un tratamiento permanente, sesión tras sesión, a un tema que han denominado —de manera arbitraria y parcial— “violaciones de Israel a los derechos humanos en los Territorios Palestinos Ocupados”, irónicamente seguido por un punto al que llaman “violaciones a los derechos humanos en el resto del mundo”. Destáquese la manera en que el único Estado Judío del mundo es señalado y condenado sin garantía de audiencia rutinariamente. ¿Qué importancia puede tener la falsedad de las acusaciones si Israel es condenado incluso antes de iniciar la audiencia?
Una y otra vez, a medida que los encuentros de tal comité tienen lugar se condena falsamente al país que tiene al ejército con el mayor estándar moral del mundo —Israel— de conformidad con lo dicho por el General Martin Dempsey de los Estados Unidos de América o Richard Kemp del Reino Unido, al igual que muchos otros militares de alto rango en Canadá y Japón. En paralelo, se pasan por alto las múltiples violaciones a los derechos humanos en otras latitudes, por ejemplo en Siria, Chad, Argelia, China, Rusia, Cuba, Vietnam, Arabia Saudita e incluso Irán y Pakistán.
Anótese, a su vez, la manera en que el fenómeno descrito se manifiesta en la lucha universal contra el racismo: etiquetando a Israel como un estado apartheid, contradictoriamente invitando a los detractores del Estado Judío a luchar contra la falaz situación nada más y nada menos que discriminando y boicoteando a Israel. Irónico pero cierto. Cabe mencionar que el mismo Kenneth Meshoe —político y legislador sudafricano— ha reiterado en varias ocasiones que “comparar Israel con Sudáfrica es insultar nuestro sufrimiento y es mentir”. Siendo menester también hacer hincapié en que el apartheid es un crimen considerado en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, honorable tribunal ante el que —por fortuna— ninguna acción acusando a Israel de incurrir en aquella conducta ha prosperado.
Sin perjuicio de todo lo anterior, debe considerarse que lo preocupante de la situación descrita no es solamente el “lavado del antisemitismo” sino el hecho de que aquello se haga apelando a los valores sobre los que se ha construido la cultura occidental —de la que se ha generado la noción de lo políticamente correcto—, situación que es denigrante para aquellos valores en sí mismos.
Cabe hacer alusión, por último, al hecho de que por regla general, el antisionista es también un antisemita, situación que debe encararse desenmascarando su verdadera postura. Se debe tener en cuenta que el antisionista utiliza como principal instrumento para su cometido el método del “lavado” que se ha descrito y ha de tenerse presente que actualmente ser antisionista cae dentro de lo aprobable en el frágil e inestable panorama de lo políticamente correcto.
Lo anterior se encuentra bastamente sustentado en lo dicho hasta ahora, pero se fortalece a la luz de que el que levanta la bandera del antisionismo considera que todos los países del mundo tienen legitimidad y derecho de existir, excepto uno: el Estado del pueblo Judío. A la luz de lo anterior, resulta importante destacar el hecho de que el antisionista se escuda en no tener problema alguno con los judíos, sin embargo, tal planteamiento carece de toda lógica toda vez que la absoluta mayoría de los trece millones de judíos sobre la faz de la Tierra se proclama sionista.
Fuente: Cotler Irwin. “The Laundering Of Anti-Semitism through Universal Public Values”. Jerusalem Post. (2015)
Disponible en < https://www.jpost.com/Opinion/The-laundering-of-anti-Semitism-through-universal-public-values-403144>. Consultado el veinticinco de enero de dos mil diecisiete.
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