ANTONIO FONTANA
Jaballa Matar fue una de las figuras más destacadas de la oposición a Gadafi. Tras ser secuestrado en El Cairo en marzo de 1990, la policía secreta egipcia se lo entregó al dictador libio, quien lo confinó en la prisión de Abu Salim, en Trípoli. Era «La Última Parada», el lugar al que el régimen enviaba a aquellos que quería olvidar. Allí se le pierde el rastro.
Su hijo, Hisham Matar (Nueva York, 1970), autor de las novelas «Solo en el mundo» e «Historia de una desaparición», escribe sobre esa herida y sobre cómo el más tenue rayo de esperanza («quizá mi padre no estuviese muerto») choca contra la salvaje realidad: «Estaba claro que le habían pegado un tiro, lo habían ahorcado, lo habían matado de hambre o como consecuencia de la tortura». Un desgarro con forma de memorias, eso es «El regreso». La reconstrucción -hasta donde resulta posible- de los últimos pasos de Jaballa Matar.
Pregunta:«El regreso» no es sólo una vuelta a Libia, también es una vuelta al pasado en busca de su padre. ¿Un libro sobre la memoria?
Respuesta: La verdad es que sí, pero también es en parte un libro sobre cómo recordamos y cómo lo que conocemos o desconocemos del pasado altera el presente.
P: David Remnick, el director de «The New Yorker», le encargó un artículo para el semanario. Así nacieron las primeras páginas de «El regreso». Usted describe aquel texto como «la primera palada en el pozo». ¿Ha sido su libro más difícil?
R: Los libros de un escritor son su destino. Y rezas por encontrar un libro que sea mejor que tú. Este lo percibí como un caballo fuerte que podía galopar, ir campo a través, subir pendientes empinadas, vadear ríos rápidos, pero también pasear elegantemente a medio galope por las avenidas. Sentí que su conocimiento y apetitos excedían los míos. Yo siempre estaba tratando de darle alcance. Me enseñó mucho. La paradoja, dada la naturaleza del material, es que la escritura del libro fue tremendamente vivificante.
P: Cuando vivía en Europa, su padre llevaba siempre consigo una pistola. Antes de meterse en un coche, les pedía a ustedes, su familia, que se alejaran, se arrodillaba y miraba bajo el chasis. ¿Creció usted con miedo?
Como dice el protagonista de una de mis novelas, «nada es más aceptable que aquello en lo que nacemos». Sin embargo, quizá no hay nada más inquietante. Pero no seamos drásticos: había miedo, sí, pero también había mucho más. Muchas cosas maravillosas. Una de las preocupaciones de «El regreso» es mostrar ese complejo repertorio que puede tener una vida modesta, una vida que en realidad no es tan espectacular.
«Un asesinato tan caótico e inhumano como el de Gadafi tuvo poco que ver con la justicia y mucho que ver con la venganza»
P: Usted vivió varios años bajo una identidad falsa. ¿Cómo es vivir así?
Era joven. Tenía quince años. Al principio era un juego. Incluso lo disfrutaba. Pero después me depositó en un lugar muy solitario.
Tras tomar Gadafi el poder se formaron comités revolucionarios para castigar a los disidentes y los críticos con la dictadura fueron ejecutados. ¿Se había desatado la locura Sí, pero el problema con la palabra «locura» es que no nos ayuda a comprender lo ocurrido. Gadafi vino con una época de optimismo. La oscuridad que usted describe fue avanzando poco a poco, en un periodo de unos diez años.
P. La dictadura intentó comprar a su padre, intimidarlo. ¿Cómo era Jaballa Matar?
Para mí es imposible responder eso. Pero la imposibilidad es interesante. ¿Por qué no puedo describir a mi padre? Esa es probablemente la razón de que escriba sobre él. Escribir, o lo que siempre me ha interesado de escribir, es la relación con lo indescriptible.
P. La policía secreta egipcia entregó a su padre a Gadafi después de secuestrarlo en El Cairo en marzo de 1990. ¿Cree que contaba con ello?
No era ingenuo. Conocía los peligros. Los conocía y sospecho que los aceptaba. Nada de esto, huelga decirlo, hace que lo que ocurrió resulte más fácil.
P. Meses antes de ser secuestrado, su padre, en compañía de sus hombres, planeaba entrar en Libia y derrocar al régimen, pero a usted sólo le contó que se iba al Chad. ¿Qué perseguía no diciéndole la verdad?
Supongo que fue su forma de decir adiós.
«Los asesinos de Gadafi no eran combatientes preparados ni policías o militares. ¿De verdad podíamos esperar algo diferente?»
P. Su padre estuvo en la prisión de Abu Salim, «La Última Parada», al menos desde marzo de 1990 hasta abril de 1996; después, su rastro se pierde. Si lo tuviera delante, ¿qué es lo primero que le diría?
Le tomaría la mano, lo abrazaría. ¿Palabras? Al infierno las palabras.
P. ¿Qué siente al pensar en su padre? ¿Rabia? ¿Impotencia?
Amor.
P. ¿Será capaz de perdonar algún día?
El perdón, que es una cuestión profundamente privada, no es, como algunos piensan, una empresa pasiva. Requiere un proceso que debe incluir cosas como los hechos completos, un proceso legal justo, un reconocimiento de culpa, una comprensión auténtica por parte de los autores de las consecuencias de sus acciones, una muestra de remordimiento genuino, etcétera. Y aunque estas cosas no pueden garantizar el perdón, desde luego abren la puerta a ello.
P. ¿Gadafi se merecía un final tan sangriento?
El acto fue contrario a los principios de la Revolución del 17 de Febrero; contrario al gobierno de la ley y la democracia. Un asesinato tan caótico e inhumano, porque eso es lo que fue, tuvo poco que ver con la justicia y mucho que ver con la venganza. Fundamentalmente, fue una oportunidad perdida para demostrar lo diferente que iba a ser la nueva Libia. Sin embargo, por más firme que deba ser nuestra condena de cualquier acto de inhumanidad, y tal vez particularmente cuando se ejerce contra nuestro enemigo, también debemos comprender, no con el fin de exonerar sino de entender, las pasiones de ese grupo de hombres jóvenes que, después de días de combates, se encuentran con su principal torturador oculto en una alcantarilla. Ellos no eran el Estado. No eran combatientes preparados ni policías o militares. ¿De verdad podíamos esperar algo diferente?
«Rezas por encontrar un libro que sea mejor que tú»
P. Sobre los islamistas leemos en «El regreso»: «Esta gente quiere un país sin arte, sin conferencias, sin cine. Un páramo vacío». En su opinión, ¿cuál es la causa del auge de la yihad?
Esas no fueron mis palabras, sino las palabras de un personaje del libro. Su veredicto podría ser cierto o no. En cuanto al extremismo, lo que puedo decir es que es mucho menos ideológico de lo que aparenta. Está predominantemente interesado en cosas mundanas como el dinero y el poder.
P. Su familia abandonó Libia en 1979. Usted nació en Nueva York y en su largo exilio pasó por Nairobi, El Cairo, Roma, Londres y París. ¿Dónde está su hogar?
La mayor parte del tiempo, en un pequeño apartamento en el oeste de Londres donde mi mujer y yo tenemos nuestros libros y fotos.
P. «Soy un extranjero y siempre lo seré». ¿Se reconoce en esta frase de Jean Rhys?
Sí. A veces sí. Pero tiene que recordar que el hombre que escribió el libro no es exactamente el mismo hombre al que dirige sus preguntas.
Fuente:cciu.org.uy
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