NICHOLAS KRISTOF
Algunas veces, este periódico ha sucumbido vergonzosamente al tipo de tácticas de miedo xenofóbicas que el Presidente Donald J. Trump ahora trata de convertir en políticas estadounidenses.
En 1875, The New York Times advirtió seriamente que demasiados inmigrantes irlandeses y alemanes (como los Trump) podrían “despojar a los estadounidenses de nacimiento y ascendencia de la pequeña porción que aún retienen” de Nueva York.
En 1941, The Times afirmó en un artículo de primera plana que los judíos europeos que desesperadamente buscaban visas estadounidenses podrían ser espías nazis. En 1942, al tiempo que japoneses- estadounidenses eran llevados a centros de detención, The Times insinuó de manera entusiasta que los detenidos emprendían felizmente una “aventura”.
Tomamos malas decisiones cuando tememos a inmigrantes que vemos como “los otros”. Es por eso que estadounidenses quemaron vivos a católicos irlandeses, vetaron a los chinos durante décadas, negaron visas a la familia de Anna Frank y detuvieron a japoneses-estadounidenses. Y sí, The New York Times participó algunas veces en esa locura.
Sin embargo, hoy no seremos parte de ello.
Trump firmó una orden ejecutiva que suspende los programas de refugiados y está dirigida a musulmanes de ciertos países. Es hipócrita de parte de Trump ser la encarnación de la hostilidad para los inmigrantes, ya que su propia familia padeció el sentimiento antialemán y fingió ser sueca. Pero me siento indignado por una razón más personal , ya lo explicaré.
Kirk W. Johnson, un ex funcionario estadounidense de ayuda humanitaria en Iraq, teme que esa orden ejecutiva vetará a los intérpretes militares que han derramado sangre por los Estados Unidos, y a quienes les hemos prometido la entrada.
Me contó sobre un traductor, apodado “Homeboy”, que corrió entre el fuego cruzado para rescatar a un soldado estadounidense herido, y luego recibió un disparo. “Homeboy” apenas sobrevivió, pero perdió una pierna -y, mientras se recuperaba, una granada fue lanzada a su hogar por insurgentes furiosos porque había ayudado a estadounidenses.
Tras años de un proceso de investigación de antecedentes, se le aprobó a “Homeboy” una visa para intérpretes que ayudaron a Estados Unidos. ¿Acaso Trump realmente quiere traicionar a esas personas que arriesgaron más por Estados Unidos de lo que él jamás lo ha hecho?
No obstante, si el miedo y la inconsciencia nos han llevado regularmente a poner a los refugiados en la mira, también hay otro aspecto que permea la historia estadounidense. Se refleja en la bienvenida que recibió alguien a quien admiro profundamente: Wladyslaw Krzysztofowicz.
Criado en lo que entonces era Rumania y ahora es Ucrania, Krzysztofowicz fue encarcelado por la Gestapo por ayudar a un espía antinazi para Occidente. Su tía fue asesinada en Auschwitz por espionaje similar, pero él fue liberado con un soborno. Cuando llegaba a su fin la Segunda Guerra Mundial, huyó de su hogar cuando caía en manos de los soviéticos.
Tras su detención en un campo de concentración yugoslavo, logró llegar a Italia y luego a Francia, pero no pudo obtener un permiso de trabajo, y pensó que ni él ni los hijos que podría tener en un futuro llegarían a ser aceptados por completo en Francia.
Así que soñó con viajar a E.U, que escuchó que estaba abierto para todos. Consideró un matrimonio falso con una mujer estadounidense para obtener una visa, pero eso se vino abajo.
Finalmente, conoció a una mujer estadounidense que trabajaba en París que convenció a su familia en Portland, Oregon, y a la iglesia a la que asistían, la Primera Iglesia Presbiteriana de Portland, de apadrinarlo.
Cuando Krzysztofowicz se hallaba en la cubierta del barco Marseille, que se aproximaba al Puerto de NY en 1952, una mujer de cabello cano de Boston platicó con él y citó las famosas líneas de la Estatua de la Libertad, “dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres, vuestras hacinadas masas anhelantes de respirar libertad…”.
Fue esa inclusión lo que lo sorprendió y le despertó un amor por E.U que transmitió a su hijo.
La iglesia respondió por Krzysztofowicz aunque no era presbiteriano, aunque era un europeo oriental en una época en que el bloque comunista planteaba una amenaza existencial para E.U.
Tras llegar a Oregon, decidió que el apellido Krzysztofowicz era impráctico para los estadounidenses, así que lo abrevió a Kristof. Él era mi padre.
Recientemente, regresé a la Primera Iglesia Presbiteriana para agradecer a la congregación por haberse arriesgado a apoyar a mi padre, que murió en el 2010. Y me da gusto anunciar que la iglesia busca apadrinar a una familia de refugiados este año.
Señor Presidente, por favor recuerde: éste es un país construido por refugiados e inmigrantes, sus ancestros y los míos. Cuando los vetamos y los denigramos, deshonramos nuestras raíces.
Fuente: www.reforma.com
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