ANDREA BONZO
Ahmadreza Djalali está detenido desde hace 9 meses en Irán, acusado de ser un espía. Podría ser ejecutado en dos semanas, pero se declaró inocente y comenzó una huelga de hambre. Su esposa y sus colegas lanzaron una campaña internacional de movilización.
El médico e investigador iraní Ahmadreza Djalali, de 45 años, fue detenido el 24 de abril de 2016, durante una visita para dar clases en la universidad de Teherán.
Las acusaciones -ser un espía y representar una amenaza para la seguridad nacional- nunca fueron detalladas formalmente. Pero sí lo fue la condena: la pena capital, que podría ejecutarse en las próximas dos semanas.
Desde ese 24 de abril la esposa de Djalali, Vida Mehrannia, vive días de angustia. Aunque recién en los últimos días, tras la confirmación de la condena, se animó a denunciar públicamente la situación del marido. “Teníamos miedo que le hicieran algo”, contó a Infobae desde Estocolmo, donde Djalali se doctoró y vivía junto a Vida y los dos hijos de 5 y 13 años. “Las autoridades nos pidieron no hablar”, recuerda.
Por eso, ni siquiera los colegas más cercanos estaban al tanto de lo que estaba ocurriendo: cuando en mayo Djilali no se presentó a trabajar en el Centro de Investigación en Medicina de Desastres (Crimedim) de la Universidad del Piemonte Orientale, en Italia, los compañeros intentaron contactarlo. “Le mandamos unos mails pero no nos respondió. Nos pareció muy raro”, cuenta a Infobae el director del Crimedim, Francesco Della Corte. “Unos días después la esposa nos contestó que había tenido un accidente de tránsito y que estaba grave. Recién en octubre nos reveló la verdad”.
La actitud de Mehrannia, tal vez insólita a primera vista, es, al contrario, comprensible. Según activistas de los derechos humanos iraníes consultados para esta nota, en este tipo de casos es común que las familias prefieran no denunciar las detenciones para no empeorar la situación de los presos, mientras las autoridades del régimen ganan tiempo alimentando falsas esperanzas, aún cuando el destino del imputado ya fue decidido en juicios poco transparentes y sin garantías.
Pero en los últimos días una evolución alarmante en el caso de su marido hizo que Mehrannia rompiera su silencio: hace 5 días el juez Abolghasem Salavati, del Tribunal de la Revolución, confirmó que Djalali, tras el juicio, será condenado a la pena capital. Y para el día de la ejecución faltan apenas dos semanas.
“Irán está equivocado”, se desespera ahora Vida, quien asegura que su marido fue amenazado y obligado a confesar un crimen que nunca cometió. “Él era sólo un brillante investigador -con dos doctorados, un máster, 46 publicaciones- que trabajaba para darle salud y seguridad a la gente. Su lugar no es la cárcel, es la Universidad”.
Huelga de hambre
Tras su detención, Djalali fue encerrado -sin un juicio previo- el la cárcel de Evin en Teherán, conocida por ser una de las más duras del país persa.
“Lo pusieron en la sección 209, que está bajo el control del ministerio de Inteligencia”, explica Vida. “Durante tres meses estuvo aislado, sin poder hablar con nosotros”, agrega. Hasta que le permitieron hacer una llamada telefónica al mes. De dos minutos de duración. Durante todo ese tiempo Djalali tampoco pudo contar con la asistencia de una abogado.
Finalmente lo trasladaron a otra sección de la cárcel (la número 7) junto con otros prisioneros, y ahí pudo pedir un defensor. Aunque, cuenta Mehrannia, éste no puede tener acceso al expediente de la causa y el juez ya comunicó que va a prohibir su participación en el juicio.
El 26 de diciembre, cuando le dijeron que sería condenado a la pena de muerte, Djalali comenzó una huelga de hambre. “Perdió 20 kilos en 40 días”, dice Vida.
Ahmadreza Djalali prefiere dejarse morir antes que ser ejecutado injustamente. “Les dijo: no voy a aceptar jamás esta condena. Yo soy un simple investigador”, relata su esposa.
La opinión de los colegas y los llamados internacionales para su liberación
Quienes trabajaron con Djalali -investigadores de todos los rincones del mundo- lo describen como una persona amable y tranquila, además de excelente investigador. Todos concuerdan que nunca estuvo interesado en las cuestiones políticas de su país, ni se mostró crítico con el régimen teocrático de Khamenei. Al contrario, según Luca Ragazzoni, un investigador que trabajó durante 4 años codo a codo con Djalali, “volvía muy seguido a Irán y, si bien era una persona totalmente cosmopolita, se sentía muy vinculado a su país, quería ayudar desde su especialización”.
Della Corte tiene la misma impresión que Ragazzoni: “lo acompañamos dos veces en Irán y nunca notamos problemas entre él y las instituciones”, dice. “Era un excelente científico, enseñó en nuestro máster y en otro sobre la gestión de las emergencias médicas posteriores a los desastre nucleares. Esos eran los temas que le interesaban”, explica el médico italiano.
Durante su labor en el Crimedim, Djalali estuvo involucrado en alrededor de 10 proyectos, algunos de los cuales fueron financiados por la Unión Europea. Y siempre trabajando con equipos internacionales. De hecho, varios compañeros sospechan que a causar su detención podría haber sido su participación en proyectos junto a científicos originarios de países enfrentados con Irán.
Esa misma comunidad científica internacional es la que en las últimas horas se movilizó para la liberación de Djalali. Una petición para pedir su liberación recogió en poco tiempo 27 mil firmas, mientras sus compañeros comenzaron una recaudación de fondos y abrieron una página en Facebook para sensibilizar la opinión pública con el hashtag #freeahmadreza.
Este viernes el rector de la Universidad del Piemonte Orientale abrió la ceremonia por el comienzo del año académico con un llamado para su liberación. El caso llegó también a las instituciones de Italia y el lunes parlamentarios de ese país se reunirán con el embajador iraní en Roma. También, se informó a la alta representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Federica Mogherini.
Gracias al cosmopolitismo típico del mundo científico, el caso trascendió rápidamente también a Bélgica y Suecia, donde Djalali se doctoró en medicina de los desastres en 2009, en el prestigioso Karolinska Institutet. El primer ministro sueco, Stefan Löfven, también fue informado de la cuestión y todos esperan que durante la visita oficial a Irán que emprenderá el próximo fin de semana pida explicaciones por el caso. “Es nuestra última oportunidad”, asegura Mehrannia.
También, fueron alertadas las principales asociaciones internacionales de los derechos humanos.
Según Mahmood Amiry-Moghaddam, de la ONG Iran Human Rights, el caso de Ahmadreza Djalali puede todavía tener un desenlace positivo. “Cuando las autoridades iraníes se dan cuenta que el mundo los está observando suelen ser sensibles”, explicó en una entrevista.
Aunque no hay que hacerse demasiadas ilusiones con un país en el que, según la ONG, hubo entre 500 y 1000 ejecuciones en los últimos seis años, 87 -jóvenes, en gran mayoría- sólo en enero. Se trata, a pocos meses de las elecciones presidenciales del 17 de mayo, de la tasa de ejecuciones -una cada 8 horas y media- más alta en los últimos 20 años. Pero el mundo, tras el acuerdo nuclear y el surgimiento de nuevas amenazas como ISIS, ya no juzga al régimen persa con la misma severidad de antes. “Nunca hubo tan pocas reacciones”, denuncia Amiry-Moghaddam.
La esperanza de todos es que esta vez sean suficientes para salvar la vida de Ahmadreza Djalali.
Fuente: Infobae
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