IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – No. No se puede poner en riesgo lo que no existe.
La postura de la Unión Europea y la ONU respecto al tema de los “asentamientos” judíos en Cisjordania, y su insistencia en que “ponen en riesgo la solución de dos estados y el proceso de paz” es una de los cosas más bizarras y difíciles de entender que he visto en materia de diplomacia y política internacional.
Estamos hablando de un posicionamiento político que genera más comentarios, críticas e incluso acciones que los 400 mil muertos de la guerra civil en Siria. Lo digo porque es relativamente frecuente que la Unión Europea o los organismos de la ONU emitan declaraciones oficiales al respecto, promueven el etiquetado de productos israelíes, e incluso inviten a decenas y decenas de países a participar en conferencias rimbombantes que buscan encontrar “soluciones” al aparente estancamiento en el proceso de paz israelí-palestino, generalmente achacado a la siempre condenable e injustificable manía de construir casas para judíos. Los ataques terroristas palestinos, el discurso incitador, los millones de dólares que se gastan becando a los terroristas o a sus familias, los libros de texto infantiles en los cuales se invita a los niños abiertamente a seguir luchando para destruir a Israel, eso puede no mencionarse. Suponemos que, incluso junto y acumulado, no es tan grave como construir casas.
Lo que me sorprende es que que se intenta rescatar algo que no existe. Algo que hace mucho que dejó de ser abstracto y se volvió, simple y llanamente, irreal.
¿Qué es lo que impide que se implemente la solución de dos estados? Antes que otra cosa, la incapacidad palestina para hacer viable su propio estado. Sus diferencias internas, los impresionantes niveles de corrupción entre sus líderes, y la terrible incapacidad de establecer instituciones viables, hacen que hoy por hoy un estado palestino esté destinado al absoluto fracaso. Y los propios palestinos lo saben.
El primer y más grande problema que enfrentarían sería la pérdida del estatus de “refugiados” de más de cinco millones de personas, y con ello la pérdida de millones de dólares en ayudas. Y es obvio que los líderes palestinos no están dispuestos a pagar semejante precio sólo por implementar la solución de dos estados.
Los refugiados palestinos son un negocio demasiado grande para mucha gente en la ONU y en la Autoridad Palestina. Por lo tanto, no van a prescindir de ellos tan fácilmente concediéndoles una ciudadanía.
En otro ámbito, los palestinos tampoco han tomado medidas reales para llegar a la solución de dos estados (ni las tomarán) porque, en realidad, no creen en eso. Hablar de “dos estados” implica el reconocimiento oficial –y todos los compromisos que de ello emanan– de Israel como estado libre y soberano del pueblo judío. Y, tal y como lo han proclamado siempre, los palestinos no están dispuestos a aceptarlo. Su lucha real es por la destrucción de Israel, porque ese es su verdadero concepto de “ocupación de tierras palestinas”.
Por eso es que desde 1993, hace ya casi un cuarto de siglo, que los palestinos no han firmado un solo compromiso de ninguna índole. Han exigido, por supuesto, cualquier cantidad de cosas. Muchas se les han concedido, pero ni siquiera así se les ha convencido de que vuelvan a la mesa de negociación.
En ese aspecto, hay que decir que los gobiernos israelíes han sido bastante torpes en el manejo de esa realidad. No por gusto propio, por supuesto, sino como parte de una torpeza (podría usar palabras más altisonantes, pero por decoro me abstendré de ello por el momento) internacional demasiado arraigada, sobre todo en Europa.
Es una lógica perversa: “espera, aguanta, resiste, contente, no reacciones” son las instrucciones que la ONU y líderes europeos tan patéticos e ineptos como Hollande suelen decirle a Israel todo el tiempo. Cuando llegan al nivel de patéticos –como Obama y Kerry–, la exigencia se incrementa: “ríndete”.
¿Para qué? Supongo que para caerle bien a los palestinos. Pero ¿para qué? Lo único que se ha logrado es un estancamiento absoluto en las dinámicas políticas de la zona (nótese que ya ni siquiera me refiero al proceso de paz, sino a la relación general entre palestinos e israelíes), en donde la regla es que a Israel se le obliga a mantenerse pasivo, y los palestinos no dan ningún paso decisivo hacia la paz. Al contrario: continúan con su discurso incitador a la violencia, aplican estrategias violentas cada vez que pueden o que se les ocurre, y cuando son sometidos a las contundentes respuestas militares israelíes, entonces chillan y mueven a Europa y a la ONU a regresar al discurso de “contente, espera, aguanta, resiste, no reacciones, ríndete”.
Y así llevamos ya casi 24 años.
La vieja regla empresarial dice que si quieres obtener resultados distintos, hagas cosas distintas. Israel está aprovechando una nueva coyuntura internacional no necesariamente más favorable, pero sí menos sofocante gracias no tanto a la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, sino a la salida de Barack Obama.
Son medidas controvertidas y discutibles, porque no son sencillas. Comienzan con la aprobación de una ley que permitirá anexar territorio comunmente llamado “palestino”, y ya medio mundo se ha quejado de eso.
Por supuesto, la queja es que eso “daña la solucion de dos estados”. Solución que, en términos reales, no existe ni es posible, pero –por sorprendente que parezca– las medidas israelíes la dañan. Aunque no sea real ni exista ni sea posible.
Parece mentira que con tanta facilidad la comunidad internacional esté dispuesta a mantener una situación que, al final de cuentas, sólo daña a los palestinos, y que se ha perpetuado durante casi 70 años.
Si no estuviera convencido de que el asunto es complejo y merece más análisis, llegaría a la conclusión de que todo el mundo odia a los palestinos. Los han permitido mantener un juego que no les ha traído ningún beneficio, y nadie parece tener interés en que las cosas cambien.
Israel, por su parte, tiene que cuidar sus propios intereses. El territorio que podría anexionarse es palestinos sólo en el imaginario de la gente. No existe ningún fundamente histórico ni legal para sustentar la identidad palestina de esos lugares, y en la práctica están habitados por judíos. De acuerdo a las resoluciones de la ONU, son territorios en litigio, y de acuerdo a los dictámenes de la Corte de Versalles (la única que se ha tomado la molestia de investigar la situación legal de la zona para emitir sentencias en un juicio concreto), la única entidad que tiene la identidad jurídica que le permite “ocupar” legalmente esa zona es Israel.
Aunque todavía falta ver qué va a pasar con el proyecto de ley para anexar los asentamientos en Cisjordania, la coyuntura puede convertirse en una ventaja si se sabe aprovechar. Pero, para eso, habría que esperar que los palestinos reaccionaran, se sentaran a la mesa de negociación y por una vez en la vida tomaran decisiones concretas y efectivas hacia una solución.
Personalmente, creo que no lo van a hacer. Se ha dicho –y con toda la razón del mundo– que los palestinos nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad.
Seguramente, se van a quedar quietos y van a querer tomar medidas cuando Trump –que no oculta su antipatía por ellos– ya esté bien asentado en el poder, y cuando quizás Hollande, ese tonto inútil buen amigo de los palestinos, también ya sea historia y el poder en Francia tal vez lo haya ganado Marion Le Pen, otra persona que no les va a tener demasiadas consideraciones.
Es decir: los palestinos están en problemas.
Y, como de costumbre, ni siquiera saben cómo se maneja la situación. Menos aún, cómo se pueden plantear soluciones que realmente los beneficien.
El pronóstico para ellos no es bueno, y mientras más se tarden en reaccionar seguirá empeorando.
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