¿Por qué el hombre es “un árbol del campo”?

En numerosos pasajes, la Torá compara al hombre con un árbol:

“El hombre es como un árbol del campo…” (Deuteronomio 20:19)
“Los días de los árboles, serán los días de mi pueblo” (Isaías 65:22)
“Será como un árbol plantado junto al agua” (Jeremías 17:8)

¿Por qué? ¿ Acaso se parecen espiritualmente un árbol y una persona?

Según nuestros sabios, son muchas las semejanzas. Sin embargo retomaremos una particular: Tanto el hombre como el árbol necesitan de los cuatro elementos para sobrevivir. A continuación veremos cómo cada elemento simboliza un aspecto necesario en la vida espiritual del hombre y en la existencia material del árbol.

Suelo:

Un árbol necesita el suelo para que sus raíces crezcan. La tierra no es sólo una forma de adquirir alimento, su función más importante para el árbol es darle sustento, sujetar firmemente sus raíces.

La persona también necesita quien lo sostenga. El Talmud nos dice que una persona cuya sabiduría excede sus actos buenos “es como un árbol cuyas ramas son más grandes que sus raíces. Vendrá el viento y lo arrancará de la tierra”.

En cambio compara a una persona cuyos méritos son mayores que su sabiduría con un árbol cuyas raíces son más grandes que sus ramas. Vendrá el viento y no podrá tirarlo “Inclusive si todos los vientos del mundo se juntan y soplan contra él, no podrán moverlo de su lugar” (Padres 3:22)

La verdadera fortaleza es interna, en la Torá el sustento real que va a hacer a la persona resistir las vicisitudes de la vida es su bondad, actuar como es debido y correctamente.

Aparte, también se compara a las raíces con la tradición y la herencia, con la Torá, porque sólo nuestra casa, nuestra tradición puede proveer de ese suelo firme y seguro que necesitamos para saber que actuamos correctamente.

Agua:

El árbol necesita del agua para para poder transportar los nutrientes de las raíces a las ramas, para poder disolverlos y alimentarse. Sin agua no puede hacer las reacciones químicas necesarias, se seca y muere.

La Torá es continuamente comparada con el agua. Es lo que le da sentido al ser humano, lo que alimenta su espíritu, lo que permite que sus potenciales sean explotados y lo que le da conocimiento de Dios. Es lo que transporta sus nutrientes espirituales.

Tanto la lluvia como la Torá bajan del cielo y alimentan a todo ser vivo, al sediento y al necesitado. Los ríos y la Torá señalan nuestros caminos.

Aire:

Un árbol necesita aire para sobrevivir. El aire le da oxígeno que usa para hacer la respiración y dióxido de carbono para hacer la fotosíntesis. Ambos elementos se encuentran en un balance justo dentro del aire. En una atmósfera donde los gases estuvieran desbalanceados el árbol se sofocaría y moriría.

Lo mismo es con la persona, por más que uno tenga sus raíces firmes, claridad en lo que busca y alimento continuo, si el ambiente que lo rodea no es el propicio su desarrollo, se va a ver limitado.

Si no conoce gente que alimente sus deseos con los cuales pueda compartir, que lo impulsen a actuar de forma correcta y en cambio carece de una comunidad, se rodea de gente que es dañina y ridiculiza sus objetivos el potencial de la persona, se puede a asfixiar.

Por eso toda la vida nos hemos dedicado a tratar de sembrar comunidades fuertes y sólidas para el futuro, para que nuestros hijos tengan un buen ambiente del cual respirar.

Fuego:

El árbol necesita de la energía y del calor del sol para sobrevivir. El ser humano también necesita un impulso a actuar, un deseo, una ilusión. El fuego más fuerte y duradero es el fuego con el que está escrita la Torá.

La fuerza más grande es aquella que te impulsa a superarte, al mismo tiempo que te ofrece la eternidad y te da un sentido.

Bosque:

Finalmente los árboles se comparan también con una comunidad sólida. En Tu Bishvat plantamos siempre árboles y semillas que esperamos se mantengan durante años, nos den frutos y aire.

Un bosque plantado, un terreno cultivado, es un trabajo hecho en conjunto. Lo mismo es una comunidad o un pueblo, es el trabajo de cada individuo de superarse día a día y con su propio crecimiento espiritual acrecentar los méritos de la comunidad.

Ayudándose, él forma las bases sólidas para la gente que vendrá después.
Esta idea es representada en una historia que cuenta el Talmud:

Un anciano estaba plantando un árbol. Pasó un joven y le preguntó
— ¿Qué estás plantando?
–Un árbol de arvejas – dijo el hombre
–Hombre incauto – dijo el joven – ¿No sabes que toma más de 70 años para que un árbol de arvejas de fruto?
Por eso mismo, como otros plantaron árboles para mí, yo planto árboles para las generaciones que vienen.

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Aranza Gleason: Aranza Gleason se define a sí misma como una judía en el exilio. Nació con una raíz dividida como sus poetas favoritos; busca y ama al judaísmo, pero como a los personajes que lee, éste, también se le escapa de las manos. Estudió Lengua y Literatura Inglesa en la UNAM y ha trabajado en Enlace Judío desde el 2017. Le gusta leer, viajar y experimentar el mundo de forma libre.