Los economistas mexicanos educados en Estados Unidos que negociaron el pacto de comercio en la década de 1980 están más preocupados por las tendencias proteccionistas de su propio país que por Donald Trump.
Como un estudiante de secundaria en el norte de México en la década de 1970, Ildefonso Guajardo conmemoraba el inicio de cada nuevo año académico con un ritual. Su familia manejaría tres horas a la tienda J.C.Penney en Texas, y su padre le daría US$300 para gastar en un nuevo guardarropas–vestimenta que era mucho más barata y de mejor calidad que lo que él encontraría en la economía cerrada de México.
“Cuatro camisas, cuatro pantalones, ropa interior y medias para el término escolar entero, todo en un día de compras en Laredo,” recuerda el Sr. Guajardo, quien es ahora el Ministro de Economía de México.
Comprar en México era una experiencia malísima en esos días. El país estaba emergiendo de cuatro décadas como una economía cerrada a las importaciones, y la mayoría de los artículos eran todavía orgullosamente–aunque pobremente–Hecho en México. Una broma que corría era que los televisores mexicanos eran grandes radios–debido a que la imagen era tan terrible.
En parte debido a esa experiencia, el Sr. Guajardo pasó a estudiar economía en la Universidad de Pennsylvania y finalmente se unió al equipo de economistas de alto vuelo que negociaron el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA)–la primera vez en la historia moderna que un país pobre y uno rico hicieron a un lado todas las barreras comerciales para competir en términos parejos.
Hoy en día, el Sr. Guajardo y los otros miembros de la generación NAFTA de México se encuentran defendiendo el legado del pacto en un tiempo en que su futuro es incierto bajo la nueva administración estadounidense de Donald Trump. El Sr. Trump ha atacado el tratado como “el peor acuerdo comercial en la historia” y lo culpa de tentar a algunas empresas norteamericanas a mudar las fábricas al sur de la frontera. El ha prometido renegociarlo o hacerlo jirones.
A pesar de las amenazas del nuevo presidente estadounidense, todo el equipo NAFTA de México concuerda en una idea en cierta forma sorprendente: el Sr. Trump no es la amenaza más seria para el bienestar económico de México. La mayor amenaza es México mismo, con su larga historia de nacionalismo y economía de México-primero.
“Lo que preocupa a muchos de nosotros no es lo que hará Trump, sino lo que hará México en respuesta”, dice Jaime Serra, quien como ministro de comercio de México a principios de la década de 1990 supervisó la negociación para México. “No podemos aplicar ojo por ojo. Tenemos que permanecer abiertos y permanecer comprometidos con nuestro camino económico”, dice él.
Si bien muchos mexicanos se sienten lastimados y traicionados por un país al que habían comenzado a ver como un amigo y aliado, una guerra comercial se va a cobrar una tarifa mucho mayor en la economía de México- impulsada por la exportación -que lo que hará en una economía estadounidense mucho más grande. “Sería dispararnos en los pies”, dice Jaime Zabludovsky, un ex Viceministro de Comercio en el equipo negociador del NAFTA en México.
Antes del NAFTA, la mayoría de los economistas le decía a los países en desarrollo que ellos necesitaban proteger su industria local contra las economías avanzadas manteniendo tarifas más elevadas que en los países ricos. Incluso hoy, la Organización Mundial de Comercio permite a los países más pobres tarifas más elevadas (lo cual es el motivo por el que, si el Sr. Trump hace jirones el NAFTA, es probable que Estados Unidos enfrente tarifas más elevadas yendo dentro de México que viceversa).
Después de más de dos décadas bajo el NAFTA, no todo ha sido fácil para México. Enfrentadas por empresas estadounidenses eficientes, miles de empresas mexicanas cerraron sus puertas, y millones de granjeros abandonaron sus pequeñas parcelas para dirigirse a ciudades o emigrar a los Estados Unidos.
Pero el pacto ha ayudado a transformar la economía mexicana, elevando a millones dentro de empleos de fábrica a pagos más altos. También ha obligado a las empresas mexicanas a aumentar su calidad. México ahora es el mayor exportador mundial de pantallas de televisión planas. El Sr. Guajardo ahora compra su guardarropas casi enteramente en México.
“No lo compro debido a un orgullo nacionalista, sino porque es un producto bueno y es precio competitivo”, dijo.
La reacción contra la globalización en partes del mundo desarrollado y el ascenso del Sr. Trump a la presidencia de Estados Unidos han asombrado a la generación de economistas que convencieron a México de convertirse en una de las economías más abiertas en el mundo, con acceso libre de impuestos para 46 países en todo el mundo.
Incluso ahora, el equipo mexicano que negoció el acuerdo NAFTA sobresale por sus credenciales económicas. Incluyó a más de una docena de doctorados de las principales escuelas norteamericanas tales como la Universidad de Chicago, Yale, el Instituto de Tecnología Massachusetts (M.I.T.) y Stanford– las catedrales del pensamiento del libre mercado. Su jefe fue el presidente del país, entrenado en Harvard, Carlos Salinas.
Para ellos, el desafío al pacto por parte de Estados Unidos ha terminado el mundo tal como lo conocían y amenaza con deshacer la obra de su vida. “Nunca cruzó mi pensamiento que estaríamos discutiendo con el gobierno estadounidense acerca de libre comercio”, dice el Sr. Serra, quien obtuvo su doctorado en economía de Yale. Alarmados, muchos de aquellos en el equipo que negoció el NAFTA se encuentran ahora nuevamente en las trincheras, asesorando ya sea al Presidente Enrique Peña Nieto o a la industria mexicana acerca de como responder.
Hasta ahora el gobierno mexicano parece estar apegándose a sus principios de libre comercio. Los líderes del país esperan finalizar este año un acuerdo comercial expandido con la Unión Europea, y están buscando bajar las barreras comerciales con mercados como Argentina para comprar granos que son obtenidos normalmente de Estados Unidos, en caso de una guerra comercial con su vecino del norte.
México está buscando conversaciones de libre comercio con Australia, Nueva Zelanda, Malasia y Singapur–todos países que estuvieron en el ahora difunto acuerdo comercial Sociedad del Trans-Pacífico matado por la nueva administración de Estados Unidos, dijo un alto funcionario mexicano. México está considerando también solicitar a sus miembros colegas de la Alianza del Pacífico–un pacto de libre comercio que incluye a Perú, Colombia y Chile–extender el grupo a las naciones asiáticas.
Si el NAFTA es desechado, las tarifas regresarían a los niveles de la Organización Mundial de Comercio, con los productos industriales estadounidenses pagando gravámenes más altos para ingresar a México que viceversa–un 5% contra un 2,5%. Un golpe mucho más grande llegaría para los camiones pickup ensamblados en México y para productos agrícolas norteamericanos que ingresan en México, ambos de los cuales enfrentarían tarifas de un 25%. Y esos no son flujos pequeños de bienes: México envió pickups por un valor de u$s18,5 mil millones al norte el año pasado y compró unos u$s18 mil millones en productos agrícolas (México es el principal comprador de maíz y cerdo de Estados Unidos).
Aun sin el acuerdo, los arquitectos del NAFTA dicen que México consideraría mantener sus tarifas con Estados Unidos en cero para mantener abajo los costos de importación y seguir siendo competitivo globalmente. Ellos argumentan que la competitividad exportadora de México se explica menos por la caída en las tarifas norteamericanas que por la disminución de las tarifas mexicanas, lo que hizo más permisibles las importaciones como inversiones cruciales y aumentó la competencia enfrentada por las empresas mexicanas.
“Imagine un mundo donde México–el país pobre–es el que está permaneciendo abierto y enseñando al mundo una lección aún cuando Estados Unidos se cierra”, dice Luis de la Calle, quien ayudó a negociar el pacto y obtuvo su doctorado de la Universidad de Virginia.
Aun si el Sr. Trump aprueba algún tipo de impuesto fronterizo del 25% sobre los productos mexicanos, mucho de eso ya ha sido compensado por una caída del 20% en el peso en mayo pasado, cuando el Sr. Trump creció en las encuestas. Un nuevo impuesto probablemente causaría que el peso caiga más, haciendo más permisibles las exportaciones de México y haciendo más costosas las importaciones norteamericanas a México.
Herminio Blanco, quien lideró el equipo negociador y obtuvo su doctorado de la Universidad de Chicago, cuenta una historia acerca de ir a un evento en la Universidad de Stanford para celebrar la aprobación del NAFTA en 1993. El obtuvo una ovación de pie de todos los economistas reunidos, excepto uno: el premio Nobel y defensor firme del libre mercado Milton Friedman. El Sr. Friedman dijo al Sr. Blanco que él no se puso de pie porque México debió haber bajado sus tarifas sin esperar un trato recíproco de Estados Unidos. “Su argumento era que nosotros no debimos bajar las tarifas sólo porque otros lo están haciendo. Nosotros debemos hacerlo porque es la mejor idea para realzar la competitividad“, dice el Sr. Blanco.
Políticamente, sin embargo, no involucrarse en una represalia con el Sr. Trump podría ser difícil. El ascenso del presidente estadounidense–quien regularmente arremetía contra México durante la campaña–está avivando las llamas del nacionalismo de México, el cual ha sido durante mucho tiempo un rasgo de la política local, primero en la oposición a España en la lucha por la independencia y luego en la oposición a Estados Unidos después que éste capturó una mitad de la tierra de México durante la Guerra Mexicano-Norteamericana de 1846-48.
Ese impulso nacionalista se había desvanecido durante los años del NAFTA, pero está presentando un regreso. En las últimas semanas muchos grupos de consumidores han lanzado boicots de productos norteamericanos. El hashtag de Twitter #NoCompresUSA alcanzó más de tres millones de usuarios la semana pasada. Decenas de miles de mexicanos han prestado atención a un llamado a colocar la bandera mexicana en su foto de perfil en aplicaciones como Twitter y Whatsapp.
Este domingo, se espera que salgan a las calles cientos de miles de manifestantes para “defender el honor de México” contra el Sr. Trump (y también para pedir una campaña contra la corrupción en casa). Ellos están planeando terminar la marcha cantando el himno nacional de México. Incluso Corona, de propiedad de AB InBev, está saltando sobre el carro, manejando una nueva campaña publicitaria que critica el muro propuesto del Sr. Trump.
“Si Estados Unidos aumenta las tarifas sobre México, no veo como México puede no responder. Sería visto como debilidad por la administración norteamericana”, dice Enrique Cárdenas, un historiador económico mexicano.
El ascenso del Sr. Trump ha elevado las suertes del propio agitador independiente de México, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador. El ex alcalde de Ciudad de México, quien lidera las encuestas ante la elección presidencial del año próximo, es visto por los partidarios como un independiente llevando a cabo una cruzada contra un establishment político corrupto y por los críticos como un populista peligroso. Él es muy famoso por haberse negado a aceptar una derrota estrecha en la elección del 2006 y declararse presidente, completo con una ceremonia de jura simulada.
El Sr. López Obrador no ha atacado al NAFTA per se, pero él ha construido su carrera sobre atacar la apertura “neo-liberal” ideada por la generación NAFTA. El promete enfocarse más en proyectos nacionales y se opuso firmemente a la apertura por parte de México de su industria petrolera a la inversión extranjera en el 2013.
El ascenso del Sr. Trump también envalentonó a voces en México que piden que el país corra su enfoque económico de las exportaciones a la economía local–para promover nuevamente Hecho en México. Justo la semana pasada el Sr. Peña Nieto relanzó la marca Hecho en México para productos mexicanos de alta calidad, completo con un logo de un águila azteca que fue lanzado por primera vez en 1978, durante la economía cerrada. “Hoy tenemos que consumir lo que es mexicano,” dijo él. “No sólo porque somos (mexicanos), sino porque son productos de calidad”, dijo.
Un grupo de economistas mexicanos recientemente redactó un borrador de un plan de acción llamado “En el Interés Nacional.” Hace un llamado a un rol mayor para el estado en impulsar la inversión interna, incluidas normas que obligarían a las empresas extranjeras a transferir tecnología y a utilizar proveedores locales y un rol mayor para los bancos de desarrollo.
“Nosotros nos olvidamos del rol del Estado y caímos dentro de la ingenuidad histórica que la competencia creciente llevaría a mayor productividad y crecimiento”, dice Rolando Cordera, un economista en la UNAM, la universidad pública más grande de México. “Bajo la amenaza de Trump debemos comenzar un nuevo camino de desarrollo que haga hincapié en la inversión en el mercado interno.”
Tales argumentos preocupan a los arquitectos del pacto comercial. “Este es quizás el mayor desafío de un mundo sin NAFTA”, dice el Sr. Jaime Zabludovsky, ex viceministro de comercio. “Todos los fantasmas del pasado volverán arrastrándose: para intervención, gasto deficitario, proteccionismo, sustitución de importaciones y todas las cosas que pensamos estaban detrás nuestro. Temible, de hecho.”
México ha hecho antes tal cambio económico. A fines del siglo XIX, el dictador Porfirio Díaz abrió el país a la inversión extranjera. Para el cambio de siglo, hubo más inversión norteamericana en México que en el resto del mundo combinado, según Enrique Krauze, un prominente historiador mexicano. Pero después de la Revolución Mexicana de 1910-1917, el país comenzó a cerrar sus puertas, culminando en la nacionalización de su industria petrolera en 1938. Estados Unidos ayudó a crear el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT) en 1946 para establecer normas para el comercio global de la posguerra, pero a México le llevó 40 años incorporarse al GATT, el precursor de la Organización Mundial de Comercio.
La economía cerrada de México inauguró un período de crecimiento destacable llamado el Milagro Mexicano, trayendo a millones desde las granjas a las ciudades. Pero los economistas dicen que México permaneció cerrado durante demasiado tiempo, ayudando a crear un estado inflado que finalmente entró en repetidas crisis financieras, incluido el default de deuda de 1982 que finalmente obligó a México a abrirse.
“El NAFTA fue un gran paso adelante. Fue contra el grano de la historia de México y el instinto histórico de nacionalismo, proteccionismo, celos del mundo exterior y anti-norteamericanismo”, dice el Sr. Krauze. Sin embargo él también critica a la generación NAFTA–y en forma más general a los últimos gobiernos de México–por confiar en las exportaciones manufactureras como una panacea, descuidando los retos más profundos del país, desde un sistema judicial débil a un sur rural de atrasado y en gran medida olvidado.
“Un poquito de nacionalismo económico está bien, sin renunciar al NAFTA o a una economía abierta. Encontremos formas de desarrollar al otro México”, dice. “Pero si usamos esto para regresar a una época de populismo económico, entonces será un desastre para México.”
José de Córdoba y Robbie Whelan contribuyeron con este artículo.
Fuente: Wall Street Journal/ Traducción: Marcela Lubczanski
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