“Los judíos están siendo masacrados”. Auschwitz, el día en que conocimos el horror

JULIO MARTÍN ALARCÓN

El 27 de enero 1944 fue liberado el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau pero los ingleses sabían lo que estaba ocurriendo allí desde el 1 de julio del año anterior. Esta es la historia.

El 1 de julio de 1944 el embajador británico en Suecia. V. Mallet, telegrafiaba a Londres de forma urgente: “El gobierno sueco ha recibido informes terribles de la la legación sueca en Budapest acerca del asesinato de judíos húngaros en cámaras de gas”. En el mismo formulario de registro de entrada del telegrama, uno de los oficiales británicos aclaraba para los destinatarios del gobierno que no era el único: “hemos recibidos en los últimos días informes similares de varias fuentes que confirman que los judíos están siendo transportados hacia la masacre”. Tal y como recoge el registro 48/3/48 de los archivos británicos. “Masacre”, no campos de concentración, como hasta ese momento habían considerado las autoridades aliadas.

No obstante, había habido pistas e informes suficientemente alarmantes desde hacía años: en 1941 por una interceptación de Enigma sobre las matanzas en el frente Este de los Einsatzgruppen, en 1942, por un cable desde Suiza, el conocido como “Telegrama Reigner” y en 1943 por un informe de la resistencia polaca del oficial Witold Pilecki, entre otros. Sin embargo era en ese momento, entre finales de junio y principios de julio de 1944, cuando por fin despertaban ante el horror que habían tenido delante durante toda la guerra contra el Tercer Reich: el aniquilamiento sistemático de millones de seres humanos en un campo llamado Auschwitz, en Polonia. Hoy es imposible desligar el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, pero entonces la única prioridad era la bélica: derrotar a Hitler, todo lo demás estaba en un segundo plano.

A pesar del cable desde Suecia, aún existía cierta incredulidad: la cascada de comunicaciones los siguientes días en Londres fue frenética, tratando de verificar lo que constituía el mayor espanto conocido por la humanidad. El oficial A. G. W. Randall jefe del Foreign Office para los refugiados de guerra pedía confirmación: “Sería muy útil si vuestros colegas pudieran ayudarnos a averiguar la verdad sobre la cascada de informaciones que estamos recibiendo sobre masacres de judíos, particularmente húngaros en Polonia, por ejemplo, en Birkenau (…) hablan de cifras según las cuales unos 400.000 judíos húngaros habrían sido masacrados…”

Informes demoledores

La respuesta de Frank Roberts, oficial del Foreign Office que acompañaría como asesor a Winston Churchill en la crucial conferencia de Yalta, era demoledora: él mismo había mostrado un “escepticismo inicial”, pero, por desgracia, estaban empezando a dar crédito a todos esos informes, los cuales, según sus palabras: “se sostienen con las declaraciones de los prisioneros de guerra alemanes”.

Sin embargo, las disquisiciones del Foreign Office eran ya solo una cuestión sobre el alcance de la matanza, porque el propio Anthony Eden, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, había trasladado el 2 de julio al Gobierno, tras el informe del embajador Mallet desde Suecia, el denominado ‘Protocolo de Auschwitz’: una detallada descripción del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau elaborado por dos prisioneros eslovacos que se habían fugado en abril de 1944: Rudolf Vrba y Alfred Wetzler.

Ambos habían cruzado a pie Polonia, hasta alcanzar Eslovaquia donde, por separado, para garantizar su veracidad, elaboraron ante el Consejo Judío de Bratislava el manual nazi que describía con absoluto detalle la maquinaria más eficiente del mal que haya conocido la historia. El informe, que contenía dibujos y diagramas era preciso y gráfico en sus explicaciones: las mismas que se han grabado desde entonces en el imaginario colectivo: “El techo tiene tres trampillas a medida que se cierran heréticamente desde fuera. Un camino dirige desde las cámaras de gas hasta la sala del horno. El gaseamiento se produce de esta forma: las desdichadas víctimas son llevadas al hall donde se les pide que se desvistan…”

Se hicieron varias copias que llegaron a Budapest, su destino principal, porque Vrba y Wretzler querían, precisamente, alertar a la comunidad judía húngara de su destino: las cámaras de gas de Auschwitz y los hornos crematorios. Hungría era la última comunidad judía que quedaba en Europa. No surtiría efecto: casi 400.000 de ellos irían directamente de los trenes a las cámaras de gas entre mayo y junio de ese año. Sin embargo, los informes llegaron a las embajadas de los países neutrales en Budapest: entre ellos Suiza, Suecia y la legación de España cuyo máximo representante, Ángel Sanz Briz informó el día 15 de julio y trasladó el informe a Madrid en agosto.

La Solución Final al descubierto

Después de las comunicaciones de junio y julio de 1944, a partir de las informaciones de los eslovacos, ya no hubo más dudas: el mayor secreto de los nazis, la Solución Final, el campo de exterminio de Auschwitz había quedado por fin al descubierto, y sin embargo, no era ni por asomo la primera evidencia que se había filtrado.

Había habido más: en 1941 a través de varios mensajes del cónsul chileno en Praga, Gonzalo Montt Rivas, sobre los planes de exterminio, en Estados Unidos por vía de su servicio secreto y el personal diplomático en Suiza desde 1942, en Londres, por medio del gobierno en el exilio polaco que informó sobre el “gaseamiento de judíos polacos”, que incluso la BBC llegó a difundir en radio también en1942, sin confiar demasiado en su veracidad. Algunos periódicos se harían eco de la noticia. Pero la cruda realidad era que ninguna de ellas gozó de la atención ni la credibilidad suficiente entre los aliados como para considerar siquiera la existencia de campos de exterminio.

Los británicos disponían para entonces del código Enigma, lo que les otorgaba el denominado entre los servicios de inteligencia COMINT o SIGINT -la interceptación de comunicaciones de radio- frente al HUMINT, que proporcionaban espías y otros activos como diplomáticos de países extranjeros, como explica el historiador Max Hastings. Las primeras proporcionaban tal infinidad de informaciones, que eran virtualmente imposibles de analizar al completo. Sin embargo, entre ellas, en 1941, por accidente interceptaron algunas relativa a las matanzas del este de los Einsatzgruppen: antes de la puesta en marcha de las cámaras de gas, pero no prestaron demasiado atención por carecer de interés bélico, según cita el experto Richard Breitman. Poco después los alemanes dejaron de utilizar la radio para referirse a las matanzas, por seguridad y no hubo más interceptaciones.

La prioridad era, pues, la guerra. Más llamativa fue la información adquirida a través del Humint: las filtraciones de diplomáticos extranjeros en países neutrales. La más relevante fue la que se obtuvo en Suiza a partir de un empresario alemán no simpatizante de los nazis que descubrió tras una conversaciones con oficiales alemanes cómo se referían abiertamente al asesinato en masa de judíos por medio del gas letal Zyclon B. La declaración del alemán llegó hasta Gerhart Riegner: representante del Congreso Mundial Judío en Ginebra, Suiza. Este es quizás uno de los extremos más controvertidos sobre cómo los aliados pudieron haber desentrañado el secreto mayor guardado por los nazis. Reigner envió su célebre telegrama al rabino Stephen Wise, que estaba al frente del Congreso Mundial Judío en Washington, quien lo recibió en agosto. Wise no lo hizo público. Según el historiador israelí Yehuda Bauer, Wise informó al gobierno de Estados Unidos.

Como no era posible comprobarlo y ante la gravedad de las afirmaciones pidieron a Wise que no lo difundiera hasta que no se hubieran analizado. Finalmente en noviembre de 1942 el gobierno estadounidense dio permiso, aunque no existieran más corroboraciones y el rabino Wise convocó una rueda de prensa para informar sobre el contenido del telegrama. No generó excesiva atención por parte de los medios. Apenas una nota en el NYT. Al igual que había ocurrido en 1942 en Londres, el acontecimiento que marcaría la historia de la humanidad siguió pasando desapercibido.

El secreto se resistía

A partir de 1943 llegaron otros informes. EE.UU. había entrado en la guerra y había creado su servicio de inteligencia, el OSS -Office Service Strategics- dirigido por Bill Wild Donovan, uno de cuyos alumnos aventajados: Allen Dulles -que acabaría dirigiendo la CIA en sus orígenes- se había trasladado a Suiza desde donde tejió una notable red de informadores a través de las embajadas.

Sin embargo en EE.UU., el secretario del tesoro Henry Morghenthau, tras la ocupación del Tercer Reich de Hungría el 19 de marzo de 1944, telefoneó al presidente Roosevelt para advertirle de la necesidad de condenar públicamente la situación sobre el país ocupado “Si pudiera ir acompañada de una repulsa no solo de Churchill sino también de Stalin, ejercería mucha más fuerza sobre…ya sabes, que los alemanes no pueden asesinar a toda esa gente en Hungría y Rumanía”. La conversación telefónica con la secretaria de Roosevelt recogida en sus diarios en el Archivo Nacional de EE.UU., data del 22 de marzo de 1944, tres meses antes de que los aliados asumieran definitivamente lo que ocurría en Auschwitz Birkenau.

A la luz de los acontecimientos es inevitable la pregunta ¿Podrían haber hecho algo los aliados en caso de haber investigado las pistas sobre los campos de exterminio? Es imposible saberlo, lo que sí es cierto es que cuando se hizo público, los planes para bombardear las redes de comunicaciones y sobretodo las instalaciones de Auschwitz resultaron complicadas desde un punto de vista técnico, y el propio campo no duraría mucho más antes de ser desmantelado, si bien en el periodo comprendido entre principios y mediados de 1944, había alcanzado el macabro logro de la mayor eficiencia.

Cuando tras la guerra los oficiales de inteligencia tanto de EE.UU. como de Gran Bretaña asumieron la espeluznante realidad de Auschwitz, trataron de explicarse cómo podían haber fallado en su diagnóstico. La mayoría de los testimonios y estudios sobre la materia coinciden en un mismo punto: los recursos eran limitados y la máxima directriz, la única, era ganar la guerra. Sólo la derrota del Tercer Reich garantizaba el fin del terror.

 

 

Fuente:elconfidencial.com

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