ANTONIO GARCÍA PONCE
Si bien el fundamentalismo marxista en la Unión Soviética fue ante todo de carácter clasista (la clase obrera, o proletariado era el agente destructor del capitalismo y constructor de la nueva sociedad comunista), a diferencia del fundamentalismo nazista que fue ante todo de carácter racista (el exterminio en masa de los judíos), de todas maneras la política de represión sistemática como palanca de sostenimiento del totalitarismo staliniano no dejó de aplicarse en varias ocasiones sobre los judíos. Es el caso del Comité Judío Antifascista, liquidado en 1948.
En plena guerra mundial, cuando la Alemania nazi había ocupado buena parte del territorio ruso, se constituyó dicho Comité en 1942 en la ciudad de Kuibishev (capital virtual a donde fueron evacuados los diplomáticos y periodistas extranjeros a causa de la cercanía a Moscú del avance alemán) con el objeto de ganar el apoyo y las simpatías de la población judía en Europa Occidental y, sobre todo, en los Estados Unidos. Su principal dirigente y animador fue Solomón Mijoels, el popular actor y director del Teatro Judío Estatal de Moscú. Claro está, su tarea inicial consistió en explicar al extranjero que en la URSS no se practicaba el antisemitismo. Pronto, una delegación, con Mijoels y el poeta Itzik Feffer, fueron invitados a los Estados Unidos. Su gira, que se extendió a México, Canadá, el Reino Unido y Palestina, duró siete meses y tuvo mucho impacto en la opinión pública. Una asamblea multitudinaria, con asistencia de más de 50,000 personas los recibió en el Polo Grounds de Nueva York donde hablaron el alcalde Fiorello LaGuardia, el rabino Stephen Wise, secretario del Congreso Mundial Judío, entre otros, y estuvieron presentes Charlie Chaplin, Marc Chagall, Paul Robenson, Eddie Cantor y Lion Feuchtwanger. Los soviéticos lograron recaudar 16 millones de dólares en Estados Unidos, 15 millones en Inglaterra, 1 millón en México, y 750 mil en Palestina, más maquinarias, equipos médicos, medicinas, ambulancias y ropa. Varias organizaciones judías donaron mil ambulancias para el Ejército Rojo. Paralelamente, los invitados soviéticos abogaban con pasión por la apertura del segundo frente contra Alemania.
Terminó la guerra y la situación cambió. Como fruto del mando totalitario de Stalin, y su tara psicótica bipolar, al Gran Padre se le ocurrió acusar al Comité Antifascista de enemigo saboteador. A fines de 1948, fue clausurado su órgano de prensa, Eynikayt, impreso en idioma yiddish. Y pronto fueron detenidos sus principales miembros, acusados de mantener contactos con las organizaciones judías nacionalistas de Estados Unidos, suministrar información especial a las agencias de seguridad norteamericanas, y más allá, organizar la constitución de una república judía en Crimea. Entre los acusados se encontraban Solomon A. Lozovsky, ex viceministro de asuntos extranjeros y jefe del departamento de Información Soviético; Joseph S. Yusefovich, profesor del Instituto de Historia; Boris A. Shimeliovich, cirujano en jefe del Ejército Rojo y Director del Hospital de Botkin; Benjamin L. Zuskin, actor; David R. Bergelson, escritor; Peretz D. Marshik, poeta; Leib M. Kvitko, poeta; Itzik S. Feffer, poeta; David N. Gofshtein, poeta; Leon Y. Talmy, periodista y traductor; Iliá S. Vatenberg, editor; Kaikhe S. Vatenberg-Ostrovskaia, Lina Shtern y Emilia I. Teumin. En la lista no figura Solomon Mijoels porque fue asesinado en circunstancias extrañas a comienzos de 1948. Todo el proceso duró casi cuatro años y estuvo precedido de una etapa de investigaciones, caracterizada por la tortura y la prisión en condiciones infrahumanas.
Vadim Rogodin dice en su libro 1937-Stalin’s Year of Terror, (Mehring Book, Inc., Oak Park, Michigan, 1998), que casi todos los acusados adoptaron la táctica de reconocer sus culpas para luego afirmar de modo rotundo su inocencia cuando el juicio pasara de las manos de los carceleros y torturadores al tribunal. Por ejemplo, Kvitko afirmó que los cargos contra él estaban basados en falsos testimonios tomados de gente sin ninguna honestidad. Shimeliovich demostró un coraje extremo, dijo que la gente del Ministerio de Seguridad del Estado (KBG) no pudo quebrarlo, y quiso subrayar que las acusaciones contra él habían quedado pulverizadas. Lozovsky expresó que las acusaciones contra él eran falsas, sin nada de verdad, lógica o sentido común. Lo de Crimea fue una leyenda inventada, no hay pruebas de que él hizo espionaje a favor de Norteamérica, y que en los 42 volúmenes del expediente la mayoría de las confesiones estaban falsificadas siguiendo un mismo patrón. El poeta Kvitko ironizó al decir que los papeles estaban invertidos porque él como poeta debería estar obligado a crear imágenes con palabras, y los acusadores en vez de hablar de hechos en sus cargos eran los que proferían palabras imaginarias. Vatenberg-Ostrovskaia acusó a los carceleros de golpearlo con cachiporras hasta hacerlo delirar. A Yusefovich lo encerraron a cal y canto en la cárcel de Lefortovo, le daban patadas, y decidió firmar cualquier confesión solo para poder vivir hasta el día del juicio y desmentir lo que le habían arrancado por la tortura. Zuskin le dijo al investigador que escribiera la confesión que quisiera, que él la firmaría, porque quería vivir hasta el día del juicio y allí poder contar la verdad entera. Talmy habló de los largos interrogatorios y las largas noches sin poder dormir. Y el poeta Gofshtein aclaró que lo que confesó fue porque cayó en un estado de locura por los golpes recibidos. Solo Feffer, Shtern y Teumin salieron con vida, los demás fueron fusilados.
Aquel exterminio es conocido con el nombre de La noche de los Poetas Muertos.
Fuente:el-nacional.com
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