SAL EMERGUI
Quien fuera mano derecha del ‘exterminador’ Eichmann murió abandonado y dando alaridos en un sótano de Siria.
Alois Brunner, el criminal nazi que disfrutaba deportando judíos a las cámaras de gas, acabó sus días sin luz, aire y posibilidad de lavarse. Gritando, delirando y sudando en un sótano inmundo de Damasco. En el corazón del régimen represor que había ayudado a levantar asesorando al presidente Hafez Asad. En el país donde entró como Georg Fischer y murió como Abu Housein sin dejar de ser nunca el cruel Brunner.
La mano derecha del arquitecto de la “Solución Final”, Adolf Eichmann, se fue en el olvido. Tirado al calabozo por los mismos que le usaron. En la más absoluta marginación. Sus gritos fueron oídos pero no escuchados. Le daban de comer una mínima ración: un huevo o una patata. A elegir. Según revela uno de sus guardias, Brunner estaba muy enfermo. Más encogido de lo que ya era cuando enviaba judíos a la muerte. A los 89 años, fue enterrado según el rito musulmán en el cementerio Al Affif de la capital siria. Las circunstancias de su muerte son tan enigmáticas como brutales fueron sus acciones en vida.
Infame por su “feroz sadismo” en palabras de un testimonio recogido tras la II Guerra Mundial. “Mi mejor hombre”, confesó Eichmann en una conversación revelada en el interrogatorio del oficial nazi Dieter Wisliceny. Al igual que otras bestias humanas como Josef Mengele, Brunner tenía el rango de Haupsturmfuhrer de las SS. En su tenebroso currículum, destaca asesinar a 128.500 judíos y la asesoría al clan Asad. Huido de Europa y sin rendir cuentas con la Historia, el especialista en torturas ofreció su vasto conocimiento al León de Damasco que a cambio le dio un refugio asalariado.
Se sabe mucho de cómo Brunner contribuyó a la muerte de otros en Europa pero poco de la suya en Oriente Próximo. La primera incógnita es la fecha. Citando tres ex agentes de los servicios de seguridad sirios, la revista francesa XXI revela que falleció en un sótano de Damasco en 2001. La tercera muerte del último gran criminal nazi tras las fechadas en 1992 y 2010. “En el 2014, recibimos una información de un agente muy fiable de los servicios secretos alemanes sobre la muerte y entierro de Brunner en 2010 en Damasco”, explica a este suplemento el último cazanazis Efraim Zuroff.
Abu Yaman fue miembro de los servicios de seguridad de Asad. Hoy es un refugiado sirio más en Jordania. No tiene dudas de que vio al anciano jerarca nazi sin saber quién era. Prohibido preguntar sobre viejos fantasmas. “Vi a un hombre en ropa interior. Tenía cicatrices en todo el cuerpo y le faltaba el ojo izquierdo y tres dedos de una mano”, cuenta a la publicación francesa sobre los órganos que se llevaron dos cartas-bomba en 1961 y 1980. El Mosad, que capturó a Eichmann en Argentina, quiso ajustar cuentas con el verdugo de judíos en Austria, Grecia, Francia y Eslovaquia. La primera carta recibida tenía un significado más importante que la pérdida de un ojo: había sido descubierto. El ostracismo de sus últimos años contrasta con su poderío cuando decidía con su puño y letra sobre la vida de centenares de miles de personas. Nacido en 1912 en la localidad austrohúngara Nádkút (hoy Rohrbrunn), se unió a los 19 años al Partido Nazi para luego trabajar en la Oficina Central para Emigración Judía.
A diferencia de Eichmann en el juicio en Jerusalén, Brunner no argumentó que era una pieza más de la maquinaria nazi. No dijo que “sólo cumplía órdenes”. Fue antisemita hasta el último de sus suspiros. “¿Se arrepiente?” le preguntaron en Damasco. “Sólo de no haber asesinado a más judíos”, contestó. “Son basura humana”, añadió. Repasando su archivo en las SS, su retrato es el de un hombre muy persuasivo, capaz de hacer lo que sea para conseguir su objetivo, poco educado y muy experto. El célebre cazador de nazis Simon Wiesenthal escribió en sus memorias: “Entre los criminales del Tercer Reich aún vivos, Alois Brunner es sin duda el peor”.
“Estaba acostumbrado a dar órdenes y movilizarse para la causa nazi. Era un antisemita sádico que murió sin ser juzgado”, constata Zuroff en su oficina de Jerusalén. El archivo del Centro Simon Wiesenthal recoge muchos testimonios como el siguiente: “El más feroz de los 12 verdugos fue Brunner quien personificó el sadismo en todo su horror. Azotó a su víctima con un látigo para caballos. Entonces los aterrorizó con una pistola apuntándoles al cuello, a la frente, a la sien…”. Una filosofía que le acompañó en su huida a Egipto -asistido por el Mufti de Jerusalén y aliado de Adolf Hitler, Haj Amin al-Husseini- y Siria. Preguntado por Crónica, un ex agente secreto europeo afirma que “Brunner era un experto en torturas que estuvo protegido por el poder en Siria a donde llegó en el 54. Varios regímenes árabes tuvieron asesores nazis para formar sus organigramas militares y servicios secretos. Compartían el odio al Estado judío”.
“Su presencia en Siria fue muy dañina para la comunidad judía y para todos los sirios opuestos a la dictadura”, concluye. Tras asesorar al temible jefe de la Inteligencia militar, Abdel Hamid El Sarraj, ayudó a Asad en el tejido de una compleja red de control dividida en departamentos que se vigilan y espían entre ellos. El clan Asad siempre lo negó. Según sus guardias, era una especie de profesor. “Los testigos que recogimos indican que su pericia en terror estuvo al servicio del régimen. Brunner estuvo implicado en los servicios de Información antes y después de la toma del poder de Asad. Le ayudó a establecer un aparato represivo con el objetivo de mantener al país en un terror absoluto”, señala Hedi Aouidj, autor de la exclusiva con Mathieu Palain.
Con su esposa e hija en Viena, el fantasma nazi de Damasco habitaba en un apartamento en la tercera planta del número 7 en la calle Haddad. En 1985, la revista alemana Bunte le entrevistó mostrando una imagen acompañado por un guardaespaldas sirio. Brunner iba protegido por el mismo régimen que negaba su presencia ante las demandas de extradición y una sentencia a muerte en una corte francesa por la deportación de varios centenares de niños en 1944.
El rumor sobre su supuesta relación con los servicios secretos alemanes se multiplicó en 1994 cuando se destruyeron 581 páginas de su dossier en el BND. Otra incógnita. Los dos avisos del Mosad, el Caso Eichmann, indiscreciones de Brunner y el incremento de preguntas en el exterior le convirtieron en problema para Siria. Según uno de los guardias, en el momento que cruzó el umbral del sótano de una residencia habitada por civiles en los 90, ya no volvió a salir. Allí estaba cuando Asad murió en el 2000 y fue sustituido por su hijo Bashar.
El francés judío Serge Klasferd viajó a Damasco siguiendo la estela del hombre que envió a su padre al campo de exterminio de Auschwitz. “Un agente de los servicios especiales franceses en Siria en los 80 me dijo que aconsejó al régimen como policía político”, señala Klarsfeld que fue expulsado cuando trató de presentar el Expediente Brunner. Le satisface saber cómo murió. Acepta la nueva versión ya sea por los testimonios o por el deseo de que muriera así. Como un malherido perro de caza abandonado por su dueño. Sus últimos ladridos sellaron una vida haciendo el mal.
Fuente:elmundo.es
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