Cómo un acto de bondad causó repercusiones eternas que continúan sintiéndose hasta hoy en día.
RAV MOSHE ZELDMAN
Mi padre, que falleció recientemente a los 82 años, compartió conmigo una historia realmente asombrosa de su infancia.
Mi padre, Bernard (Baruj) Zeldman, nació en la ciudad de Simferopol, Rusia, en 1934. Tenía nueve años cuando Rusia entró a la Segunda Guerra Mundial para luchar contra la amenaza nazi. Su infancia básicamente consistió en él, su hermana de 15 años, su madre y su abuela, huyendo hacia el este mientras los nazis se adentraban en Rusia. Vivieron en edificios bombardeados, refugios en subsuelos, centros superpoblados de refugiados y, en ocasiones, en campos abiertos en los que después de días y días de viajar a pie caían rendidos por el cansancio. La nutrición consistía por lo general de papas que desenterraban furtivamente del suelo congelado de granjeros locales en medio de la noche.
El gobierno ruso, intentando proteger a sus ciudadanos, envió a cientos de ellos —incluyendo a mi padre y su familia— en una gran barca que viajó hacia el este por el río. Se detenían en pueblos adyacentes al río y les pedían a los locales que recibieran familias. La respuesta en la mayoría de los lugares era: “Tomaremos a cualquiera salvo a judíos”.
A medida que pasaban los días y las raciones se iban acabando, mi padre, de diez u once años en ese momento, estaba enfermándose y debilitándose. En cada parada buscaban desesperadamente la salvación. Finalmente, una joven no judía se acercó al puerto y dijo: “Quiero aceptar una familia judía”. Su nombre era Mayra, y mi padre y su familia vivieron con ella durante varios meses. Ella salvó sus vidas. Durante el largo y duro invierno ruso, ella los alimentó, les dio refugio y les enseñó a ordeñar vacas, cosechar los granos y arreglar la maquinaria.
Pero a medida que los nazis se acercaban, mi padre y su familia tuvieron que tomar sus pertenencias e irse de allí. Mi padre recuerda vívidamente una conversación que ocurrió cuando se despedían de Mayra: “Tú salvaste nuestras vidas y no hay forma de pagarte. No eres judía, ¿por qué pediste específicamente acoger a una familia judía?”.
Mayra contestó: “Hace años, cuando era joven, mis padres fueron aprisionados por los rusos por actividades anticomunistas. Yo quedé sola, y el gobierno me envió a Siberia durante dos años. Después de un viaje en tren que duró días, llegué tarde en la noche a la estación de Siberia. No conocía a nadie, no tenía dinero y afuera hacía un frío polar. No tenía idea cómo sobreviviría la noche, ¡menos aún dos años!”.
“Y entonces, de la nada, apareció un hombre y ofreció llevarme a su hogar. No tenían mucho, pero me hicieron parte de su familia. Me vistieron, alimentaron y salvaron mi vida. Pero había algunas cosas raras en ellos. Estaban siempre inmersos en esos grandes libros escritos en un lenguaje extraño que se lee de derecha a izquierda. La esposa siempre tenía su cabello cubierto. Tenían una especial comida ceremonial todas las noches del viernes y festividades, y varias costumbres extrañas. Cuando terminó mi exilio en Siberia y estaba lista para salir, el padre me llevó a un costado y dijo: ‘Mayra, no nos debes nada. Hicimos esto de corazón. Sólo te pido un favor. Si algún día te cruzas con judíos que estén en problemas o necesiten ayuda, devuélveles el favor a ellos’”.
Mi padre y su hermana sobrevivieron la guerra. En 1945, mi padre viajó en barco a Canadá, cuando tenía 13 años. Nunca tuvo un bar mitzvá. No creo que haya sabido ni siquiera de qué se trataba. Y nunca pudo encontrar a Mayra después de la guerra. Se casó con mi madre, envió a sus tres hijos a una escuela judía y vio cómo, uno tras otro, todos nos volvimos observantes, nos casamos y tuvimos hijos propios.
A los 68 años, ¡mi padre anunció que era hora de hacer su bar mitzvá! Contactó a nuestro rabino local y se esforzó mucho con el hebreo, la lectura de Torá y las bendiciones, todo el asunto. Para su cumpleaños número 69, invitó a la familia extendida, a todos sus viejos amigos que lo ayudaron a asentarse en Canadá, y cocinó él mismo la comida para el almuerzo de Shabat para 80 personas (le encantaba cocinar).
Durante su discurso de bar mitzvá, dijo en breves palabras: “Mi esposa y yo tenemos tres niños que se han vuelto observantes, y todos nuestros nietos son observantes. Si no puedes vencerlos, únete a ellos”.
Mis padres hicieron su hogar kósher, comenzaron a cuidar Shabat y a ir a la sinagoga con regularidad. Vivió 13 años después de su bar mitzvá.
Piensa en el impacto que puede tener un acto de bondad. Todo comenzó con la bondad de una familia judía desconocida en Siberia, que llevó a otro acto de bondad de una joven no judía hacia una familia judía, lo cual salvó la vida de mi padre, sus hijos, sus nietos y bisnietos, esto sin contar el impacto que cada uno de nosotros hace con su propia vida. Un solo acto disparó repercusiones eternas que continúan sintiéndose hasta hoy en día.
Fuente:aishlatino.com
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