ENRIQUE NAVARRO
Trump ha cometido dos errores: considerar como válida la solución de un Estado y excluir la solución más plausible que es la de los tres Estados.
Desde el 30 de octubre de 1991 que se celebró la conferencia de Madrid, el camino hacia la solución del conflicto entre palestinos e israelíes, para simplificar, ha estado viviendo de un irrealismo mágico que ha sido la causa de los numerosos conflictos posteriores y, sobre todo, de una oleada de ataques terroristas sobre Israel que a su vez han generado intervenciones militares en represalia con miles de víctimas. Cuando los políticos occidentales quieren hacerse una fotografía a costa de los pequeños estados, cometen unos destrozos cuyas consecuencias no tardan en percibirse, y en eso básicamente consistieron las conferencias de Madrid y de Oslo.
Pero a este espejismo contribuyeron de especial manera los laboristas de Israel que en un exceso de buenismo pensaron que era posible negociar con una organización terrorista, sentarse y firmar acuerdos y que se cumplirían, negando lo que la historia les había enseñado a los judíos desde 1949. Muchos de los males que han acontecido a posteriori tienen su origen en el error del gobierno de Rabin de pensar que se puede confiar en los que sólo anhelan destruirte. Este error estratégico del laborismo le ha costado estar fuera del gobierno durante muchos años cuando fue durante los primeros treinta años del Estado, el partido hegemónico.
Trump, que practica también una especie de irrealismo político en cuanto al análisis y soluciones a los problemas de su país, ha sido quien ha recalcado con acierto cuáles son los tres puntos principales para conseguir un auténtico proceso de paz y garantizar la seguridad del estado de Israel y de sus vecinos.
En primer lugar, dejar que sean las partes las que lleguen a un acuerdo. Si no ha habido un acuerdo hasta ahora ha sido por la clara interferencia de occidentales y árabes que nunca han querido un acuerdo estable entre las partes, para salvaguardar sus intereses particulares en la esfera global o regional.
Después, señalar la amenaza que supone Irán y en particular su programa nuclear y no sólo para Israel. El régimen de los ayatolás ha sido financiador, espónsor y proveedor de los atentados terroristas ocurridos en los últimos años contra Israel y ha contribuido a alimentar el odio a Israel dentro de los Estados palestinos, a lo que sin duda también han contribuido otros Estados árabes. Los jóvenes palestinos son educados en una cultura del odio en escuelas financiadas por potencias extranjeras y así es muy difícil construir una paz duradera.
Y en tercer lugar, remarcar que el principal aliado de Occidente en la región es Israel, abandonando las prácticas de Obama de cultivar las relaciones de amistad a otros países de la región en su estrategia, incluyendo reverencias protocolarias del presidente de Estados Unidos al Rey de Arabia. Este es el principal elemento de la estrategia. Si los que quieren destruir a Israel saben que Occidente y en particular Estados Unidos estarán siempre del lado del único Estado democrático y plural de la región, se lo pensarán dos veces antes de amenazar la existencia pacífica del Estado de Israel y se sentarán a negociar con un espíritu más constructivo.
Si estos tres puntos se mantienen por parte de la administración Trump, habremos avanzado mucho en el camino de la solución del conflicto y sin duda se habrá construido una buena parte del camino hacia la seguridad en la región.
Sin embargo, el presidente Trump al mencionar las posibilidades de solución, ha cometido a mi juicio dos errores. El primero es considerar como válida la solución de un Estado, y el segundo, excluir la solución más plausible y seguramente menos viable que es la de tres Estados.
La solución de un Estado a la que rápidamente se sumaron los representantes de la Autoridad Palestina es inviable ya que conllevaría la práctica desaparición del Estado de Israel. Hoy, por primera vez desde la independencia de Israel, entre los territorios palestinos e Israel viven casi seis millones y medio de árabes frente a seis millones cuatrocientos mil judíos, con una tasa de crecimiento de estos últimos que es la mitad de los árabes. Cuando en 1948 los árabes entraron en Jerusalén y expulsaron a los judíos que llevaban viviendo en la ciudad del Templo durante siglos, expresaron su alegría; “por primera vez en tres mil años no hay un solo judío en Jerusalén”. Pretender que los palestinos dominen con sus modos poco democráticos y violentos todo el Estado es inadmisible e inviable y condenaría al pueblo judío a un nuevo destierro. Incluso tengo serias dudas de que el millón ochocientos mil árabes que viven en Israel quisieran ser gobernados por Abbas o por Hamas.
En cuanto a la delimitación de fronteras entre los posibles dos Estados, no se puede continuar en el irrealismo político de pensar que se pueden revertir políticas de asentamientos por ambas partes realizadas durante décadas. Las actuales fronteras deberían resultar definitivas. Algunos ajustes podrían hacerse en un sentido u otro, pero no tiene sentido ni lógica histórica pensar en alterar el estatus de Jerusalén Este como parte del Estado de Israel. Otra cuestión es que la ciudad y sus alrededores tengan un estatuto especial en cuanto acceso a lugares sagrados y una zona de intercambio comercial y cultural más abierta, siempre condicionada al mantenimiento de la seguridad. La única manera de asegurar que la ciudad de las tres religiones lo siga siendo es que quede bajo la soberanía de Israel.
Esta tesis no sólo es realista sino que obedece a la secuencia de acontecimientos y resoluciones producidas desde 1949. El acuerdo de partición de Naciones Unidas quedó invalidado desde el momento en que los países árabes no lo aceptaron e invadieron los territorios de Israel. A partir de este momento, sólo existen tres acuerdos válidos y vinculantes. El armisticio de 1948 firmado entre Israel y los países árabes; y los acuerdos de paz con Egipto y Jordania. Sobre estas bases, debería construirse el camino de la solución.
El empecinamiento de los palestinos en no admitir la existencia de un Estado judío en la histórica tierra de Israel es la principal razón por la que la solución de dos Estados nunca será posible. Sin este reconocimiento, permitir un Estado palestino sería un error de consecuencias terribles y muchos Estados occidentales reconociendo al Estado palestino están poniendo a Israel, nuestro aliado si basamos estas relaciones en una comunidad de creencias y valores, en una posición de alta vulnerabilidad. Ningún país debería reconocer lazos diplomáticos con los palestinos hasta cumplir con este primer paso y nadie debería proceder antes que Israel que sin duda es el más interesado en hacerlo.
Y sobre esta base la teoría de los tres Estados debería ser tomada como la que proporcionaría la mayor seguridad y estabilidad para las partes. La incorporación de Gaza a Egipto, como así fue históricamente y de Cisjordania a Jordania como un Estado federado. De esta manera los palestinos vivirían en Estados árabes y con una estabilidad política y económica e Israel tendría la seguridad de tener unos vecinos que lo reconocen como Estado y que son fiables. Cabe recordar que los palestinos no son un pueblo anclado en un concepto de nación; son los árabes que vivían en Palestina, los mismos que vivían en Jordania o Siria. No existe un Estado palestino ni nunca existió. Del imperio egipcio, pasaron al romano y de ahí al otomano, y los grandes procesos de descolonización y nacionalismo comenzaron en las primeras décadas del siglo XX. De esta manera la creación de un Estado palestino obedece a una conveniencia que las partes deben admitir; pero conviene recordar que las tierras que fueron anexionadas en 1967 eran de Jordania, Siria y Egipto, y cualquier reversión debería hacerse a los mismos Estados que sufrieron la amputación de parte de sus territorios y no a una entidad distinta.
La otra opción es la de dos Estados, compleja por la división geográfica entre Gaza y Cisjordania y sobre todo por la política; la única razón por la que no están en guerra ambas zonas es porque Israel los separa. La viabilidad económica de Palestina en estas condiciones estaría muy limitada y su dependencia de Israel sería su única posibilidad de prosperar. Para ello sólo hay tres condiciones básicas: reconocer al Estado de Israel; llegar a un acuerdo de fronteras y respetar a las minorías que puedan vivir en el territorio del otro; es decir que los judíos puedan continuar viviendo en los territorios palestinos en las mismas condiciones que los árabes en Israel. Algunos ajustes serían necesarios y decenas de asentamientos deberían desmantelarse, como ya ocurrió en Gaza, pero a cambio de una paz estable no parece un precio excesivo. Israel ha ofrecido incluso transferir territorios de su soberanía de mayoría árabe a la Autoridad Palestina, si sus habitantes, lo que me genera muchas dudas, estuvieran de acuerdo.
Los palestinos necesitan vivir en paz y poder desarrollar su economía; no pueden seguir viendo cómo sus esperanzas y expectativas se ven destruidas por las olas de violencia. Ellos a la vista de la realidad, son los principales perjudicados. Por primera vez en la historia tienen la oportunidad de tener un Estado propio, viable y seguro y una vez más van a echar por la borda esta gran oportunidad por anteponer el odio a la esperanza.
Si comparamos la extensión del territorio de las doce tribus de Israel con el actual, se trata de un tercio de los territorios que iban desde los de la tribu de Aser a los de Amalec y atravesando el Jordán a los de Manases y Gad. Si excluimos el inhabitable desierto del Neguev, el territorio cedido por Israel a la Autoridad Palestina supone casi la mitad del territorio bajo su control después de 1967, entregando gran parte de Judea y de Samaria, territorios conquistados por los judíos hace tres mil años.
Lo cierto es que Donald Trump no ha inventado nada nuevo con respecto a Israel; ha venido a reinstaurar parcialmente la doctrina Reagan que el propio presidente manifestó en un discurso el primero de septiembre de 1982 y que se basa en los siguientes axiomas:
“No voy a permitir que el pueblo de Israel quede a merced de la artillería enemiga con solo diez millas de territorio entre los palestinos y el mar”.
“Estados Unidos no apoyará ni la creación de un Estado palestino independiente ni la anexión por Israel de los territorios de la Franja Oeste”.
“El autogobierno con la asociación de los territorios palestinos a Jordania ofrece la mejor solución para una paz duradera”.
Esta posición estaba perfectamente alineada con lo que todos los representantes occidentales manifestaron en el debate de la Resolución 242 de 1967 de Naciones Unidas indicando que “Israel no podía ser forzado a volver a las frágiles y vulnerables líneas de demarcación del armisticio de 1949”.
La solución de dos Estados no es tampoco una quimera si se dan las condiciones básicas. En Cisjordania existen actualmente unos 130 asentamientos reconocidos judíos con una población de 350.000 personas. Casi el 60% de los judíos que habitan en Cisjordania viven en cinco distritos (Ma’ale Adumim, Modiin Illit, Ariel, Gush Etzion y Givat Ze’ev) que se encuentran a pocos kilómetros de la Línea Verde. El propio Arafat reconoció en Camp David la idea de que los grandes asentamientos judíos quedaran bajo la soberanía de Israel. El área en disputa supone apenas el 1,7% del territorio construido de Cisjordania, menos de setenta kilómetros cuadrados, la mitad que la ciudad castellana de Segovia. Israel admite que por razones de seguridad un amplio número de asentamientos deberán entregarse al nuevo Estado palestino, pero su impacto sobre la población no superaría las cincuenta mil personas, que bien podrían reubicarse o bien continuar viviendo en sus asentamientos bajo la Autoridad Palestina con algún tipo de doble nacionalidad y acuerdos de seguridad.
Irán es sin duda otra cuestión crítica dadas las claras intenciones de Teherán con respecto a Israel y el desarrollo de su política nuclear, que ha sido retrasada por la acción de la inteligencia de Israel más que por la acción de todos los demás gobiernos amenazados. Si hoy existen unos débiles acuerdos con Irán se debe a la extraordinaria acción del Mosad para destruir las centrifugadoras y toda la infraestructura que les acompañaba. Pero como ha señalado Trump, la adquisición de capacidades nucleares por Irán es inadmisible y un casus belli para toda la región y Occidente.
Irán sin embargo es una cuestión más crítica para Estados Unidos. Tiene la llave de la estabilidad en Irak y es esencial en la lucha con el Daesh, además de tener como aliados a Rusia y a Assad. Si Trump opta por desmarcarse del acuerdo con Irán tendrá de aliados a árabes e israelíes, pero la situación en Irak y Siria podría complicarse y mucho. Una Siria apoyada y controlada por Irán sería la peor pesadilla para Israel. No parece que Trump vaya a ir más allá con Irán mientras que la situación en Irak y Siria no se aclare y el Daesh sea eliminado, pero si Irán baja la guardia en los dos escenarios, el Califato podría retomar fuerza y entonces habría que redefinir la prioridades. Todo un reto para la diplomacia norteamericana.
Netanyahu se puede ir contento de este viaje, le ha tocado la lotería, pero ahora tiene que afrontar sus problemas internos que pueden arruinar su carrera política y generar una gran inestabilidad institucional que es lo que menos necesita ahora el estado judío ante la oportunidad que se presenta con el apoyo de Estados Unidos, y con las relaciones aceptables con Egipto y Jordania y en menor medida con Arabia, para convencer a los Palestinos de optar por una solución estable y duradera. Como presiento que ni a egipcios ni jordanos les hace mucha gracias acoger a estos hermanos en la fe que siempre le han ocasionado más problemas que beneficios, lo que solucionaría gran parte del problema, solo nos queda seguir en la búsqueda de una solución de dos Estados en paz, reconocidos mutuamente y con fronteras seguras. Esta sería un buen second best, si la primera opción no fuera viable, lamentablemente.
Fuente:libertaddigital.com
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