El pasado 16 de febrero se llevó a cabo un evento conmemorativo en recuerdo de la la Expulsión de los Judíos de los Países Árabes, con la participación de la Sra. Tal Naim, agregada cultural de Israel en México, y el Rabino Elie Abadie, entre otros distinguidos participantes. El Rabino Abadie nos comparte este texto sobre su la historia de su familia, quienes vivieron este terrible episodio, y su llegada a nuestro país.
RABINO ELIE ABADIE PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO –
Cuando Joab Ben Zeruiah, comandante del ejército del rey David, capturó Aram Zobah (Alepo es conocido con este término hebreo bíblico), él construyó una torre y una fortaleza que forman la fundación de las fortificaciones antiguas que todavía se pueden ver en Alepo hoy. Los judíos de Alepo nombraron su famosa sinagoga en honor de Joab.
Los judíos han estado viviendo en Siria durante miles de años. La comunidad judía en Siria formó un eslabón central en la cadena ininterrumpida de asentamientos judíos a lo largo de la Medialuna Fértil, que se extendía desde el Antiguo Israel hasta Babilonia.
El movimiento nacionalista árabe sirio llevó el conflicto árabe-israelí a la atención del público en Siria. Poco después de la resolución de la ONU de 1947 a favor de un Estado Judío, disturbios antijudíos estallaron en Alepo. Se incendiaron las sinagogas, se saquearon tiendas y casas judías y miles de judíos de Alepo se vieron obligados a huir del país. Los refugiados llegaron a Líbano y Turquía y de allí a otros países del mundo, incluyendo a Estados Unidos e Israel. Menos de 4,000 judíos permanecieron en Alepo en los años cincuenta, de los 18,000 originales de principios de los años cuarenta.
Durante las quemas de la Sinagogas el 8 de Kislev, correspondiente al 1 de diciembre de 1947, los alborotadores árabes entraron en la Gran Sinagoga. Abrieron la caja fuerte pensando que tenía dinero, pero encontraron el códice de Alepo, la copia autoritaria más antigua de la Biblia, y la dañaron.
Bajo la persistente represión de las autoridades, de 1947 a 1990 muchos miembros de la comunidad judía sufrieron mucho para escapar de la persecución. Muchos intentos de escapar terminaron en tragedias, con judíos inocentes siendo torturados y asesinados. Hoy en día, Siria tiene menos de 14 judíos que viven en el país. Una comunidad judía que se originó hace más de 3.000 años, ya no es más.
Mis propios padres huyeron por sus vidas una vez que las multitudes, ayudadas por la policía en la que alguna vez confiaron, comenzaron a quemar sinagogas y sifrei Torot en lo que se conoció como los ‘harayek’. Ese día, los alborotadores sirios entraron en el edificio en el que vivían mis padres, que estaba justo al lado de la Sinagoga. En minutos mi madre oyó gritos. “Están golpeando a los judíos, destruyendo sus propiedades, saqueando tiendas, arruinando negocios...” y así alterando para siempre el curso de la comunidad judía sefardí de Alepo.
El escape era arriesgado, pues las puertas fueron cerradas y la policía siria patrullaba la frontera, manteniendo a los judíos como prisioneros. Aquellos que se atrevieron a tratar de sobornar a un funcionario bien conectado, o caminar fuera de la frontera donde nadie los vería fueron en su mayoría fracasando. Muchos, fueron asesinados, torturados o detenidos en el proceso. Mis padres se escondieron en la casa de mis abuelos, lejos de la sinagoga. Luego, unos días más tarde, hicieron intentos separados por intentar escapar.
Mi madre obtuvo un permiso médico y llevó a mis hermanos mayores a las montañas libanesas. El aire estaba más limpio y la promesa de una vida más saludable les esperaba, ya que uno de mis hermanos estuvo enfermo durante más de un año. El escape de mi padre tomó un camino diferente, sin embargo. Trató de salir ilegalmente del país y fue capturado varias veces. Él nunca abandonó la búsqueda para unirse a su familia, sin embargo, en su último intento encontró a D-s/Hashem a su lado. Justo cuando pensó que había fracasado una vez más, tras haber sido capturado en las calles de Alepo, inmediatamente se dio cuenta de que en realidad había sido atrapado por un guardia sirio que él conocía, quien disimuladamente le advirtió de su detención inminente. Le dijo: “Mira, estás siendo perseguido por las autoridades porque has intentado escapar unas cuantas veces y tengo órdenes de detenerte. Voy a volver mañana a detenerte”.
Mi padre no necesitaba una indirecta más fuerte. Con la ayuda de algunos amigos, se embarcó en el tren al Líbano esa misma noche, y se alistó con la ayuda de un oficial del tren que el conocía. El hombre lo escondió en la carga y le dijo que no podía respirar, estornudar o mover un músculo, o ambos serían capturados y asesinados. Mi padre se ocultó así durante horas, su miedo se intensificó una vez que el tren llegó a la frontera. La policía buscó muy bien en la carga, y cuando llegaron a su vagón, estaba seguro de que lo descubrirían, el oficial al prender su flash e iluminar el vagón por dentro, casi captura a mi papá, pero afortunadamente el oficial que estaba buscando se distrajo y se trasladó a otro vagón. Mi papá se salvó, milagrosamente, pero sabía que no podía permanecer en el tren. Tan pronto como llegaron a la frontera, mi padre saltó del tren en movimiento hacia un barranco.
Sorprendentemente, aparte de algunos moretones, se salvó y comenzó a caminar por el terreno del Líbano en busca de su familia. Viajó de noche para no ser visto y eventualmente reunirse con su esposa – mi madre – e hijos – mis hermanos. ¡Al verlo, toda la familia recibió la sorpresa de su vida, ya que no tenían la menor idea de que iba a venir! Dejó todo atrás: hogar, muebles, negocios, ropa y propiedades. Todo lo que le quedaba en el mundo era una pequeña bolsa y la ropa que tenía puesta.
Fue la creatividad de mi madre y la valentía de mi padre lo que finalmente los llevó a una relativa seguridad. Si mi padre hubiera sido atrapado, no habría estado yo aquí hoy para contarles esta historia; ¡No habría nacido!
Aunque el Líbano era relativamente pacífico, nuestro estatus siempre fue el de refugiados. Aunque la mayoría de mis hermanos, incluido yo mismo, nacimos en el Líbano, siempre fuimos refugiados. Nunca podríamos salir del país porque ningún otro país quería recibirnos. Éramos refugiados. No podíamos movernos por el país sin tarjetas de identidad de refugiados. Sí, se nos permitió vivir en el país, pero no como ciudadanos libres.
Durante los siguientes 22 años en el Líbano, viviendo como refugiados judíos, vivimos la Campaña del Sinaí de 1956, la Guerra Civil Libanesa de 1958 y la Guerra de los Seis Días de 1967. Sufrimos discriminación pasiva, temor a la persecución y escondimos nuestra identidad la mayor parte del tiempo. Después de Septiembre Negro y la transferencia de la dirección de la OLP al Líbano en 1969, la comunidad judía se sintió amenazada y comenzó a huir del Líbano. Un día, una imagen del tamaño de un póster salió impresa en la revista más importante y en muchas mezquitas de todo el Líbano. La foto era de los tres líderes rabínicos, incluido mi padre, todos vestidos con su túnica rabínica y su Talit. El subtítulo debajo de la imagen decía: “Éstos son los líderes judíos sionistas que están ayudando a los judíos a escapar a Israel”.
Sobra decir que mi padre y los otros dos rabinos se convirtieron en un objetivo inmediato. Durante semanas se escondieron en sus casas hasta que el gobierno les aseguró que estarían seguros. Inmediatamente, mi padre y otro Rabino planearon salir de Líbano. Mi mamá le escribió una carta a mi hermano Jack que ya vivía en México desde antes. Le mandó la foto y el artículo que apareció en la revista, diciéndole que nuestra vida estaba en peligro; y que, si no mandaba por nosotros para traernos a México, no sabíamos lo que pasaría con nosotros. Mi hermano Jack hizo una petición especial al gobierno de México para aceptarnos como inmigrantes. Afortunadamente, esta fue aprobada después de un tiempo que nos pareció una eternidad. En la víspera de Pésaj de 1971 recibimos el telegrama con tan sólo unas pocas palabras: “Feliz Pésaj, los papeles fueron aprobados para venir a México“.
Finalmente, como muchas otras familias judías sefardíes, dejamos el Líbano. Pudimos inmigrar a México en 1971, dejando atrás una vida e historia después de miles de años en esa región hermosa y antigua del mundo que los Sefardíes llamaron casa.
Mi historia es como la historia de los casi un millón de judíos que vivían en países árabes que fueron desplazados de manera similar de sus países de nacimiento. Sin embargo, cuando se plantea la cuestión de los «refugiados» en el contexto del Oriente Medio, la gente se refiere invariablemente a los refugiados árabes palestinos, prácticamente nunca a los refugiados judíos de los países árabes.
La sensación de pérdida para los judíos desplazados de los países árabes es multifacética:
La pérdida de su país.
La pérdida de su hogar.
La pérdida de dejar atrás una vida.
También hay pérdida de la historia;
La pérdida de la propia comunidad.
La pérdida de los Lugares Santos.
Y dolorosamente, la pérdida de la familia que permanece en los cementerios que se quedan atrás.
Tenemos la responsabilidad moral de proteger este legado y corregir una injusticia histórica de muchos años.
Afirmar los derechos y la reparación de los refugiados judíos es una convocatoria legítima para reconocer que los refugiados judíos de los países árabes, como cuestión de derecho y de equidad, poseen los mismos derechos que todos los demás refugiados.
La primera injusticia fue la violación masiva de los derechos humanos y civiles de los judíos en los países árabes.
Hoy en día, no debemos permitir una segunda injusticia: que la comunidad internacional siga reconociendo los derechos de una población de refugiados árabes sin reconocer la igualdad de derechos para otras víctimas de ese mismo conflicto en el Oriente Medio, los refugiados judíos de los países árabes.
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