KAREN BENSUSSEN
Después de la segunda guerra mundial, el discurso “políticamente correcto” se convirtió en factor esencial en los distintos asuntos en materia política.
Pero ¿Por qué la importancia de prestar atención a la forma y el modo en que se discuten las diferentes cuestiones?
Tristemente, la historia nos ha enseñado ya un sinnúmero de veces que cuando abrimos las puertas a los argumentos subjetivos, prejuiciosos e intolerantes, conlleva a resultados trágicos y aberrantes.
Sin ir muy lejos en la historia, basta con recordar la terrible devastación humana de la Segunda Guerra Mundial, donde 6 millones de judíos fueron asesinados motivados por un régimen antisemita intolerante y racista, junto con el exterminio de los romanís gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, discapacitados, homosexuales, entre otros. Otro triste ejemplo fue el régimen apartheid (de segregación) de Sudáfrica y Namibia, creando lugares separados de los diferentes grupos raciales, dando el poder exclusivo a la raza blanca; régimen que permaneció hasta 1992.
Estos son sólo algunos de los cientos de ejemplos que podemos encontrar en los capítulos de la historia humana.
Hoy pareciera que de nuevo nos hemos olvidado de las lecciones del pasado, regresando a temas nacionalistas y proteccionistas, elementos que han resurgido con gran fervor a causa de las crisis migratorias, las crisis económicas y el desempleo. Tratando de buscar un chivo expiatorio se fomenta el miedo al extraño, se culpa al inmigrante de la crisis económica y de la inseguridad.
El tema migratorio es aprovechado por los aparatos gubernamentales para fomentar el miedo, el prejuicio y el odio; tal como sucedió en el régimen nazi.
Cierto es que hoy estamos viviendo la segunda crisis migratoria más grande de la Historia después de la Segunda Guerra Mundial, y esto supone incertidumbre, temor e incomodidad de los ciudadanos de los países receptores de inmigrantes.
Hoy vemos en Estados Unidos, y en varios países europeos, que han cambiado las política de comunicación, siendo más “sinceras”, más directas y proteccionistas; dando paso a ideologías nacionalistas y exclusivistas, y por ende, políticas crudas e intolerantes, promoviendo la intransigencia, la segregación, el extremismo, la severidad y el fanatismo. Como consecuencia se deja al otro acorralado y desprotegido, abandonado en un mundo de desesperanza y rechazo, arrebatándole la oportunidad de mostrar al mundo sus capacidades, su valor, su potencial.
Hasta hace unos años la importancia que se le daba a la expresión verbal era de suma importancia, pues el discurso puede ser una herramienta para herir las sensibilidades de minorías, transmitiendo juicios despreciativos, discriminatorios y xenofóbicos. La conducta verbal es la ventana al interior de los valores humanos, es por ello que en la libertad de expresión se tiene como límite el respeto hacia el otro; a través de la palabra se canalizan las ideologías, siendo un derecho del hombre; pero volvemos a la primera cuestión; ¿Cuáles son los límites de la libre expresión? en el instante en que a través de la palabra se violan los derechos civiles del otro y se atenta en contra de la dignidad, el discurso se convierte en mera propaganda motivadora de rencor y desprecio hacia el otro.
Pero ¿Qué consecuencias trae consigo esta tendencia? Lo estamos viendo día con día, pareciera que lo que ayer era vetado y reprobado; hoy esta en boga, es decir, hoy ya no es tabú referirse hacia el otro peyorativamente, pues si el mismo gobierno utiliza un léxico ofensivo y discriminatorio ¿por qué los mismos ciudadanos no?
Hoy los mexicanos son “bad hombres”, los árabes son “terroristas”, las mujeres objetos utilitarios, la prensa mentirosa. Continuando con un sinnúmero de calificativos peyorativos que sólo muestran la intolerancia, el racismo y las políticas despreciativas del sistema.
Desafortunadamente los gobiernos abrieron el camino al rencor y resentimiento de la población, manifestándose a través del inconsciente colectivo, omitiendo cualquier sentido de responsabilidad moral.
Hoy en el discurso el mensaje subyacente es que todo lo que uno piense o crea es válido, sin contemplar los daños que desencadenan las palabras, y en el peor de los escenarios culpando al que es considerado extraño como el responsable y culpable de la situación.
¿Se abrió la puerta a la libre expresión? ¡Cuestionémonos! Si lo que llamamos libre expresión significa discursos ofensivos, discriminatorios que fomentan el odio, el racismo y la animadversión.
Se abrió la caja de pandora, lo que hasta hace unos años era inconcebible hoy se vive como un derecho nacional, hoy cualquiera puede expresar su racismo sin el más mínimo sentido ético y de justicia, hoy ya se puede gritarle al mexicano que se largue! Decirle al judío “heil Hitler”, rechazar al árabe por ser peligroso o “terrorista” …
Cuidemos nuestras palabras, pues la libertad individual acaba donde empiezan los derechos del otro.
No es casualidad que la filosofía de mediados del siglo XX, haya dado tanto énfasis a la otredad. A través de la experiencia de la shoá, filósofos humanistas como Emmanuel Lévinas y Martin Buber realizaron un serio análisis filosófico acerca de la responsabilidad del individuo hacia la alteridad, enfatizando un respeto sagrado hacia la relación con el otro, pues a través de esta relación, se distinguen los valores personales.
Para estos filósofos la relación del yo con el otro se debe de dar en un lenguaje de humildad y bondad. Una relación que va más allá de toda violencia, la filosofía contraria al poder y la libertad mal entendida.
El respeto, la solidaridad, el entendimiento, la compasión y devoción por el otro son el único camino que nos hará recuperar nuestro valor como seres humanos.
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