GEORGE CHAYA
Encontrar un país anfitrión que garantice la seguridad de Assad y los suyos no es una tarea fácil.
Todavía no está claro cuándo, o incluso si la próxima reunión de conversaciones de paz sobre Siria tendrá lugar. Sin embargo, una cosa está cada vez más clara y es que las partes involucradas están mostrando señales de reforzarse para continuar combatiendo esa guerra civil que ya es la mayor tragedia humana del nuevo siglo.
Una de las causas de la continuidad del conflicto es la rápida caída del amor del pueblo sirio con un régimen que domina el país desde 1970. Esto no significa que los sirios que amaron el régimen de Assad estén resignados. Lo que significa es que muchos sirios, tal vez la mayoría, estaban dispuestos a tolerarlo de la manera que se tolera el mal tiempo. Aunque lo que se aprecia hoy es un marcado sentimiento de desamor que, según el devenir de los hechos, condujo a un odio intenso en el todos contra todos.
Así, un consenso está tomando forma, incluso en lugares tan inesperados como Moscú y Teherán: “La salida del presidente Bashar al-Assad del poder debe, en algún momento, ser considerada como inevitable”. Hace un año, Moscú y Teherán consideraban la salida de Assad como no negociable. Desde entonces, ambas partes han modificado sus posiciones. Rusia e Irán ya no rechazan conversar sobre una eventual salida para Assad.
Sin embargo, aliviar a Assad de la ecuación enfrenta una serie de dificultades. La primera es la duración de cualquier transición que conduzca a su partida. Assad quiere permanecer hasta el final de su mandato presidencial, es decir, otros cinco años, pero las potencias occidentales insisten en una transición de 12 a 18 meses.
Como edulcorante, el ministro británico de Asuntos Exteriores, Boris Johnson, ha sugerido que al final de una breve transición se le permita a Assad presentarse a la reelección. La oferta de Johnson se asemeja al oro de los tontos, porque es claramente improbable que Assad tenga alguna posibilidad de ganar en cualquier elección no organizada por él mismo. Sin embargo, el gesto podría salvar la brecha entre las potencias occidentales y el campo pro-Assad liderado por Rusia.
No obstante, la transición no es el único problema. Assad y sus protectores también necesitan resolver un problema espinoso que refiere a dónde y por cuánto tiempo el gobernante depuesto podría pasar el resto de su vida. Moscú y Teherán no desean acoger a alguien que sería un imán para operaciones de venganza de aquellos que han sufrido tan terriblemente en los últimos años. Encontrar un país anfitrión que garantice la seguridad de Assad y los suyos no es una tarea fácil.
Otra cuestión más complicada aún refiere a la garantía que Assad exige en cuanto a no ser enjuiciado por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. El problema es que la forma en que el corpus del derecho internacional se refiere a los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad en las últimas tres décadas hace difícil imaginar la perspectiva de esa garantía exigida por Assad.
Durante casi un siglo el concepto de inmunidad soberana protegió a gobiernos y líderes contra las acusaciones de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, aunque se erosionó sustancialmente en el juicio a los líderes del partido nazi en Nuremberg. El concepto mantuvo la mitad de una vida propia hasta los años noventa, en que hubo consenso que se podía llevar a un Estado a la Justicia, aunque en demandas civiles por compensación económica o restitución de bienes confiscados ilegalmente. No así a los líderes involucrados en eso. No obstante, en el último cuarto de siglo tomó forma un nuevo consenso que conduce a los Protocolos de Roma y a la creación de la Corte Penal Internacional. Hoy en día, el principio de inmunidad soberana no cubre individualmente a los funcionarios de un Estado, ni siquiera en los niveles más altos.
Otro hecho significativo del derecho internacional moderno es la desaparición del estatuto de limitación como concepto jurídico. Hasta dos o tres decenios, los actos que podían calificarse de crímenes de guerra estaban sujetos a límites de tiempo más allá de los cuales no era posible un enjuiciamiento exitoso. Ahora, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad permanecen abiertos a juicio para siempre y se fortaleció el concepto de imprescriptibilidad para esos delitos. En consecuencia, independientemente de cuánto tiempo podría vivir, Assad siempre seguiría siendo un objetivo para la acusación por cargos de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Ese principio se estableció de manera dramática en los casos de los líderes serbios Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic y Ratko Mladic.
Muchos gobiernos han recolectado sistemáticamente evidencia sobre crímenes de guerra. El Departamento de Estado de los Estados Unidos, por ejemplo, cuenta con una Oficina Especial de Justicia Penal Internacional que asesora al secretario de Estado y al subsecretario de Seguridad Civil y de Derechos Humanos sobre cuestiones relacionadas con los crímenes de guerra y genocidio. En 2012, la oficina abrió un proyecto especial sobre Siria y acumuló una gran masa probatoria sobre los crímenes de guerra de Assad. Aunque luego, como gesto de buena voluntad hacia la República Islámica de Irán, en conversaciones con Teherán sobre el acuerdo nuclear, en 2013, el presidente Barack Obama cerró el proyecto y canceló su presupuesto. Sin embargo, las pruebas reunidas están intactas y podrían utilizarse en cualquier momento contra Assad y su círculo.
También Dinamarca y Alemania han reunido pruebas junto con la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre Siria (IICIS, por sus siglas en inglés). IICIS ha publicado varios documentos sobre la masacre sistemática de detenidos en prisiones sirias administradas por Assad. El informe señala que miles de detenidos desaparecidos por el régimen han sido golpeados hasta morir o murieron bajo tortura. Y los sobrevivientes han narrado abusos inimaginables. Por último, pero no menos importante, decenas de organizaciones no gubernamentales (ONG) y miles de activistas de derechos humanos, muchos de ellos sirios, han sido capaces de reunir cantidad de evidencia durante años.
Ningún otro gobernante de la historia se ha enfrentado a una avalancha de pruebas que indica su papel en una tragedia de tal magnitud como Bashar al-Assad. La cuestión es tan clara que no cabe la pregunta sobre si esa avalancha de pruebas se desplomará o no sobre el presidente sirio. El único interrogante es cuándo sucederá eso.
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