Un año más, Jerusalén registró una importante pérdida de población, con la salida de ciudadanos hacia otras ciudades hastiados por el alto coste de la vivienda, la baja calidad de vida y un ambiente religioso que para muchos resulta opresivo.
Un reciente estudio de la Oficina Central de Estadísticas de Israel reveló que 18,126 personas abandonaron la ciudad santa en 2016, muchas de ellas familias jóvenes y no religiosas o no practicantes que buscan asentarse fuera de la compleja ciudad.
La cifra supera con creces las 10,275 personas que se trasladaron a vivir a la urbe, uno de los lugares más sagrados para las tres religiones monoteístas.
Las principales razones que citan los que se van incluyen una alta presencia de “intolerancia religiosa”, altos precios para casas muy poco asequibles y salarios más bajos que en otras partes de Israel.
“El balance es negativo” en términos de migración interna, explica a Efe la investigadora Mijal Koraj, del Instituto Jerusalén para la Investigación Política, donde también desgranan otros componentes de las cifras migratorias como el crecimiento nacional o la inmigración.
De acuerdo a Koraj, hay varios factores particularmente “jerosolimitanos” que refuerzan el crecimiento negativo, que también sufren otras grandes ciudades como Haifa o Ashdod, aunque en menor medida, con alrededor de 2,000 personas que se van cada año.
“En Jerusalén, por ejemplo, la situación de los haredim (ultraortodos judíos) y de los árabes, es muy delicada”, señala la investigadora.
Estos sectores participan de la tensión social que se respira en una ciudad santa para judíos, cristianos y musulmanes, y que es uno de los puntos centrales del conflicto árabe-israelí, patente en sus barrios y en sus calles.
Según la Oficina Central de Estadísticas, Jerusalén reúne la mayor concentración de ultraortodoxos del país, y un tercio de los 534.000 judíos residentes forma parte de esta comunidad caracterizada, además de por su extremismo religioso, por unos altos índices de pobreza de familias en general muy numerosas.
Jerusalén también alberga a 316.000 residentes palestinos, que no tiene nacionalidad israelí, sino un permiso de residencia y viven en su mayoría en la parte Este de la ciudad, ocupada por Israel desde 1967.
El 82 % de estos vive bajo la línea de la pobreza, según las cifras del organismo estadístico, una tasa que en el conjunto de la ciudad alcanza el 48 %.
Ultraortodoxos y árabes son las comunidades más pobres, con unos porcentajes de desempleo del 30 % para los primeros y el 36 % para los segundos, lo que otorga a Jerusalén el triste título de estar entre las ciudades más pobres dentro de Israel.
Israel se anexionó en 1980 la parte ocupada de la ciudad, en un gesto que no ha sido reconocido por ningún país de la comunidad internacional y hoy existe una separación no física pero si muy palpable entre el Este palestino y el Oeste israelí.
La ciudad está dividida con barreras invisibles por idioma, religión, estilos de vida y ocio, tradiciones y calidad de servicios diferentes, en perjuicio de grupos como los palestinos o los judíos no practicantes.
Esta amalgama de conflictos, intereses y creencias genera una fricción única que la hace poco apetecible a los ojos de muchos israelíes.
Las reclamaciones sobre ella la han convertido, además, en centro de los ataques de palestinos contra israelíes en los últimos años.
A estos factores se suma la escasez de viviendas, los altos precios de alquiler y venta de inmuebles, y el elevado coste de vida, que hacen que muchos residentes vean una distorsión entre sus salarios y lo que tienen que pagar en su día a día.
En 2016 el ingreso neto medio de un hogar jerosolimitano fue de 12.164 shekels (3.094 euros) mensuales y los gastos fijos de 11.528 (2.932 euros).
“Los ultraortodoxos, por ejemplo, no quieren irse de la ciudad por su santidad, pero debido a los altos precios no les queda opción y acaban en comunidades aledañas como Modiin Ilit”, apunta Koraj y asegura que ésta es también la situación de muchas parejas de jóvenes no creyentes que empiezan a formar una familia y ven imposible hacerlo en la ciudad.
La migración interna lleva a los más religiosos a destinos como Beit Shemesh o asentamientos judíos en Cisjordania, mientras que los judíos no practicantes apuestan por alternativas como Mevaseret Zion, a tan seis kilómetros de la ciudad santa, Modiin, o ciudades alrededor de Tel Aviv, que no paran de crecer por su cercanía a ese referente israelí de modernidad y laicidad.
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