Purim no es una cuestión de risa en la era de la post-verdad

RICHARD HIRSH

Durante siglos Purim, que celebra el escape de un edicto de exterminio de los judíos de la antigua Persia, se ha presentado como una comedia y un carnaval en el que una historia de casi genocidio se minimiza a través de disfraces y parodias. Pero este año, Purim no parece ser un tema de risa. Hay demasiado en juego. Nuevamente tenemos suficientes razones para temer que las palabras de Amán, el principal enemigo de los judíos persas, hayan ganado popularidad. “Hay cierto pueblo disperso y diseminado entre los pueblos de todas las provincias del reino, cuyas leyes y costumbres son diferentes de las de todos los demás. ¡No obedecen las leyes del reino, y a Su Majestad no le conviene tolerarlos!”(Esther 3: 8), dijo Amán al rey Asuero. Sin pedir pruebas o evidencias, el rey persa acepta la autenticidad de la acusación y firma el edicto “… si place al rey, decrete que sean destruidos” (3: 9).

Entre los aspectos más inquietantes de este preocupante año ha sido lo que ahora se denomina como la “era de la post-verdad”.

El Diccionario Oxford destaca el término “post-verdad” como una de las palabras más utilizadas en 2016: “que se refiere o denota circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menor influencia en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Patrick Moynihan dijo una vez: “Toda persona tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos”. Sin embargo, en la “era de la post-verdad”, la creencia subyacente de que existen “hechos” es cuestionada.

Actualmente, la derecha considera la verificación de los hechos de las aseveraciones más inverosímiles como sesgada y como falsificación. Los medios sociales nos han proporcionado el fenómeno de las noticias falsas, que se desarrolla en la era de la post-verdad. El espíritu de Amán -de ataques falsos e injustificados, amenazas y acusaciones- ahora prospera en la arena política contemporánea. Y así como en el Libro de Ester se extendió una mentira “para cada pueblo según su lenguaje” (3:12), ahora tenemos medios sociales que pueden difundir instantáneamente acusaciones falsas.

Todo esto debe preocupar a los judíos. Sabemos lo que significa ser objeto de rumores, insinuaciones, acusaciones y distorsiones. Sabemos lo que sigue cuando la tenacidad provocativa se une al poder político.

Además de nuestra preocupación por el daño que la distorsión de la realidad puede causar a las comunidades marginadas, debemos estar igualmente atentos al efecto corrosivo sobre el tejido social cuando la verdad es desplazada por una cultura de mentiras.

En el judaísmo, la verdad es un valor moral fundamental a través de la cual cultivamos y evaluamos tanto la integridad personal como la de la sociedad que compartimos. En nuestra tradición, Dios tiene múltiples nombres y uno de ellos es “Verdad”. Si nuestro legado histórico como judíos nos advierte no difamar y oprimir al extraño, el legado espiritual del judaísmo nos recuerda que la verdad es fundamental.

Si las personas eligen decir o hacer cosas que causan daño y además se niegan a reconocer los hechos, deben rendir cuentas por sus acciones en base a la verdad. Si rechazan los argumentos de aquellos con quienes no están de acuerdo, los acusan y atacan en lugar de comprometerse, deben rendir cuentas por las trágicas consecuencias al discurso cívico y civil. Si “verdad” es uno de los nombres de Dios, tenemos la obligación de honrarlo.

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