Ayer se cumplió un año del asesinato del comerciante David Fremd en su ciudad de Paysandú.
No se trató de un crimen más, de esos como los que lamentablemente nos toca informar en forma demasiado frecuente. Porque el motivo que costó la vida a Fremd fue el hecho de ser judío. Muchos creíamos que por ser Uruguay un país abierto, con tradición tolerante, y donde históricamente hemos convivido en paz personas de distintas razas y religiones, estábamos inmunizados contra este tipo de crimen motivado por el odio racial y religioso. El asesinato de Fremd fue una dura sacudida que nos sacó del letargo y nos mostró que las cosas que vemos en la televisión en lugares lejanos, no están tan lejos de nuestra realidad cotidiana.
Muy por el contrario, el crimen nos reveló que el germen del odio está vivo en el seno de la sociedad uruguaya, que en la propia ciudad de la víctima habían ocurrido varios hechos que alertaban sobre el problema, y que no supieron ser advertidos ni por las autoridades, ni por la gente en general. Es más, las consecuencias judiciales del homicidio, y la forma en que el asesino fue declarado inimputable y tratado livianamente por las autoridades como un simple caso aislado protagonizado por un loquito suelto, reafirman la necesidad de replantearnos muchos mitos sagrados sobre los que se asienta nuestra imagen colectiva.
Que el homicida pudiera tener un desequilibrio patológico no debe ser algo que nos alivie en lo más mínimo. Hay muchos “loquitos sueltos” en toda sociedad, pero el caso Fremd nos muestra que también hay gente que se puede aprovechar de esa situación para canalizar esa “locura” en la dirección del odio. Y que la sociedad no puede mirar para otro lado y confiar complaciente en que lo que dice una persona, amenazando y destilando odio racial, es simplemente parte de un cuadro demencial que no llegará a nada concreto.
Uno de los detalles más perturbadores del caso Fremd es que su asesino se dedicaba a jugar videojuegos en lugares públicos, donde hacía gala de sentimientos y consignas antisemitas y nadie, de todos los que fueron testigos, hizo nada para enfrentarlo. Ni para hablar con el hombre y mostrarle que semejantes comentarios son inaceptables en nuestra sociedad, ni para advertir a las autoridades del hecho y que se prestara atención al tema. Hoy, ya es demasiado tarde, una familia uruguaya debió atravesar una odisea de dolor y frustración terrible, y la sociedad en general ha sido golpeada por un hecho de sangre injustificable.
Es bueno recordar algunas frases de una carta que el hijo de David Fremd, Guillermo, envió a El País luego del crimen. Allí decía que “a Papá no lo mató un loco suelto. El radicalismo islámico (que lejos está de representar a la totalidad de los musulmanes) es un fenómeno creciente en todo el mundo, y el asesino de Papá es un caso típico de radicalización. Es imprescindible comprender que, lejos de ser un caso aislado, este suceso se enmarca en un fenómeno global que gracias (o por culpa) de la globalización, hemos sentido demasiado cerca. Es necesario decirlo con claridad: Internet está repleto de organizaciones que con gran profesionalismo y meticulosidad buscan captar individuos que por su perfil social y psicológico son plausibles de ser convertidos al Islam y radicalizados. Peralta, el asesino de Papá, fue el primero que conocemos en Uruguay, pero nada indica que será el último”.
Lamentablemente, si bien no hemos tenido que padecer otro hecho semejante, las señales que se han dado desde las autoridades y desde la sociedad en general, a veces dan la impresión de que no toman demasiado en cuenta esta advertencia. Esperemos no tener que volver a lamentarlo.
Pero también hay señales positivas. Esta semana el Parlamento uruguayo organizó un acto en recuerdo de Fremd y en contra del racismo y la xenofobia en Uruguay. El mismo contó con la participación de gente de todos los partidos políticos y de la sociedad civil, dejando en claro que este tipo de conductas no tienen ningún espacio en el país. Esto no es un detalle menor, cuando en el mundo vemos un avance de los relativismos políticos, de la naturalización de los discursos de odio y confrontación, y cuando en el propio Uruguay hemos notado algunos comentarios de parte de personas cercanas a la actividad pública, dignos de quitar el sueño. Uruguay no puede tener un nuevo “Caso Fremd”. Y para evitarlo no alcanza con que la política y la policía estén atentos y vigilantes. Es una tarea de todos asegurarnos que en la sociedad uruguaya, el odio y el racismo, no tengan ningún lugar.
Fuente:cciu.org.uy
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