BURAK BEKDIL
Turquía es, oficialmente, candidata a ingresar en la Unión Europea como miembro de pleno derecho. También está negociando con Bruselas un acuerdo que permitiría a millones de turcos viajar a Europa sin visado. Pero Turquía no es como cualquier otro país que se haya unido o se vaya a unir a la UE: el líder que han elegido los turcos, que lleva en el poder desde 2002, hace muy visible la diferencia.
El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que está haciendo campaña para ampliar sus poderes constitucionales y convertirse en el jefe del Estado, del Gobierno y del partido gobernante –todo a la vez–, es intrínsecamente autocrático y antioccidental. Al parecer, se tiene por un gran líder musulmán que está combatiendo a ejércitos de infieles cruzados. Esta imagen que proyecta de sí evoca poderosos recuerdos entre millones de turcos e islamistas [suníes] conservadores de todo Oriente Medio. Eso, entre otros excesos a la turca, hace de Turquía un país totalmente incompatible con Europa en términos de cultura política.
Aun así, las cosas siempre tienen un lado bueno. Tomemos, por ejemplo, el caso de Melih Gokcek, alcalde de Ankara y gerifalte del AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) de Erdogan. En febrero, Gokcek afirmó que los seísmos registrados en una provincia del oeste de Turquía podrían haber sido organizados por oscuros poderes foráneos (léase los infieles occidentales) para destruir la economía turca con un “terremoto artificial” cerca de Estambul. Guiado por esta teoría de la conspiración, el alcalde no sólo afirma que el terremoto fue obra de EEUU y de Israel, también que EEUU creó el radical Estado Islámico (ISIS). En realidad, según él, EEUU e Israel conspiraron para provocar un terremoto en Turquía a fin de extraer energía de la falla turca.
Las relaciones entre Turquía y Europa están mucho más tensas de lo que afirman absurdamente los políticos que quieren quedar bien con Erdogan. El presidente, omitiendo adrede sus contundentes puntos de vista antisemitas, acusó hace poco a Alemania de “actitudes fascistas” que recordaban a las de la época nazis, en el marco de la candente controversia por la cancelación de mítines políticos destinados a recabar apoyos para él entre el millón y medio de ciudadanos turcos que viven en Alemania.
Los holandeses no son diferentes, parece pensar Erdogan. En un conflicto diplomático similar a causa de los mítines políticos turcos en los Países Bajos, Erdogan describió al Gobierno holandés como “un vestigio del nazismo y el fascismo”. Tras impedir a Mevlut Cavusoglu, ministro turco de Exteriores, entrar en Holanda por vía aérea, las autoridades holandesas sacaron del país a otro ministro turco. Es bastante humillante, sin duda. Un Erdogan enfurecido juró que los Países Bajos pagarán por ello.
Europa –no sólo Alemania y los Países Bajos– parece estar unida a la hora de impedir a Erdogan exportar la polarización política turca, extremadamente tensa y a veces incluso violenta, al Viejo Continente. La prensa ha informado de que, en Estocolmo, la capital de Suecia, el propietario de un recinto ha cancelado un mitin a favor de Erdogan, aunque el Ministerio de Exteriores sueco dice no haber tenido nada que ver con tal decisión.
En Europa se está extendiendo el sentimiento anti Erdogan. El primer ministro de Dinamarca, Lars Loekke Rasmussen, dijo que le había pedido a su homólogo turco, Binali Yildirim, que pospusiera una visita ya prevista a causa de las tensiones entre Turquía y los Países Bajos. Aunque Turquía agradeció a Francia que permitiera al ministro de Exteriores Cavusoglu hablar ante una congregación de expatriados turcos en la ciudad de Metz, el ministro de Exteriores francés, Jean-Marc Ayrault, pidió a las autoridades turcas que “evitaran los excesos y provocaciones”.
Ninguno de los incidentes que apuntan forzosamente al despertar turco de Europa han salido de la nada. A comienzos de febrero, la canciller alemana, Angela Merkel, y Erdogan mantuvieron una tensa reunión en Ankara. Erdogan rechazó rotundamente la alusión de Merkel al “terrorismo islamista” arguyendo que esa expresión “entristece a los musulmanes”, porque “el islam y el terrorismo no pueden coexistir”. La controversia se produjo mientras una investigación germana sobre unos imanes turcos radicados en Alemania que espiaban a enemigos de Erdogan mostraba indicios de que lo mismo ocurría en otras partes de Europa. Peter Pilz, diputado austriaco, dijo estar en posesión de documentos de treinta países que revelaban una “red de espionaje global” en las misiones diplomáticas turcas.
A principios de marzo, después de que Turquía dijera que haría caso omiso de la negativa de las autoridades alemanas y holandesas y que iba a seguir celebrando mítines en ambos países, el canciller austriaco, Christian Kern, pidió el veto a nivel europeo de las intervenciones de políticos turcos en actos de campaña.
La respuesta de Turquía, para desafiar aún más a Europa, fue arrestar a Deniz Yucel, periodista turco-alemán de un destacado periódico germano, Die Welt, acusándolo de “hacer propaganda a favor de una organización terrorista e incitar a la población a la violencia”. Yucel fue detenido tras informar sobre los correos electrónicos que un colectivo de hackers izquierdistas había extraído de la cuenta privada de Berat Albayrak, ministro de Energía de Turquía y yerno de Erdogan.
Existe el riesgo de que la guerra propagandística de Erdogan contra la Europa “infiel” envenene aún más las relaciones bilaterales con individuos y países y también con Europa como bloque. Ni siquiera los expatriados turcos están contentos. El líder de la comunidad turca de Alemania acusó a Erdogan de deteriorar los lazos entre dos aliados en la OTAN. Gokay Sofuoglu, presidente de la comunidad turca en Alemania, que engloba a 270 asociaciones, dijo: “Erdogan se ha pasado de la raya. Alemania no debería rebajarse a su nivel”.
La oleada de tensiones entre la Turquía de Erdogan y Europa, a la que en teoría aspira a unirse, han revelado una vez más la largamente tolerada incompatibilidad entre la cultura política turca, predominantemente conservadora, islamista y a menudo antioccidental, y los valores liberales de Europa.
Turquía se parece cada vez más al Irak de Sadam Husein. En 1989, durante una visita a Irak, un guía del Gobierno que hablaba turco se negaba a hablar de política iraquí, y justificaba así sus reparos: “En Irak, la mitad de la población son espías que espían a la otra mitad”. La Turquía de Erdogan se ha embarcado oficialmente en una travesía hacia la democracia occidental. Pero su mentalidad islamista está en guerra contra la democracia occidental.
Burak Bekdil: Periodista turco. Escribe en Hürriyet Daily News y es miembro del Middle East Forum
Fuente: Gatestone Institute/ Traducción del texto original: Europe’s ‘Turkish Awakening’/ Traducido por El Medio
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