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domingo 17 de noviembre de 2024

Israel, las noticias falsas y el ‘Estado de apartheid’

LELA GILBERT / Cuando por primera vez puse el pie en Jerusalem en agosto de 2006, llegando al país en medio de la segunda guerra del Líbano, uno de los primeros descubrimientos que hice fue que la verdad a veces es difícil de identificar en la Tierra Santa no siempre santa.

También descubrí que la verdad no figura en la lista de prioridades de las fuentes internacionales. Y muchos de ellos -aunque sean prestigiosos- están más que felices de eclipsar la verdad con lo que ahora se conoce popularmente como “noticias falsas”.

Hay innumerables ejemplos, y demasiados para mencionarlos. Pero un caso clásico -reciclado recientemente- es que a Israel se le acusa frecuentemente de ser un “estado de apartheid”.

Esta falsedad está cuidadosamente escondida entre las brillantes tapas del famoso libro del ex presidente Jimmy Carter, Palestine: Peace Not Apartheid, que me introdujo oficialmente en el libelo que Israel supuestamente trata a los árabes de hoy como África del Sur trató a las personas de color entre 1948 y 1991.

Esta acusación puede ser seriamente desacreditada por los que vivieron realmente en Suráfrica durante esas décadas oscuras. Pero más sobre eso en un momento.

Gracias a la obstinada ceguera de varios periodistas, diplomáticos y activistas anti-Israel, la acusación del apartheid contra Israel nunca ha desaparecido. Y en los últimos días, el tema ha sido revisado, esta vez en Naciones Unidas.

La antigua advertencia “Cuidado con los idus de marzo” era apropiada en Israel el 15 de marzo, cuando Naciones Unidas publicó un informe acusando al Estado judío de imponer un “régimen de apartheid” de discriminación racial contra el pueblo palestino. La secretaria ejecutiva de la Comisión Económica y Social de Naciones Unidas para Asia Occidental, Rima Khalaf, publicó el informe y explicó que era “el primero de su tipo” de un organismo de Naciones Unidas y “concluye clara y francamente que Israel es un Estado racista que ha establecido un sistema apartheid que persigue al pueblo palestino”.

El informe se titulaba “Prácticas israelíes para el pueblo palestino y la cuestión del apartheid”, y decía que “las pruebas disponibles establecen más allá de toda duda razonable que Israel es culpable de políticas y prácticas que constituyen el crimen de apartheid tal como se define legalmente en los instrumentos legales internacionales”.

La CESPAO (Comisión Económica y Social para Asia Occidental) se compone de 18 estados árabes de Asia occidental y tiene como objetivo apoyar el desarrollo económico y social en los estados miembros, según su sitio web. Según Khalaf, el informe se preparó a petición de los Estados miembros.

Desafortunadamente para ella y su causa, Khalaf publicó el informe en el sitio web de la ONU sin consultar con la secretaría de Naciones Unidas.

El secretario general de la ONU, António Guterres, no se mostró satisfecho.

“El informe en su forma actual no refleja las opiniones del secretario general”, dijo el portavoz de la ONU, Stéphane Dujarric.

Mientras tanto, la recién inaugurada Administración Donald Trump -que reiteradamente ha reafirmado que Estados Unidos es el fiel aliado de Israel- respondió al informe con indignación.

Nikki Haley, Embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, declaró en una declaración oficial: “La secretaría de Naciones Unidas tuvo razón al apartarse de este informe, pero debe ir más lejos y retirar el informe por completo”.

El Embajador de Israel en los Estados Unidos de América, Danny Danon, estaba indignado:

El intento de difamar y falsamente etiquetar a la única verdadera democracia en Oriente Medio creando una falsa analogía es despreciable y constituye una mentira flagrante.

El informe fue escrito por el infame Richard Falk, ex investigador de derechos humanos de Estados Unidos para los territorios palestinos, y Virginia Tilley, catedrática de ciencias políticas en Southern Illinois University.

Antes de dejar su puesto en 2014 como “Relator Especial sobre Derechos Humanos en los Territorios Palestinos”, Falk -un profesor emérito de Princeton con opiniones radicalmente anti-Israel- declaró que las políticas israelíes tenían características inaceptables de colonialismo, apartheid y limpieza étnica.

Una de mis amigas periodistas más perspicaces, Ruthie Blum, proporcionó algunos antecedentes esenciales sobre Falk en una columna de Israel Hayom, señalando que él es apenas una voz confiable en los asuntos de Oriente Medio. La insensata glorificación de Falk por el ayatolá Ruhollah Khomeini, fundador de la traicionera República Islámica de Irán, debería haber sido suficiente para deshonrar cualquiera de sus futuras pontificaciones. Blum explicó,

El 16 de febrero de 1979, Falk publicó un artículo de opinión en The New York Times llamado “Confiando en Jomeini”. En él, puso poesía sobre el clérigo musulmán, que convertiría a Irán en la teocracia hambrienta de armas nucleares que es hoy. “La representación de [Khomeini] como fanática, reaccionaria y portadora de prejuicios crudos parece cierta y felizmente falsa”, escribió Falk.

A continuación, elogió al Islam chiíta: “Lo que es distintivo, tal vez, sobre esta orientación religiosa es su preocupación por resistir la opresión y promover la justicia social”, dijo, concluyendo: “Habiendo creado un nuevo modelo de revolución popular basado, en su mayor parte, en tácticas no violentas, Irán nos puede proporcionar un modelo desesperadamente necesario de gobernanza humana para un país del tercer mundo”.

Falk debería haber sido desacreditado académica y políticamente hace décadas. Por desgracia, las personas de su clase, que pretenden preocuparse por la cuestión de los derechos humanos mientras apoyan y disculpan a sus mayores abusadores, no sólo son inmunes a las consecuencias, sino que son recompensados con títulos ilustres y posiciones lucrativas.

Haley llegó a la conclusión de que Falk es “un hombre que ha hecho repetidamente comentarios sesgados y profundamente ofensivos sobre Israel y ha abrazado ridículas teorías conspirativas”.

Tal vez debido a las opiniones optimistas de Trump sobre Israel, la falsa acusación fue rechazada no sólo por los EE.UU. El cuestionable informe también fue retirado de la página web de la ONU. Este resultado bastante sorprendente se produjo gracias a la intervención del propio secretario general de la ONU.

Pero ese no fue el único resultado. Khalaf, que publicó inicialmente el informe de la CESPAO y que una vez fue subsecretaria general de Guterres en la ONU, anunció su renuncia en una “rueda de prensa organizada apresuradamente” después que Guterres exigiera que se retirara el informe.

Khalaf explicó,

El secretario general me pidió ayer por la mañana que retirara [el informe]. Le pedí que replanteara su decisión. Insistió, así que presenté mi renuncia a la ONU.

Esperábamos, por supuesto, que Israel y sus aliados ejercieran enorme presión sobre el secretario general de la ONU para que rechazara el informe y le pidieran que lo retirara.

Dujarric aclaró que “el secretario general no puede aceptar que un subsecretario general o ningún otro alto funcionario de la ONU que se reporte a él autorice la publicación bajo el nombre de ONU-bajo el logotipo de la ONU- sin consultar a los departamentos competentes e incluso a sí mismo”.

Así terminó -y con una conclusión mucho mejor de lo que cabía esperar- el último intento deshonesto de representar al Estado judío como nación racista y discriminatoria en la que los árabes y / o musulmanes son tratados como ciudadanos de segunda clase: un estado de apartheid.

Pero, por supuesto, la cuestión sigue siendo si este esfuerzo por deshonrar al Estado judío será el último reto de su tipo. Sólo nos cabe esperarlo.

Sin embargo, en caso de que la calumnia vuelva a surgir, tal vez valga la pena revisar un par de lecciones que aprendí sobre las acusaciones de apartheid cuando buscaba mis propias respuestas al respecto. El siguiente es un pasaje (adaptado) de mi libro Saturday People, Sunday People: Israel a través de los ojos de un residente temporal cristiano.

Estaba a punto de tomar un brunch con un amigo en el centro comercial Mamilla de Jerusalem; estábamos esperando que nos dieran mesa en una terraza donde las mesas con vistas a la Ciudad Vieja eran muy solicitadas. De repente, dos chicas jovenes y árabes llamaron nuestra atención. Sus cabezas estaban cubiertas de bufandas de diseño y sus ajustados vaqueros y accesorios eran de lujo. Estaban sentadas en la mesa junto a una familia judía “ultra-ortodoxa” con su ropa característica. Y junto a ellos había una mesa llena de turistas americanos de mediana edad en pantalones cortos, camisetas de souvenir y un montón de cámaras, aparatos GPS y riñoneras.

Miré a mi alrededor y vi que nadie prestaba atención a las mujeres musulmanas ni a los muchos compradores árabes que pasaban de camino a las tiendas. Tampoco nadie miró fijamente a los judíos ultraortodoxos: hombres con sombrero negro o kipá negra, mujeres con faldas largas, con pelucas o con pañuelos cubriéndose el pelo.

En Jerusalem, como en ninguna otra parte, se puede averiguar en qué creen las personas por la forma en que se visten. Pero nadie a nuestro alrededor parecía notar ni preocuparse por lo que el otro llevaba – o creía. Por razones obvias, la frase peyorativa de Jimmy Carter para Israel, “Estado Apartheid”, se proyectó en mi mente.

Y así fue que esa misma noche tenía previsto cenar con mis amigos sudafricanos Malcolm y Cheryl Hedding, su hija Charmaine y su hijo Ethan. Habían transcurrido algunos años desde que se publicó mi entrevista con Malcolm sobre el apartheid en Jerusalem Post. Le recordé, y luego describí la escena de Mamilla. “¿Podría haber ocurrido eso en Sudáfrica durante los años del apartheid?” Le pregunté.

“De ninguna manera”, se rió. “Todo estaba separado. Los negros tenían retretes separados. Fuentes separadas para beber. Bancos separados. En algunos lugares había un toque de queda por lo que tenían que salir de la vista y dejar la ciudad a los blancos después del atardecer. Era como solía ser el Deep South americano”.

“¿Los negros podían comer en el mismo restaurante que los blancos?”

“¡Nunca! Cuando viajamos con un hombre negro que era parte de nuestra iglesia, uno de nosotros tuvo que entrar al restaurante y pedir comida para llevar, para que pudiéramos comer juntos en el coche. De lo contrario, tendría que comer solo”.

De camino a casa, de repente me acordé de otra viñeta de Mamilla. Había entrado deprisa en la tienda de cosméticos Mac para hacer una compra rápida antes de salir. Tenía prisa y sólo había una empleada, una chica bonita de Jerusalem con un maquillaje bastante impresionante. Atendía a dos modernas mujeres árabes, con pañuelos de seda, pantalones elegantes y chaquetas bien ajustadas. Las tres estaban teniendo una animada discusión -en inglés- sobre la sombra de ojos y los colores del delineador. El único desacuerdo entre ellas tenía que ver con tonalidades: ¿Verde té o verde oliva? ¿Luminiscente o mate? Estaba claro que no me atenderían enseguida. La empleada le estaba probando una nueva paleta de primavera a una de ellas, probando los colores en sus manos mientras las aplicaba. Las tres hablaban sin parar.

Cuando me fui, me encontré con un grupo de peregrinos africanos cuyas gorras amarillas idénticas me dijeron que eran de Nigeria. Rompieron a cantar el Evangelio mientras se dirigían a la puerta de Jaffa. La gente sonreía y les tomaba fotos.

Una exhibición artística de esculturas bíblicas adornaba la plaza. Los teléfonos celulares sonaban, los claxons sonaban en la calle cercana, y gente de todas las edades y descripciones reía y hablaba y celebraba el glorioso clima.

Y así fue que llegó la primavera en la encantadora y polémica ciudad de Jerusalem, capital eterna de la tierra de Israel.

Entonces como ahora, hay quienes eligen producir y propagar noticias falsas sobre el lugar, obstinadamente negándose a buscar y descubrir los hechos sobre el tema.

Mientras tanto, el resto de nosotros que amamos a Israel y a su pueblo judío seguiremos aplaudiendo su coraje. Para admirar su innata bondad y autenticidad. Y para honrar su profundo compromiso con la Verdad.

Fuente: Hudson Institute – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico

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