ESTHER SHABOT
El triunfo de Donald Trump fue recibido por el primer ministro de Israel y su gobierno con enorme beneplácito.
Nunca fue un secreto que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, simpatizaba enormemente con la figura de Donald Trump desde la elección de éste como candidato del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos. Los múltiples enfrentamientos que se dieron entre el premier israelí y la administración de Obama a lo largo de los ocho años de gestión del Presidente demócrata hacían temer al gobernante israelí que el triunfo de Hillary Clinton sería una continuación de las políticas de su predecesor en el tema israelo-palestino, léase especialmente el desacuerdo respecto a la cuestión de la expansión israelí de asentamientos en Cisjordania. Y es que para la coalición gobernante, encabezada por Netanyahu, ningún tema de la agenda nacional importa tanto como el crecimiento de dichas colonias, dado que la principal fuerza ideológica y columna vertebral de tal coalición es el ultranacionalismo religioso, cuyo proyecto se centra en el poblamiento de la mayor parte de Cisjordania para convertirlo eventualmente en parte integral de Israel.
Por lo tanto, el triunfo de Trump fue recibido por Netanyahu y su gobierno con enorme beneplácito. La perspectiva era que con el nuevo inquilino de la Casa Blanca estaría garantizada la luz verde para continuar con el proyecto de expansión de asentamientos en Cisjordania sin los obstáculos que se habían tenido en el pasado. Incluso, se legisló para dar celeridad y legitimidad jurídica a tal proyecto, considerando que era inminente el cambio de óptica en Washington. Sin embargo, muy pronto esos planes empezaron a desmoronarse. En las subsecuentes declaraciones de Trump, el espaldarazo hacia la política de Netanyahu ya no fue tan claro, sino que afloraron ambivalencias que en un principio no fueron tomadas muy en serio hasta que llegó a la región el primer enviado de Washington para explorar la problemática israelo-palestina.
Jason Greenblatt, quien fuera en el pasado asesor legal de Trump, fue el encargado de tal misión. Y para cumplirla con profesionalismo, se preparó en serio antes de llegar, para una vez en la región, entrevistarse y conocer de primera mano las diferentes facetas del complicado conflicto que se le encargó explorar. No sólo se entrevistó con Netanyahu en dos ocasiones, sino que además habló con representantes de la Autoridad Nacional Palestina en Ramala, con el presidente israelí, Rivlin; con el líder de la oposición Herzog, con palestinos de Cisjordania y Gaza, con líderes de los colonos y con el coordinador israelí de actividades en los territorios, el general Yoav Mordejai. Después de una semana intensa de trabajo, el resultado ha sido que la esperada luz verde para proseguir con la expansión de asentamientos no ha llegado, sino que hasta el momento, la disposición de la administración Trump al respecto sigue siendo bastante parecida a la norma que prevalecía anteriormente, es decir, se puede construir dentro de los bloques ya existentes, pero no fuera de ellos.
Netanyahu y sus aliados gubernamentales han sufrido así una decepción que pone al premier israelí en una situación delicada en la medida en que los elementos radicales dentro de su coalición le demandan ser más asertivo con Trump. Pero Netanyahu sabe que confrontar al nuevo presidente constituye una apuesta peligrosa y en ese sentido se halla atrapado. Además, las investigaciones policiales en curso contra su persona acerca de actos ilícitos a lo largo de su gestión política lo tienen en la cuerda floja, como también ocurre con las pugnas internas que recientemente ha tenido con algunos de sus ministros, respecto al manejo del tema de la independencia de la nueva entidad de comunicación oficial, la Israeli Broadcasting Corporation, sobre la cual el primer ministro israelí pretende ejercer controles que, según sus críticos, atentan contra la libertad de expresión consagrada por la legislación israelí. Así las cosas, no fue casual que a principios de la semana pasada, Netanyahu sugiriera que estaba dispuesto a disolver su gobierno para convocar a nuevas elecciones, aunque hasta el momento es incierto si se trató de una declaración seria o de un bluff destinado a posicionarlo más favorablemente. Habrá que ver.
Fuente:excelsior.com.mx
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