CNAAN LIPHSHIZ / Aunque hoy sólo cuentan 50, los judíos de Bershad lograron proteger su sinagoga de arcilla de 200 años de antigüedad a través de sucesivos regímenes despóticos
A primera vista, esta ciudad monótona 160 millas al sur de Kiev parece casi idéntica a los asentamientos que salpican el distrito de Vinnitsa, azotada por la pobreza.
Cubierta en una aparentemente permanente nube de humo de la quema de madera – todavía el método estándar de calefacción aquí – Bershad, con una población de 13.000 habitantes, presenta dos puentes desvencijados sobre el contaminado (y actualmente congelado) río Dokhna, caminos atravesados por chatarra de la era soviética y una total ausencia de iluminación en las calles.
Y al igual que muchas ciudades ucranianas remotas, Bershad, también, tiene una población judía pequeña y envejecida. Los judíos persisten aquí aunque casi todos sus familiares viven en la relativa comodidad de Israel o Estados Unidos.
Pero hay más en Bershad de lo que parece.
Una mirada más cercana a su historia y arquitectura únicas revela algo increíble: Bershad es uno de los últimos shtetls restantes de Europa. Esta ciudad cerca de la frontera de Moldavia, con una población judía de 50 personas, es un testimonio vivo de la increíble historia de supervivencia de la comunidad judía, que ha sobrevivido a pesar de décadas de represión comunista, el Holocausto y el éxodo de los judíos de habla rusa.
En ninguna parte es más evidente la singularidad de esta comunidad judía que la sinagoga de Bershad, construida de arcilla hace 200 años.
Increíblemente, las autoridades soviéticas devolvieron el edificio blanco de dos pisos con techo de hojalata a la comunidad judía de la ciudad en 1946, poco después de que el Ejército Rojo liberara la actual Ucrania de las garras de la Alemania nazi y de sus aliados. Fue un movimiento muy inusual en un imperio secularista que bajo Joseph Stalin sistemáticamente nacionalizó la propiedad de las comunidades de fe y perseguía rutinariamente a los judíos que insistían en practicar su religión.
Siguiendo los pasos del genocidio nazi, esta política soviética fue un golpe mortal para la vida judía en toda la campiña de Ucrania -una vez hogar de miles de shtetls- y la limitó severamente en las grandes ciudades.
Sin embargo, “en un momento en que la represión comunista puso fin a la existencia de los pocos shtetls que por algún milagro sobrevivieron el Holocausto, la existencia de una sinagoga en activo en Bershad fue el eje de la vida comunitaria para este shtetl”, dijo Yefim Vygodner, de 64 años. La ciudad tenía una población judía de unos 3.500 en la década de 1960.
Vygodner es el líder de la comunidad judía de Bershad – y su miembro más joven.
A lo largo de las décadas, el status relativamente privilegiado de los judíos de Bershad -Vygodner lo atribuye a una combinación de suerte, lejanía, resistencia y amistad con vecinos no judíos- se hizo más aparente en Pesaj y Yom Kipur, dijo, porque en esas fiestas el judaísmo salía de la casa y entraba en la sinagoga.
En una entrevista de este mes, Vygodner le contó a JTA cómo, de niño, su madre lo enviaba a una panadería improvisada de matzá que se abría cada año frente a la sinagoga. En las semanas previas a Pesaj, el olor de la matzá horneada flotaba por las fangosas calles del shtetl, recordó.
“El panadero sacaba del horno la matzá ondulada y hecha a mano y la envolvía en papel para cada cliente individualmente”, dijo Vygodner. “Ni siquiera sabía que la matzá también se producía en masa”.
Bronia Feldman, jovial de 79 años, recordó otra escena de la vida judía en Bershad: Cada Yom Kippur, su madre la llevaba a la plaza frente a la sinagoga, donde cientos de judíos se reunían para escuchar el shofar – la culminación del día solemne de la expiación del judaísmo.
“Los que tenían trabajos sensibles, maestros y médicos, no entraban en la sinagoga porque no querían meterse en problemas”, dijo Vygodner sobre los años comunistas. “Sólo se quedaban alrededor de la sinagoga”.
En Pesaj, sin embargo, “todos comían matzá – doctores, maestros, ingenieros – todos”, dijo.
Los relatos de Vygodner y Feldman son muy inusuales para los judíos de su edad que crecieron en la antigua Unión Soviética, donde el judaísmo era practicado en secreto, si es que lo practicaban.
La clave para la supervivencia de Bershad fue su ubicación occidental: en 1941, su región cayó bajo la ocupación de las tropas fascistas rumanas, que eran menos metódicas sobre el asesinato de los judíos que sus aliados alemanes. Ellos liquidaron los shtetls vecinos y convirtieron Bershad, que en 1939 tenía una población judía de 5.000, en un gueto central con 25.000 prisioneros. Muchos perecieron, pero 3.500 judíos de Bershad sobrevivieron.
Uno de ellos es Alxander Zornitskiy, de 83 años, veterinario jubilado y escritor, que se escondió con su madre y dos hermanas mientras soldados alemanes mataban a 2.800 personas en su cercano shtetl de Ternovka. Con la ayuda de gente no judía, la familia llegó a Bershad, donde vivían en condiciones de hacinamiento y sin suficiente comida en una de las casas de madera de dos habitaciones que componían el barrio judío.
“Los rumanos eran crueles, pero no nos dispararon”, resumió. “Cada calle aquí me recuerda el Holocausto. Pero también es donde sobreviví”.
Después del Holocausto, el consentimiento -o al menos el silencio- de los no judíos de Bershad fue crucial para mantener la vida espiritual judía de la ciudad.
“Aquí es donde los siglos de coexistencia desempeñaron un papel”, dijo Vygodner.
A diferencia de sus coreligionarios más intelectuales de las grandes ciudades, añadió, los judíos de Bershad eran de cuello azul: trabajadores del metal, zapateros, carpinteros y pescadores, cuyas familias habían trabajado durante siglos hombro a hombro con no judíos.
La panadería de matzá cerró en la década de 1980. En 1989, la comunidad judía de Bershad comprendía 1.000 miembros – la mitad de su tamaño una década antes.
Hoy, los judíos restantes de Bershad celebran un seder comunal en la sinagoga organizada por Chabad. También vienen aquí durante todo el año para recibir paquetes de comida cortesía del grupo de caridad Cristianos por Israel. Yakov Sklarsky, propietario del único estudio fotográfico de la ciudad, funciona como rabino la mayor parte del año. Sus credenciales son su habilidad para cantar y leer, aunque no entiende, el hebreo.
El rollo de la Torá en la sinagoga no es kosher. El propio shul, que Vygodner dijo que funciona más como un centro comunitario que como una casa de culto, rara vez tiene minián, el quórum de 10 hombres requerido para algunos servicios de oración en el judaísmo ortodoxo. Su fresco del techo con la Estrella de David permanece, pero su fachada se desprende, revelando la arcilla y el heno de sus paredes. La sección femenina se ha transformado en una zona de almacenamiento.
Aun así, es uno de los edificios mejor conservados del viejo shtetl, con un nuevo techo de hojalata y una nueva capa de pintura blanca.
La mayoría de las casas que rodean la sinagoga, que está en el corazón del barrio judío de Bershad, son inhabitables, abandonadas por los propietarios judíos que emigraron a Israel, Estados Unidos o Kiev, pero no pudieron vender la tierra en una de las zonas más pobres de Ucrania. Las yardas están llenas de basura y manadas de perros callejeros.
Muchas casas tienen un porche frontal que según Vygodner era una comodidad preferida de los judíos del shtetl. Algunos incluso tienen marcas de mezuzá en la descorchada pintura de sus marcos de puerta.
Pero los miembros de la comunidad judía aquí, por su parte, no se quejan. Feldman dice que está feliz de tener una sinagoga -una institución de la que pocos pueblos del tamaño de Bershad pueden presumir en Ucrania- y se sienten “afortunados de tener Yakov como nuestro rabino”.
A pesar del orgullo local, Feldman -el último judío de Bershad cuya lengua materna es el yiddish- está contemplando salir.
“Tengo una hermana en Ashdod, y estoy pensando en unirme a ella”, dijo sobre la ciudad israelí, añadiendo que su principal razón para quedarse es su hija, Maya, que vive en Bershad.
En cuanto a Vygodner, su hijo se fue a Israel hace cinco años. Pero él y su esposa, Tamara, no se irán en el corto plazo.
“Vivir aquí es un gusto adquirido y estoy acostumbrado. Tengo mi comunidad aquí, mi lugar”.
Fuente: The Washington Post – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico
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