LUIS AURELIO GONZÁLEZ PRIETO / En la historia oficial de los antecedentes de la Unión Europea se pone énfasis en el proyecto Paneuropeo fundado por el conde austro-japonés Coudenhove-Kalergi (1924), que asentaba sus bases ideológicas de la Europa unida en la cultura clásica y en el cristianismo; también en el proyecto europeísta expresado por el primer ministro galo Aristide Briand (1929), consistente en crear una red de tratados entre las diferentes naciones europeas para la constitución de un mercado común; pero nada se comenta de las pretensiones de constituir una Europa unida económicamente y dirigida por la Alemania nazi, es decir, su Grossraumwirtschaft (la economía del gran espacio).
La idea de la Grossraumwirtschaft ya había sido manifestada a principios de 1939, antes incluso de que estallase la guerra. El decano de la Facultad de Derecho y Economía de la Universidad de Rostock y miembro de la asociación jurídica nazi Rechts-wahrer, Walter Hallstein, en su olvidado Grossdeutchland als Rechseinheit (La Gran Alemania como entidad jurídica), justificaba jurídicamente y económicamente la anexión, por parte de Alemania, de Austria y los Sudetes, así como asentaba jurídicamente las bases para el establecimiento de una Gran Alemania mediante el Derecho de Conquista. Hallstein fue el negociador alemán de los tratados europeos y el primer presidente del Consejo Europeo, una vez que se eliminaron las inclinaciones de su biografía y su paso por un campo de reeducación en Norteamérica.
Una vez que los ejércitos alemanes conquistan Francia, será la propia Cancillería del Reich quien, el 9 de julio de 1940, proclama la necesidad de constituir un “nuevo espacio económico europeo”. Por esas mismas fechas, el Reichsbank señala, en un estudio muy pormenorizado, la necesidad urgente de una integración monetaria después del final de la guerra, con el fin de facilitar la constitución de un gran espacio económico europeo. Incluso el propio Herman Göring da instrucciones a la Autoridad de plan cuatrianual para la preparación de la “unificación europea a gran escala”.
En ese mismo año 1940, Herman Josef Abs, miembro del Deutsches Institut für Bankwissenschaft und Bankwesen (Instituto Alemán para el Estudio de la Actividad Bancaria) y miembro del Consejo de Administración del Deutsche Bank, señalaba que el nuevo espacio económico europeo creado por Alemania no se debería contentar con que los países conquistados fuesen meros proveedores de materias primas, sino que también deberían convertirse en clientes potenciales de los productos industriales alemanes. Ese gran espacio económico europeo sería, sin lugar a dudas, la realización material del espacio vital del que habla el propio Hitler en Mein Kampf.
La idea de un gran espacio económico europeo dirigido por la Alemania victoriosa también tuvo notable eco entre las elites intelectuales y económicas del régimen de Vichy. Así, un grupo de intelectuales franceses constituyen, el 24 de septiembre de 1940, el grupo denominado Collaboration, que se autodenominaba Agrupación por la Unidad Europea.
Las intenciones del empresariado alemán quedaban bien patentes en 1941, en el libro de Arno Sölter, responsable para el Orden Económico Nacional y la Economía de la Esfera Mayor, Das Grossbraum-Kartel,en el que se esgrimían los planes de los cárteles económicos alemanes para controlar toda la economía europea.
El peligro bolchevique
La prolongación de la guerra dará al traste con la creación de ese gran espacio económico en tiempo de paz dominado por Alemania, al que aspiraban sus élites económicas y empresariales. Por otro lado, la política económica alemana en los territorios ocupados se basará en un absoluto pillaje de todos los recursos en beneficio de su esfuerzo bélico.
A partir de la entrada en la guerra de los Estados Unidos y de la debacle en el frente oriental de Stalingrado, según señala Édouard Husson, los defensores alemanes de una gran Europa unida por lazos económicos comienzan a preparar una discreta posguerra no muy desfavorable para una Alemania que indefectiblemente sería derrotada.
En este sentido, en 1942, la asociación de empresarios berlineses organiza una conferencia sobre el tema de la construcción de una Comunidad Económica Europa (Europäische Wirtschaftsgemeinschaft, EWG),prácticamente la misma denominación que se utilizará apenas dos decenios más tarde para denominar la asociación económica europea. Las actas de dicha conferencia fueron suscritas por Walter Funk, ministro de economía del Reich y presidente del Reichsbank, así como por el consejero económico del propio Joseph Goebbels, Heinrich Hunke, quienes hacían referencia a la necesidad de crear una Comunidad Europea frente al comunismo soviético.
A finales de 1942 y comienzos de 1943, el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich creará el Comité Europa, que organizará un coloquio entre 300 jóvenes de distintos países europeos bajo el título La nueva Europa. Será el propio Joachim vom Ribbentrop quien proclamará la creación de una Confederación europea e incluso hablará de un proyecto de carta fundacional que previese la abolición de las aduanas entre los países integrantes.
En el verano de 1943, Cecile von Renthe-Fink, en su Nota para el establecimiento de una Confederación Europea, reseña la necesidad de crear una “unión monetaria europea” y recalcaba que el objetivo de dicha Confederación sería “desarrollar la prosperidad material, la justicia y la seguridad social de los Estados particulares, así como desarrollar los recursos materiales y su potencial de trabajo con la intención de proteger el continente de crisis y amenazas exteriores”. Además insistía en la necesidad de desarrollar, mediante un plan unificado, un “sistema intra-europeo de comunicaciones ferroviarias, aéreas, fluviales y por carreteras” y postulaba que la “guerra se trataba de una guerra por la libertad y la unión de Europa, la solución al problema bolchevique”.
La previsión de los empresarios
Al mismo tiempo que los aliados desembarcaban en las playas normandas (junio de 1944), Otto Ohlendorf y Ludwig Erhard, del departamento económico del gran holding químico IG Farben (este último futuro ministro de Economía de la República Federal Alemana), en un informe confidencial muy discreto para el Institut für Industrieforschung, anticipaban la derrota de Alemania y la necesidad de imaginar un nuevo orden económico compatible con los intereses de los Estados Unidos.
El 10 de agosto de 1944 tiene lugar en Estrasburgo una reunión de las grandes empresas alemanas con la intención de planificar la adquisición inmediata de empresas en países neutrales para preservar el poder económico del capital alemán, una vez se produjese la eminente derrota del Reich. Unas semanas más tarde, Richard Riedl, presidente de Consejo de Administración de IG Farben, el cártel alemán de la industria química, publica un folleto titulado El camino de Europa, en el que habla de la necesidad de crear un gran espacio europeo a partir de la reunión de naciones libres. Este espacio, con su gran potencial económico, político y cultural, podrá hacer frente a otras potencias, como la Unión Soviética. Señalaba que las pequeñas naciones deberían tener los mismos derechos que las grandes y proponía la creación de un Consejo Económico Europeo.
La derrota de Alemania dio paso a la Guerra Fría entre los aliados occidentales y la Unión Soviética, secundada por sus países satélites, por lo que los norteamericanos vieron en los proyectos nazis de la creación de Europa unida y fuerte un buen instrumento para frenar el expansionismo soviético. Así las cosas, crearon el Comité Americano para una Europa Unida que financiará, en gran medida, el Movimiento Europeo.
Paralelamente al surgimiento del Movimiento Europeo, encabezado por Schuman, Retinger y Spaak, en la Republica Federal Alemana se producirá una amnesia colectiva, permitida en gran medida por los Estados Unidos, y toda la población se olvidará de su pasado nazi o de colaboración con el régimen. Los grandes empresarios y ejecutivos de la industria alemana que habían sido condenados por crímenes contra la humanidad como Alfried Krupp o Friedrich Flick serán excarcelados y volverán a detentar sus antiguos cargos en la industria alemana. Luego, en 1951, serán reintegrados a sus antiguos puestos de funcionarios todos los que lo habían sido en tiempos del nazismo.
Así, algunos antiguos nazis como el ya mencionado Walter Hallstein, Han Glotke o Carl Friedrich Ophüls se convertirán en piezas fundamentales para la construcción del nuevo orden económico europeo, como paso para una integración europea. En ese momento, a los alemanes les interesaba más ser europeos que alemanes, ya que el resto de los europeos los consideraban culpables del desencadenamiento de la guerra y de un gran número de crímenes y atrocidades contra la humanidad. Alemania se convirtió en la gran defensora del nuevo espíritu europeo e incluso financió, en gran medida, los proyectos de la recién creada Comunidad Económica Europea.
Una vez que el muro de Berlín cayó a finales de la década de los ochenta y que a principios de los noventa se produjo la unificación alemana, los alemanes dejaron de mostrar el pudor de sentirse culpables por una guerra y unos crímenes que ya habían ocurrido hacía casi medio siglo. El espíritu dialogante e igualitario del paneuropeísmo de los primeros tiempos dará paso a un espíritu intransigente, que pretende hacer prevalecer sus intereses por encima de los del resto de los países. Se trata de una vuelta a aquella primigenia idea de una Europa unida bajo el dominio de Alemania. La crisis del 2008 ha sido el mejor aliado de Alemania para convertirse en el país dominante de la Unión Europea, algo que no podrán contradecir ni sus más fervientes defensores.
No parece que se pueda defender, como hacen Daniel J. Beddowes y Flavio Cipollini, que la actual Unión Europea sea un nuevo Cuarto Reich o que Hitler habría ganado la Segunda Guerra Mundial, pero sí se podría decir que la premonición que tuvo el dirigente ultraderechista y fundador de la Action Française, Charles Maurras, en 1930, de que una Europa unida sería indefectiblemente dominada por Alemania, cada vez toma más visos de realidad.
Fuente: ATLÁNTICA XXII
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