En 1943 apareció una extraña enfermedad en Italia de la que nadie había oído hablar antes. Sus síntomas eran terribles, era contagiosa y tan mortal que obligaba a poner en cuarentena a los enfermos. Aquella enfermedad se llamó Síndrome K y logró engañar a los nazis salvando cientos de vidas.
MIGUEL JORGE
Para ser más exactos ocurrió en otoño de 1943. En aquellas fechas miles de judíos en la Italia ocupada por los nazis fueron enviados a campos de concentración. Allí los esperaban grupos de médicos que debían realizar un análisis de cada uno de ellos. Y de entre los doctores, un pequeño reducto iba a tener una idea insólita para salvar decenas de vidas.
Los médicos idearon una enfermedad contagiosa y tan mortal que los soldados alemanes no se atreverían a acercarse a los enfermos.
El Síndrome K
16 de octubre de 1943. Los nazis acaban de asaltar un gueto judío cerca del río Tíber en Roma. A medida que los judíos fueron rodeados un grupo de médicos oculta una serie de fugitivos en el interior del hospital Fatebenefratelli que se encontraba en las inmediaciones. El Hospital, de unos 450 años de antigüedad, está ubicado en una pequeña isla en medio del río Tíber, justo delante del gueto judío.
Fue entonces cuando los médicos, entre ellos Vittorio Sacerdoti y un cirujano llamado Giovanni Borromeo, elaboraron un plan para diagnosticar a los refugiados con una enfermedad a la que llamaron Síndrome K. La enfermedad no existía en ningún libro de texto médico o en la tabla médica. De hecho, directamente no existía.
Aquello fue un nombre en clave inventado por el médico y activista antifascista Adriano Ossicini para ayudar a distinguir entre pacientes reales y judíos escondidos sin ningún problema de salud. El plan tendría éxito si los nazis creían que los pacientes tenían la enfermedad letal que podía infectar a cualquiera que entrara en contacto con ellos.
Los médicos se inventaron situaciones con las que explicar el carácter peligroso, por ejemplo, decían que en los estrechos cuarteles de los trenes de deportación un pasajero enfermo podría infectar a todos los que estaban a bordo, incluidos los soldados.
El ideólogo, Adriano Ossicini, era un doctor que trabajaba en el hospital y que sabía que necesitaba un medio para que el personal diferenciara qué personas eran en realidad pacientes y cuáles eran judíos escondidos.
Inventar una enfermedad falsa fue brillante. Cuando un médico se encontraba con un paciente con Síndrome K todos los que trabajaban allí sabían qué pasos debían tomar. Según explicó Ossicini años más tarde:
“La enfermedad se marcó en los informes de los pacientes para indicar que el enfermo no estaba enfermo en absoluto, simplemente era judío. Creamos esos documentos para ellos como si fueran pacientes ordinarios, y en el momento en que tuvimos que decir qué enfermedad sufrieron decíamos que tenían el síndrome K. Aquello significaba que “estoy admitiendo a un judío”, como si estuviera enfermo, pero sabiendo que todos estaban sanos … La idea de llamarlo Síndrome K fue mía.”
El nombre escogido, esa “K”, no fue baladí. Ossicini se refería a Albert Kesselring, el comandante nazi que, entre otras cosas, estaba a cargo de la ocupación italiana de Hitler. El médico también pensó en Herbert Kappler, el jefe de las SS responsable de asesinatos en masa. Nada que objetar, el hecho de nombrar a un contagio mortal con el nombre de dos comandantes nazis despiadados parece una solución lógica.
Pero una vez que los médicos tenían el ideario y el nombre, debían hacer frente a situaciones reales. Los médicos tenían que encontrar maneras de hacer que la enfermedad no pareciera falsa cuando las tropas nazis peinaban el hospital. Para ello, los médicos tenían salas especiales llenas de “víctimas” del síndrome K con carteles donde se podía leer: “Prohibido tocar a estos pacientes.”
El engaño se completaba recordando a las tropas nazis que aquello era una enfermedad altamente contagiosa y mortal. Los alemanes, asustados de contraer la misteriosa dolencia, ni siquiera se molestaron en inspeccionar a la gente que había en estas habitaciones. No sólo eso, con el fin de ayudar a muchos niños, los doctores los entrenaron para que tosieran violentamente para cualquier inspección.
Es curioso, la historia del Síndrome K no se reveló hasta 60 años después. Entonces salió a la luz el maravilloso engañó que idearon Ossicini y otros médicos para salvarle la vida a decenas de judíos perseguidos. Unas fechas donde una enfermedad que jamás existió se convirtió en un rayo de esperanza para muchos.
Fuente:es.gizmodo.com
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