Relacionar lo estético con la Shoá parece estar prohibido por una norma no escrita. Donde hubo horror, no pudo haber belleza y por lo tanto tampoco en nuestra perspectiva desde el hoy.
ALEJANDRO FRUNCIERI
¿Qué sucede cuando deseamos abordar cuestiones culturales y específicamente artísticas durante la Shoá o posteriores a la misma? ¿Nos es permitido éticamente apreciar la belleza de una obra de arte realizada en los campos? ¿Existió arte en los guetos o se trata de otro tipo de lenguaje lejano a toda manera de estética de manifestación humana?
Veamos la opinión de René Huygue que, en este sentido, menciona la ineludible relación del arte con el ser humano.
“El arte y el hombre son indisociables. No hay arte sin hombre, pero quizá tampoco hombre sin arte. (…) Por él, el mundo se hace más inteligible y accesible, más familiar.”
Me sostengo en esta afirmación para corroborar entonces que incluso, más allá de lo incómodo que pueda ser la mirada estética de una obra realizada por una víctima del genocidio nazi, ésta no solamente es factible sino necesaria, ya que se constituye en una herramienta, en un recurso y, como llamamos en Historia, una fuente primaria para intentar entender lo que sucedió, y cómo sucedió.
Más aún, si seguimos en este sentido a Huygue, cuando advertimos que el arte trasciende en realidad su papel como creador de belleza para tomar la función de representar y expresar. Allí es donde debemos fijar nuestra atención, en dicha función es donde encontraremos en el arte una rica y singular forma de acercarnos a los modos de vida y de resistencia a la deshumanización de que fueron “objeto” los judíos durante el Holocausto.
La penosa percepción de ser tratados como no humanos es patente en los testimonios de víctimas y sobrevivientes. Así, en una carta escrita en Tarnopool por una mujer llamada Mushiya, relata a sus familiares su ingreso como mecanógrafa en una compañía que tenía una oficina en el ghetto (en la casa que había sido de su familia), le permitió temporalmente una mejor situación: “Me trataban como a un ser humano, y no como a una judía”.
En este trágico contexto, de los intentos y logros de resistencia espiritual, nos es posible apreciar hoy miles de obras producidas a lo largo de la Europa ocupada por los nazis. Solamente en el Museo de Arte de Yad Vashém se encuentran casi 10 mil obras que integran tanto la exposición como el fondo del museo.
Dentro del contexto general que implicó la persecución y luego la experiencia concentracionatoria, también es factible y necesario diferenciar la situación del autor cuando éste nos es conocido. Deseamos citar en este artículo tres ejemplos: el de Charlotte Salomon, el de Bed?ich Fritta y de los niños y jóvenes en el Ghetto de Lodz. Debemos convenir que las consideraciones que aquí se refieren a las artes visuales también son aplicables al mundo de la música y las letras. Sobre la lengua y el impacto de Auschwitz sobre la palabra, es magistral el trabajo realizado por Esther Cohen en Los narradores de Auschwitz.
En su álbum “Vida o Teatro”, Charlotte Salomon, expresa sus vivencias durante el período que coincide con su iniciación en el mundo del arte y el hostigamiento nazi, que la llevarán finalmente a morir en Auschwitz. La maleta que recuperó su padre, contenía miles de pinturas que reflejan su historia de vida a la vez que la historia de la Shoá desde una narrativa de diario personal pero expresado desde el arte. Vemos cómo en sus autorretratos y las escenas de la vida cotidiana que plasma en su obra, emergen paulatinamente las acciones del nacionalsocialismo haciéndose presente en los uniformes o la bandera gamada que recorre calles y ondea en los edificios. Su sensibilidad propia de una artista le permitió captar la desgarradora angustia que in crescendo aquejaba al mundo: “La guerra continuó y me senté junto al mar y vi en lo más profundo del corazón de la humanidad”.
El caso del Ghetto de Lodz y sus álbumes nos significan una singular muestra de cómo el arte se convierte en un recurso simultáneo para la supervivencia y la expresión, incluso inconsciente de las desventuras vividas. En esta oportunidad son las voces de los niños quienes llegan hasta nosotros, para contarnos sobre aquél terrible pasado. El trabajo como fuerza liberadora, como estrategia que vislumbra una esperanza: permanecer vivos.
La leyenda de los niños de Lodz, permite que transitemos por las calles y fábricas del ghetto. Calles habitadas por miles de personas, y que a pesar de la diversidad de condiciones en que se encuentren, comparten un objetivo común llamado “resistencia”, y un final inexorable, aunque hasta el momento, por muchos ignorado: las “fosas en las nubes”.
También es paradigmático el caso del ghetto-campo de Theresienstadt (en la región identificada por los nazis como el protectorado de Bohemia y Moravia), en el que Bed?ich Fritta pinta para su hijo Tommy un álbum con una finalidad clara: comunicar de una manera asequible para un niño de tres años los anhelos de sus padres para su único hijo, en un futuro en el que la salvación de la catástrofe es el primero de ellos. Pero Fritta también realizó centenares de dibujos que retratan ya de una manera cruda la desgraciada forma de vida que tenía lugar en el ghetto, denuncia que se hace acuciante cuando los nazis intentan mostrar a Theresienstadt como un modelo ante la Cruz Roja y al mundo. Además de Bed?ich, otros artistas destacados son confinados en la fortaleza: Leo Haas (quien recuperó el álbum y se hizo cargo de Tommy al quedar huérfano), Otto Unger, Felix Bloch, entre otros.
El arte fue medio de resistencia desde el momento en que crear es un acto humano, y ser humano no estaba permitido. Así Jaim Kaplan menciona en su diario el 2 de octubre de 1940 en Varsovia, que “todo está prohibido para nosotros: ¡y todavía hacemos todo!”. Esta necesidad de dejar constancia por escrito de actos rebelión ante la opresión nazi, revelan cierta satisfacción por la preservación de la dignidad humana en el peor de los escenarios que la Historia haya conocido.
Posiblemente, al realizar sus obras, muchos de los artistas no tenían una intencionalidad consciente de resistencia, denuncia o fin testimonial. No obstante, el mero hecho de ser creadas, las eleva a un rango de legado, en lo familiar como en el caso de Tommy, o de “grito plástico” en otros, para ser manipulado por quienes tuviesen deseos de compartir la catarsis del patetismo en el que se hallaban inmersos, o en el futuro por quienes tuviesen necesidad y el deber de escudriñar sobre lo que pasó.
Según lo que hemos comentado, la producción de obras de arte, significaron una forma de “Amidá”. Este concepto me ha maravillado en su pertinencia para referir a la resistencia espiritual y creo que es muy oportuno, no solamente al relacionar con el étimo hebreo (permanecer de pie), sino por otra característica que tiene en el judaísmo la tfliá de la Amida, ya que además de rezarse de pie, se dice en voz baja, y en la diáspora, mirando hacía la Tierra de Israel. Supongo que en esto residió la fuerza de los combatientes, y así vemos como la lucha espiritual, la continuidad de la cultura y el tan humano poder creativo, fue otra forma de resistencia, por la decisión de permanecer erguidos ante la opresión y aportar muchas veces casi en silencio, susurrando, a la continuidad de la vida personal, familiar y comunitaria desde el lugar que cada uno pudo.
Podemos finalizar entonces rescatando una vez más la función expresiva del arte, trascendiendo cuáles sean los mensajes y situaciones que desean comunicarse. Así la Shoá puede ser vista en su “singularidad sin precedentes” al decir de Yehuda Bauer, sin que la esteticidad que en ellas se evidencia nos genere contradicciones en nuestro acercamiento a las producciones.
Adorno sostuvo que: “Ha llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente: ni en él mismo, ni en su relación con la totalidad, ni siquiera en su derecho a la existencia. En el arte todo se ha hecho posible”.
Quienes se enfrentan al recuerdo de la Shoá y a las evidencias del horror, pueden ver en las artes visuales la clara expresión del cotidiano y tenaz esfuerzo por resistir a la deshumanización.
Fuente:cciu.org.uy
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