Lo miro y lo miro y aunque a esta altura deberíamos estar curados de espanto, no puedo dejar de horrorizarme. Lo miro y se me hace una y otra vez un nudo en la garganta. Miro las caritas y también ahora que las recuerdo, se me caen las lágrimas.
ANA JEROZOLIMSKI
Estos días está circulando un video difundido por Vice News, sobre el reclutamiento de niños en Siria para las filas de Jabhat el-Nusra, uno de los principales grupos fundamentalistas islámicos que combaten al régimen de Bashar el-Assad. Esos niños son separados de sus familias, en algunos casos habiendo sido entregados por sus propios padres a los yihadistas, indoctrinados en un campamento de Al Nusra, para prepararse a ser”mujahidin”, o sea “combatientes de la Yihad”, de la guerra santa.
Nos hemos acostumbrado en los últimos años a que se vea a Daesh, o sea el Estado Islámico (ISIS), como sinónimo del mal, como la peor amenaza al mundo libre. Claro está que se ha ganado claramente esta imagen. Pero sería un craso error olvidar a todos los demás. El problema no es solamente esa organización, sino la ideología que lo mueve, compartida por todos los grupos fundamentalistas islámicos. Se han apropiado del Islam, hablan en su nombre y asesinan también a los creyentes en Alá que no concuerdan con sus prácticas extremistas. Y una de ellas, es la preparación de los niños como asesinos.
“Vamos a combatir a los judíos. Nuestros destino, el yihad”, grita uno y todos repiten al unísono. “Nuestra constitución, el Corán”, agrega el primero y el coro le sigue. Todos niños que nos parecen de no más de 8 años aproximadamente. Van en ómnibus como quien viaja a un campamento de verano con sus amigos. “La voluntad de Alá será que estos niños establezcan el Califato, siguiendo las tradiciones del Profeta, que cumplan las enseñanzas de la yihad”, dice un hombre de barba que va con el grupo y que minutos antes se había declarado “orgulloso” de pertenecer a Al Qaeda, la organización madre de la cual salió Al Nusra.
“Vine aquí para convertirme en combatiente de la yihad”, dice uno de los niños entrevistado por alguien cuya voz se oye pero no aparece en pantalla. “¿Cómo llegaste aquí?”, pregunta la voz. “Mi familia me obligó”, responde uno con sinceridad. “Mis padres me enviaron”, dice su amigo. “Esto me ayuda a prepararme para el día del juicio”, afirma uno, y pensamos que seguramente ni entiende de qué habla.
Uno de los niños nos impacta en especial. Hermosísimo, de ojos enormes y expresión entre ingenua y pícara, con una sonrisa conquistadora. Lo imaginamos lejos de su hogar, desconectado de sus padres y hermanos, de sus amigos, de su entorno, y se nos estruja el corazón. Parece no entender dónde está y disimular todo con esa singular sonrisa. “¿Qué quieres hacer aquí?”, le pregunta la voz. Responde algo tímidamente, en voz baja. Le piden que repita. “Quiero ser un combatiente suicida”.
El horror de esta situación se manifiesta por varias vertientes.
En primer término, cuando arrancan a estos niños de sus vidas y sus familias.
Lo peor, claro está, al entrenarlos para convertirse en soldados violentos, en suicidas y así, en asesinos. Y de esto deriva la otra dimensión: convierten a pequeños niños, que merecerían vivir, crecer, desarrollarse, en enemigos a los que hay que frenar.
Los yihadistas están convencidos de que con ello están creando una generación superior y más pura de combatientes de Alá, ya que los indoctrinan desde pequeños en las “enseñanzas” del Islam radical. DAESH por su parte, ha sofisticado más aún esta práctica, secuestrando a centenares de niños pequeños y exponiéndolos desde muy temprana edad, ya como a los cuatro años, a filmaciones de operaciones jihadistas, a imágenes violentas y de decapitaciones, para que lo vean como lo más normal. Tiempo atrás, cabe recordar, había circulado inclusive un video en el que se encomendaba a niños a degollar.
En un artículo del analista Lawrence A-Franklin en Gatestone Institute, publicado en setiembre del 2014 bajo el título “Niños como bombas suicidas en los países islámicos”, cita a una figura islamista de Pakistán encargada de reclutar niños para convertirse en bombas humanas, diciendo que son “herramientas proporcionadas por Alá”.
También a un clérigo islamista en una “madrasa” , escuela de varones, diciendo que “los niños suicidas son un obsequio de Alá que tenemos en números ilimitados, dispuestos a ser sacrificados para dar una lección a los americanos”.
Los crían con odio al mundo occidental, los indoctrinan en un permanente sentimiento de victimización por supuestas culpas de Occidente , inculcándoles que matando a “los infieles” ganan un lugar en el Paraíso , pasan a un mundo mejor y traen gloria a sus familias, las mismas de las que los arrancaron para convertirlos en monstruos.
El año pasado, investigadores de Quilliam, un centro de investigaciones del extremismo con base en Londres, preparó un informe sobre el reclutamiento de niños por parte de Daesh y su entrenamiento para la guerra santa, que se presentó ante las Naciones Unidas. El informe, titulado “Los niños del Estado Islámico” (Children of Islamic State) recalca que debido a que los niños en cuestión se convierten desde muy pequeños en parte de la organización, crecen con “una mayor comprensión del Islam y por ende se convierten en combatientes más brutales, ya que son entrenados en la violencia desde temprana edad”.
Se ha escrito ya sobre la normalización de la brutalidad a la que Daesh acostumbra a estos niños, obligándolos a tener en sus manos cabezas decapitadas y a jugar al fútbol con ellas. Recordamos una entrevista que realizamos hace algunos meses con la israelí Lisa Miara, que realiza una gran labor humanitaria ayudando a los yazidíes víctimas de Daesh en Irak, uno de cuyos terribles relatos fue el de una madre yazidí cuyo hijo fue obligado a jugar con ojos que habían arrancado a una víctima.
Todo esto, como es natural, horroriza a cualquier persona normal.
Pero no nos confundamos: el peligro de fondo no es solamente tal o cual práctica que por la combinación de la crueldad con la tecnología moderna y la difusión por las redes sociales, alcanza a crear un gran impacto.
El verdadero problema es la idealización de la muerte, mediante el asesinato de inocentes, como camino hacia un mundo mejor. Recordamos el pronunciamiento del otrora ministro del Interior de Hamas en Gaza, diciendo “nosotros adoramos la muerte, como ellos adoran la vida”. Eso es peligroso y letal, también cuando no ruedan cabezas.
Fuente:cciu.org.uy
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