Casi la mitad de los tres millones tiene derecho a votar en la consulta del domingo. El presidente saca rédito político de los problemas de integración de los inmigrantes
Cuando Canan Topçu escribió el mes pasado un artículo en un diario alemán en el que explicaba que se puede ser turco en Alemania sin apoyar al presidente Recep Tayyip Erdoğan, le llovieron los elogios, pero también amenazas de sus compatriotas. “Recibí llamadas de teléfono anónimas de hombres que me decían que informarían a Ankara sobre mí y que no podría entrar nunca más en Turquía. Me llamaban traidora”, cuenta la escritora desde Darmstadt, al suroeste de Alemania. La reacción de esos lectores turco-alemanes es un reflejo de la grieta que divide a la mayor comunidad de expatriados de fuera de Turquía y que Erdogan exacerba con fines electorales. El anhelo de la patria, las tensiones propias de la integración en una sociedad europea y la guerra diplomática entre Berlín y Ankara se han convertido en Alemania en factores decisivos en el referéndum constitucional turco de este domingo.
Unos tres millones de ciudadanos de origen turco viven en Alemania. De ellos, casi la mitad tienen derecho a votar en la consulta con la que Erdogan aspira a reforzar su poder transformando el actual sistema parlamentario en uno presidencialista. Unos 700.000 electores han depositado durante 14 días su voto en papeletas que han viajado ya hasta Turquía y de las que se espera que ofrezcan un resultado ajustado entre partidarios del sí y los del no. En los comicios parlamentarios de 2015 por ejemplo, Erdogan logró un 60% de los apoyos en Alemania, diez puntos porcentuales más que en su propio país.
La comunidad turca de Alemania es muy heterogénea. Poco tienen que ver entre sí los kurdos con los alevíes, los suníes, o los gulenistas con los partidarios de Erdogan. Pero esas diferencias, que siempre han existido, desde que en los sesenta empezaran a desembarcar los gastarbeiter (trabajadores invitados) en las fábricas alemanas, se tornan ahora divisiones insalvables. “Siempre ha sido así, pero con Erdogan las divisiones y la polarización son mucho mayores”, sostiene la escritora Topçu, de 51 años que cuenta cómo hay familias y vecinos en Alemania que ya no se hablan entre sí.
DE LA DISCRIMINACIÓN AL VICTIMISMO
Las divisiones que surcan a la comunidad turca alemana responden también en parte a lo exitosa que le haya resultado a cada uno la integración en una sociedad que no acaba de tratarles como iguales. A estas alturas hay en Alemania una nutrida representación de artistas, académicos y políticos de origen turco. Cem Özdemir, colider de Los Verdes o el cineasta Fatih Akin son solo dos de los ejemplos más destacados. Pero hay también un proceso de idealización del país de origen entre los que sienten que el de acogida les rechaza. Las famosas terceras generaciones de inmigrantes, han tejido, como muchos minorías de Europa lazos muy fuertes con la patria de sus abuelos, con la que se identifican y sobre la que construyen su identidad. A la hora de votar, Turquía significa para ellos Erdogan.
Topçu, que también es profesora en una escuela alemana, piensa que la discriminación es parte de la explicación, pero también que esa explicación no es suficiente. “Hay también una cultura de la victimización. Muchas familias turcas educan a sus hijos en la cultura de las victimización. Crecen pensando que la culpa de todo lo que les pasa siempre es de los otros”.
En Kreuzberg, el barrio berlinés convertido en símbolo de la comunidad turca, es fácil dar con partidarios de Erdogan y su referéndum. En los escaparates, montañas de hojaldres con pistachos chorrean miel y los carteles en turco están por todas partes. “Es un buen hombre, un buen presidente”, asegura un joven que sirve kebabs y arroz con leche a la turca. “Mire, en Turquía la gente come bien, tiene coches nuevos. Aquello funciona. Y está claro que es una democracia. La prueba es que la gente ahora puede votar”.
ESPIONAJE
Pueden votar, pero el miedo a la represión reverbera también aquí en Alemania, donde hay turcos que temen que no les vuelven a dejar entrar en su país si se pronuncian en contra del régimen. Un reciente episodio de espionaje ha puesto en evidencia la laxitud de los tentáculos de la seguridad turca y ha terminado de avivar los temores entre la diáspora. El mes pasado se desveló que el espionaje turco había seguido en Alemania a cientos de personas –incluida una diputada- e instituciones que consideraba sospechosas de estar vinculadas a Fetula Gülen, el popular clérigo exiliado en EUUU y archienemigo de Erdogan.
El conductor de Uber Ahmet Köseoglu ha parado a cenar en Kreuzberg entre cliente y cliente y coincide con el análisis del compatriota que le sirve el kebab. Le alegra que el Gobierno alemán prohibiera a ministros turcos hacer campaña en el país, porque piensa, y con razón, que cuanto peor, mejor para los que como Erdogan se alimentan de la confrontación. “Merkel no nos ha dejado hacer una buena campaña y eso es bueno, porque ha hecho que mucha gente diga ‘Ah sí? Pues ahora voy a votar a favor de Erdogán”. El padre de Köseoglu vino en los años sesenta y ahora él tiene dos hijos, de 29 y 34 años, que veranean cada año en Turquía y ven la televisión alemana o turca indistintamente. “Han votado que sí, por supuesto. Hay que pararle los pies a los militares”, dice antes de darse cuenta de que un cliente está pidiendo una carrera de Uber y salir pitando.
Erdogan ha explotado sin reparos las contradicciones y la victimización que padece la diáspora, enfrentándose a Berlín y dejando poco espacio para los matices: o están a favor de Turquía y por tanto de él o con Merkel y contra la patria. El choque entre Ankara y Turquía vivió su punto álgido cuando el mes pasado el presidente turco acusó a la canciller alemana “de actuar como los nazis” con los turcos en Alemania. Mientras, el periodista turcoalemán Deniz Yücel, del diario Die Welt, al que Ankara considera “un agente terrorista” continúa encarcelado en Turquía.
Contra ese discurso lucha Kenan Kolat, presidente de la asociación en Berlín del opositor y socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo turco (CHP), que se ha dedicado a defender el no durante la campaña. Tiene cara de cansado y no para de bostezar en su despacho al norte de Berlín, con un retrato de Mustafa Kemal Atatürk de fondo. Kolat muestra con orgullo la agenda de los últimos días, repleta de actividades, mítines, guardias en el consulado a pie de urna y hasta flash mobs. Ahora, una vez cerrado el plazo para votar en el extranjero, en su organización se dedican a llamar por teléfono a familiares y conocidos en Turquía, para tratar de influir en su voto. “Esto no va de Erdogan sí o no. Esto va de si queremos una democracia parlamentaria o un Gobierno de un solo hombre”, sentencia.
A Kolat le preocupan las consecuencias que el discurso de Erdogan en la campaña está teniendo entre la comunidad turco-alemana. “La brecha entre turcos y alemanes no deja de agrandarse. Erdogan ha jugado con esa división para atraer a los votantes. Habla en términos de amigos y enemigos y ese discurso ha calado”.
Fuente: El País, Foto: Getty Images
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