“Venimos al mundo a ser felices” es una afirmación tan sencilla y complicada a la vez: realmente nadie sabe qué es la felicidad y dónde se encuentra. Es común que en el día al día nos sintamos hartos de la rutina y busquemos escapar hacia otros mundos. Otros lugares que suponemos nos harán más felices que nuestra vida actual.
Sin embargo, una vez que estamos ahí; una vez que completamos nuestro viaje o que alcanzamos el puesto que queríamos, seguimos sin estar satisfechos, tenemos un vacío interno que nos obliga a querer algo más siempre, desear algo que no tenemos.
Pensamos mucho en el pasado, creemos que las cosas pudieron haber sido mejor o que para las otras personas los son; nos reprochamos que no hicimos tal o cual cosa o de repente los momentos importantes y tan esperados pierden color y creemos que después de todo no son tan grandes. Se nos olvida que la verdadera felicidad no viene con cohetes y tambores sino con un sencillo paisaje. La verdadera felicidad radica en sentirse en paz con uno mismo, en estar contento con lo que uno tiene, con lo que D-os le dio.
Rab Raymond Beyda nos retrata nos retrata esta idea con un discurso donde nos platica sus percepciones tras visitar un restaurante. Esperamos les guste
La Felicidad es…
La condición humana se basa en la búsqueda de la felicidad. Mucho se ha dicho y escrito sobre este tema. Miles de personas han pasado horas interminables a lo largo de siglos buscando la fórmula secreta para tener una vida feliz.
El otro día estaba sentado en un restaurante lleno de clientes hambrientos. Cada uno de ellos pedía un platillo del menú que creía podría llegar a satisfacer su paladar y calmar su alma. Mientras los platos llegaban a las mesas de los comensales, algunos comenzaban a comer y otros empezaban a recitar una cacofonía de quejas:
“Esto es demasiado exótico” gruñía un caballero
“La sopa está fría” ladraba una dama
“El servicio es demasiado lento” le decía un joven a su compañera.
Sin embargo, a lado de una mesa larga con gente que hablaba se sentaba un niño pequeño, como de unos tres años, que lamía su paleta roja. El ruido que llenaba el salón no lo molestaba en el más mínimo detalle.
Las quejas volaban por encima de su cabeza, él estaba realmente feliz y realmente contento; chupaba su paleta y miraba su color rojo. Ponía atención especial en la disminución de su dulce mientras saboreaba el azúcar en su boca. Él estaba genuinamente feliz porque tenía algo que le gustaba y no estaba interesado en lo que los otros tenían.
Era feliz, aunque podría haber tenido una paleta más grande u otra con un mejor sabor en un tiempo anterior. Para él no importaba que su paleta no fuera perfecta; había otros niños que no tenían siquiera un dulce en absoluto. No expresaba verbalmente estas ideas y ni siquiera pensaba en ellas, Su actitud era de paz; era la felicidad en su simplicidad hecha una paleta.
Si tan sólo los adultos pudiéramos desarrollar las habilidades que tiene un niño de tres con su paleta roja.
Fuente: Raymond Beyda Online
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