Madame Alexander: la mujer judía que revolucionó el arte de diseñar muñecas

Bertha Alexander (1895 – 1990), mejor conocida como Beatriz Alexander nació una época donde la hija de un artesano podía observar a los clientes ricos de su padre y decir “algún día tendré esa vida”. Nadie se reía de ella y en efecto 20 años después era dueña de una fábrica multimillonaria de juguetes. Ésta es la historia de “Madame Alexander,” la dueña de Alexander Doll Company (La Compañía de Muñecas Alexander) que logró innovar en el campo de las muñecas como nunca nadie lo había hecho.

Ella creció en la casa de un reparador de muñecas: Maurice Alexander, quien nacido en Odessa (Rusia) tuvo la necesidad de emigrar a Alemania en su infancia y convertirse en aprendiz de un taller reparador de objetos mecánicos. Ahí aprendió a arreglar relojes, porcelana y muñecos mecánicos, que años después viviendo en Nueva York le ayudaría a ganarse el pan diario.

Con su esposa (la madre de Beatriz) y las hijas de la misma (Beatriz y su hermana) puso su propio taller reparador de muñecas en el cual participaba toda la familia. Las niñas desde pequeñas se sentaban a la mesa para cocer las ropas y los carruajes de muñecas que tenían muchos más lujosos de lo que ellas podrían llegar a soñar un día. En esa época Beatriz deseaba ser rica y un día inventar sus propias muñecas.

Durante la Primera Guerra Mundial, los bienes de los alemanes fueron confiscados y la familia Alexander perdió su corto repertorio de muñecas y los clientes que los visitaban. Fue entonces cuando Beatriz diseñó sus primeras muñecas: enfermeras de la Cruz Roja, hechas de trapos, que hacían propaganda al bando estadounidense. Esta idea salvo a la familia del hambre.

Sin embargo el ingenio de esta mujer no sólo surgía en tiempos de crisis; su amor por las muñecas y su creatividad la acompañarían hasta la edad adulta. Para 1923, ya siendo madre, abrió la empresa Alexander Doll Company (La Compañía de Muñecas Alexander) junto con su hermana. Para ello sacó un préstamo de 1,600 dólares que recuperaría prontamente.

En poco tiempo la fábrica empezó a despuntar. “Madame Alexander” como se hacía llamar, innovó por completo en la tecnología para manufacturar muñecas: introdujo muñecas articuladas al mercado que, a diferencia de la competencia, podían mover piernas, brazos, cabeza e incluían párpados que se abrían y cerraban. Fue la primera en crear moldes especiales para que cada muñeca tuviera una expresión facial distinta; inventó la tecnología necesaria para poder implementar cabello sintético con raíz en las cabezas de sus muñecas, lo que hacía que las melenas fueran más resistentes y moldeables y fue de las primeras en diseñar muñecas de plástico. Sin embargo, lo que más se le reconoce es que fue la primera comerciante en introducir muñecas coleccionables con ropa de moda.

Lo que más distinguía a sus muñecas era lo elegantemente bien vestidas que estaban y lo innovadoras que eran sus prendas. Según varias fuentes, Madame Alexander pasaba largas horas de su día diseñando vestidos, abrigos y accesorios para sus obras de arte. Tal fue su éxito que empezó a vender ropa para niños y ganó varios concursos de moda y reconocimientos internacionales como cuatro medallas de oro de la Academia de Moda.

Otra de las características que diferenció a su empresa fue el especial interés que puso su creadora en hacer muñecas de personajes ya sean literarios o históricos. En su infancia Beatriz pasó largas horas leyendo libros de Lewis Caroll, Charles Dickens, Louisa M. Alcott y otros autores de libros infantiles. Los personajes que éstos crearon formaron un imaginario bastante particular dentro de la fabricante que años después sería capaz de plasmarlo en las telas que cosía.

Sus vestidos surgían de la habilidad que esta mujer tenía para viajar a otros lugares, no solo produjo personajes imaginarios, también retomó formas de vestir de épocas antiguas, tres de las cuales fueron incluidas dentro del Instituto Smithsoniano (uno de los institutos educativos más importantes de E.U.) e ideó muñecas pertenecientes a países de distintos continentes. En 1985 fue honrada por embajador norteamericano de la ONU, Arthur Goldberg, por su colección de muñecas internacionales que retrataban vestidos típicos de cada una de las naciones pertenecientes a la ONU.

Una de sus primeras obras de colección que obtuvo mayor éxito fue una serie de 36 muñecas que imitaban, con extremo detalle, la coronación de la Reina Elizabeth I con sus 35 ministros. Fue presentada en 1953 al Museo de Niños en Brooklyn.

No cabe duda que fue una mujer extraordinaria, que luchó toda su vida para poder lograr el sueño de su infancia. Sin embargo, su éxito radicó no sólo en el gran esfuerzo y creatividad que practicaba todos los días, sino que conocía la importancia de su trabajo, eso era principalmente, lo que impulsaba su ánimo y hacía su fuerza. En numerosas ocasiones ella habló de la importancia que tienen los juguetes para los niños y cómo la muñeca es un artefacto que les permite ampliar su mundo e interpretarlo.

Nadie dudaría que logró impactar en la vida de todos aquellos que disfrutaron sus juguetes en su infancia a lo largo del siglo XX. Su fabrica actualmente se localiza en la 131 Este de Harlem, fue comprada por dos negociantes neoyorkinos y ha producido más de 5,000 tipos distintos de muñecas, de las cuales la gran mayoría  son objetos de colección con un valor mayor a 4,000 dólares.

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Aranza Gleason: Aranza Gleason se define a sí misma como una judía en el exilio. Nació con una raíz dividida como sus poetas favoritos; busca y ama al judaísmo, pero como a los personajes que lee, éste, también se le escapa de las manos. Estudió Lengua y Literatura Inglesa en la UNAM y ha trabajado en Enlace Judío desde el 2017. Le gusta leer, viajar y experimentar el mundo de forma libre.