En vez de asociarse, ciertos políticos deberían ayudar a que Chile no siga transformándose en el país más antisemita de habla hispana

GABRIEL BEN TASGAL

El antisemitismo es un fenómeno de origen europeo. Surgido durante el periodo heleno y potenciado y cristalizado durante los siglos de dominio cristianos-romanos, la judeofobia encontró en el continente europeo su bastión más importante. Siendo así, podemos afirmar que cuanto más europeo es el país y cuanto más influencia católica ha tenido dicho estado, más antisemita es. Y por el contrario, cuanto más autóctono y aborigen la sociedad, menos notables son sus manifestaciones antisemitas. Los tres países de habla hispano-portuguesa en donde más nítidamente se distinguen las manifestaciones antisemitas modernas son España, Chile y Argentina. Y es Chile en donde, en las últimas décadas y por diversas razones, el odio a los judíos y al judío entre las naciones (Israel), recibe un apoyo preocupante.

Hablar de antisemitismo como un todo puede llevarnos a un error. El Profesor Haim Avni, en un clásico artículo, diferenció entre tres categorías de antisemitismo: el gubernamental (como el que se impulsa desde el gobierno chavista en Venezuela aunque la población sea mucho menos antisemita), el de “instituciones” (como por ejemplo en el ejército argentino durante la dictadura militar) y el popular (como el registrado en varias encuestas en España).

En el caso chileno nos topamos con una combinación de factores. En primer lugar aparece un antisemitismo popular que lo vemos reflejado en los millares de posts que se escriben y se aprueban por los moderadores de los medios de comunicación masivos en sus páginas de internet y por las redes sociales. Coloque en el buscador de Google tres palabras: “Palestina, Israel y Chile”, entre a cualquier diario y podrá leer un extensivo compendio de aportes xenófobos, racistas, demonizadores y pro-terroristas sin que el moderador del blog haga el más mínimo esfuerzo o filtre dichas manifestaciones de odio. En este punto específico, ¿la situación es diferente en España, Argentina o Venezuela? No es seguro que así sea.

Hace pocos años, la Liga Antidifamación publicó una muy criticable encuesta sobre los niveles de antisemitismo popular en 100 países. Un trabajo muy bien intencionado aunque sin mucho valor concreto ya que medía el fenómeno como un todo y lo hacía a través de solamente 11 preguntas que no incluían la demonización sistemática hacia el Estado de Israel o hacia el sionismo como una evidente manifestación moderna de la judeofobia. Asegurar que la sociedad en Panamá con su 34% o Colombia con su 41% presenta más actitudes antisemitas que Chile con su 30% es simplemente descabellado.

El antisemitismo chileno es fomentado, actualmente, desde “instituciones”. En primer lugar, el instigador más notable es la Federación Palestina de Chile. En la página oficial de la Federación publica habitualmente el antisemita Pablo Jofré Leal, un soldado obediente de la agencia que paga su sueldo, la islamista iraní Hispan TV, y que difunde sus teorías conspirativas y racistas en otros medios “clásicos judeofobos” y de muy poco prestigio como Aporrea, Telesur o Rebelión. Ningún medio de comunicación decente contrata a este defensor de la destrucción de Israel y el pueblo judío. Sin embargo, en la Federación Palestina de Chile le permiten e impulsan a publicar libelos como el acompañado con la siguiente foto…

El Centro Wiesenthal, en una carta enviada a la Presidente Michelle Bachelet, destacó la creciente hostilidad en Chile contra el Estado judío y, por asociación, hacia los judíos en toda América Latina. Allí escribían “es especialmente ultrajante que el sitio web oficial de la Federación Palestina de Chile sirva como tribuna de odio nazi…” instando a la Presidente a suspender las actividades de la Federación mientras se investiga sobre esta incitación a la violencia anti judía.

La Federación Palestina de Chile es también la que lidera el movimiento neo-antisemita BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones). La incitación al odio de dicha Federación actuó también como telón de fondo del voto del Centro de Estudiantes de la Escuela de Leyes de la Universidad de Chile, en favor de una resolución destinada a boicotear a personas e instituciones que mantuvieran algún tipo de lazo con el Estado de Israel o sus simpatizantes. La lógica se impuso finalmente y la resolución fue abortada.

A pesar que el BDS es presentado por los portavoces chilenos palestinos como una crítica pacífica a las políticas de Israel, no es eso lo que afirman en árabe los propios palestinos ni tampoco lo que se puede entender de las declaraciones de los propios portavoces chilenos palestinos.

1) El BDS aboga por una retirada israelí de “Palestina”, para ellos todo lo que hoy es Israel (por eso mismo Anwar Majluf, director Ejecutivo de la Federación Palestina de Chile suele calificar a Israel como un estado “ilegal”),

2) El BDS pide la destrucción de la Valla de Seguridad que impide el paso de terroristas hacia Israel,

3) El BDS exige que los árabes israelíes sean considerados “iguales” que la mayoría judía (80%) y esa igualdad la miden con la anulación de la Ley del Retorno y el derecho a veto de la minoría árabe (20%) a toda decisión adoptada por los gobiernos de Israel,

4) El BDS promueve el derecho al retorno (aunque no exista tal derecho) de todos los que “para ellos” son refugiados palestinos (5 a 7 millones), una definición “sui generis” sin ningún fundamento legal y basado en el supuesto que si el Estado de Israel acepta tales cantidades se creará un estado binacional en donde los árabes musulmanes serán mayoría. No en vano la Federación Palestina de Chile publica asiduamente artículos promoviendo un estado binacional (ver el último “Basta de miedos: Sólo un único estado secular y democrático es posible en Israel-Palestina”) como si el Estado de Israel y su sociedad (incluyendo a los árabes ciudadanos de Israel) estuviesen dispuestos a aceptar los escandalosos niveles de corrupción, falta de democracia (no hay elecciones en Palestina desde 2005), violencia hacia las minorías, los homosexuales y las mujeres en Palestina y el Apartheid contra los cristianos que “exportarían” los palestinos hacia éste supuesto estado binacional.

El BDS es un movimiento antisemita y violento que ha sido prohibido en referenciales estados democráticos justamente por eso. Países como Inglaterra, Francia, la justicia española, varios estados en Estados Unidos, Canadá… La Federación Palestina de Chile incita a ese antisemitismo y violencia por lo que no debe extrañarnos que sus artículos insten a “no jugar con fuego” a la Comunidad Judía de Chile o sus referentes apoyen y simpaticen con el grupo terrorista Hamás produciendo, además, una situación surrealista en donde palestinos cristianos llegados a Chile tras la primera guerra mundial, que escapaban de los musulmanes otomanos hoy adhieren a islamistas que matan, persiguen y humillan a sus propios familiares cristianos en Gaza o en Belén.

El parlamento israelí aprobó hace unos meses una ley que prohíbe la entrada a los que apoyan y promueven el BDS. Siendo así, tarde o temprano personajes como el alcalde Daniel Jadue tampoco podrá penetrar las fronteras de un país al que pretende destruir. A Anwar Majluf se le prohibió la entrada, una decisión de un estado democrático cuya justicia, parlamento y cultura política son reconocidos y valorados por los índices más prestigiosos en el estudio de las democracias y entre los académicos de primer nivel a nivel mundial.

Efectivamente, portavoces chilenos de extrema izquierda y los chilenos-palestinos suelen jactarse y calificar a “la autodenominada democracia israelí” pero dejemos las cosas en claro… la “democracia palestina” y los “comunistas de Cuba-Corea del Norte-Rusia y China” no tienen autoridad siquiera para analizar un sistema de gobierno ajenos a sus culturas políticas. Cuando quiera analizar democracias lo hare con un británico, un francés o un norteamericano… no con un palestino y menos con un comunista.

¿La prensa chilena es antisemita como “institución”? No más que otras en el continente. En algunos medios chilenos incluso vemos informaciones balanceadas y sopesadas que merecen el mayor de los respetos profesionales. Cuando se trata de informar sobre Israel los medios de comunicación, en general, se permiten licencias que en otros casos se permitirían menos. Un caso como el de Nibaldo Mosciati de Bio Bio Chile en el “caso Marmara” incluye todos los condimentos clásicos que vemos cuando se trata de Israel… un profundo desconocimiento, prejuicios, facilidad de calificativos a la hora de demonizar …

En el caso del veto a la entrada a Israel de Anwar Majluf la superficialidad de la prensa se volvió a notar al no tomarse el trabajo de verificar que es lo que realmente promulgan los líderes del BDS, lo que les permitiría comprender las razones por las cuales Israel (y cualquier otro estado, incluyendo a Chile) prohibiría la entrada de individuos como Majluf. A Majluf no se lo vetó por ser chileno, sino por ser antisemita, simpatizar con el terrorista Hamás y promover la destrucción de las relaciones entre Israel y Chile y del propio Estado de Israel.

La segunda “institución” que facilita el mal nombre que se está ganado el estado chileno proviene de parte de los políticos de dicho país. Más aún en épocas de elecciones cuando necesitan los fondos de donantes chilenos-palestinos. Parece que muchos “corren” a realizar las declaraciones menos sopesadas y más desafortunadas.

Hace unos días, el Senado chileno aprobó por unanimidad una petición al Ejecutivo para expresar su protesta frente al Estado de Israel por la prohibición de ingreso de Anwar Majluf y llamar a informar al Embajador de Chile en Israel sobre esta situación. Otros tantos políticos pidieron medidas más fuertes como “prohibir la entrada de israelíes a Chile” o “cancelar acuerdos de visados libres binacionales”.

Con estas declaraciones, políticos chilenos le transmiten a los judeofobos chilenos y a la extremizada Federación Palestina de Chile que cuentan con su apoyo, que “ser racista y antisemita en Chile va a contar con el guiño de aprobación de políticos chilenos”. Un político decente, si no quiere perder votos pero aspira a mantener su dignidad… se llamaría al “silencio”.

Declaraciones como la de políticos como Fuad Chahín (DC), quien cuando hablo sobre el acusado del incendio en Torres del Paine dijo “apostaría que el ‘turista’ israelí que causó incendio en Torres del Paine es de aquellos enviados por su Estado luego de matar niños palestinos”. Otro político de la misma calaña, Eugenio Tuma (PPD), suele incitar al antisemitismo repitiendo el “Plan Andinia”, un libelo por el cual afirma que los judíos desean conquistar la Patagonia y eso lo demuestra, según él, por la cantidad de ex soldados israelíes que vienen a hacer “cartografía” a Chile para proceder llegado al momento a su conquista.

Ciertamente, ambos políticos son de origen palestino pero otros tantos “no palestinos” afirman acusaciones antisemitas no menos graves.

En un marco como el detallado, en donde políticos chilenos fomentan y adhieren al antisemitismo, existen pocas probabilidades que Chile apruebe lo que un país moderno y noble tendría que haber legislado hace años… más aún en vista de la situación imperante en dicho estado: Una ley antidiscriminatoria y anti-antisemita como la aprobada en la vecina Argentina. Como bien afirmó hace unos años el actual Presidente de la Comunidad Judía de Chile Shai Agosín: “Si hoy día tuviéramos la ley (antidiscriminación) estos señores serían desaforados. No puede ser que una persona diga lo que han dicho estos dos personajes”.

Personalmente, estoy convencido que el gobierno de Chile no desea ser considerado como el de la nueva Venezuela. Eso explicaría la moderación y el silencio constatado en las últimas jornadas. El problema con el antisemitismo es que cuando no se lo combate proactivamente y se permite que legisladores del mismo partido del gobierno lo promuevan, o que lo haga la Federación Palestina de Chile sin intervención oficial… entonces la manzana podrida se expande y multiplica, dañando a la sociedad chilena toda y a su comunidad judía en particular.

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