Enlace Judío México.- El verdadero riesgo de lo que sucedió el domingo se verá en las elecciones legislativas de junio.
GABRIEL ALBIAC
El libertino Gabriel Naudé, que fue bibliotecario del Cardenal Mazarino, enseñaba que el arte de la política es una elaborada disciplina y ordenación de las tinieblas. Dominarla es hacer que nada de lo que se ve sea nunca lo que está sucediendo. Su Ciencia de Príncipes del año 1639 debería ser libro de cabecera de cuantos busquen hacer carrera en la política. Puede que lo sea. Veo muy bien a un François Hollande susurrando en voz queda su conjuro: los golpes del político deben ser como “el rayo que fulmina antes de que el trueno pueda ser escuchado”.
Bajo su bonachona apariencia de empollón gordito, Hollande es un político peligroso. Logró quitarse de encima, en 2012, al soberbio Sarkozy disfrazándose de donnadie en el último debate televisivo. Y complació a la nebulosa de donnadies que se sientan ante el televisor a la hora de la cena. Sarkozy no se repuso nunca de eso.
Hace un año, cuando la trifulca dentro del PS hacía ya evidente que no tendría oportunidad de ser reelegido, Hollande movió un peón menor. Dejó a su ministro Macron fuera de la gresca. Y amagó dar su apoyo total a Manuel Valls frente a los aguafiestas que reclamaban su propia cabeza. Macron nunca había tenido carnet socialista. Cuando estuvo claro que Valls sería decapitado junto a Hollande por los frondeurs en favor de Hamon, el ex ministro de economía activó su movimiento En Marcha, poco más que una marca. No demasiados sospecharon entonces que Hollande planificaba su venganza.
Las previsiones eran entonces unánimes: victoria casi automática de los conservadores. Eran una elecciones “imperdibles”, repetían los líderes de Los Republicanos. Un a modo de regalo, después de los cinco años de aquella incompetencia socialista, a la que sólo la gestión de Macron salvó de la bancarrota. Cierto es que el candidato final de la derecha, François Fillon, era pésimo. Pero, aun así, nadie veía fácil que al electorado le fuera a dar un arrebato suicida tan fuerte como para volver a votar al PS. La partida estaba jugada. Con Marine Le Pen de tercero en liza. Como siempre.
Luego, empezó la partida. La de verdad. Valls de modo explícito y Hollande en la elipsis que más convenía –ser obvio en eso hubiera sido contraproducente– movieron sus peones al servicio de Macron. Hamon se fue hundiendo sin el menor apoyo. Y la estrategia de Hollande –vencer después de muerto– se asentó en firme. Con Emmanuel Macron como figura vicaria. Para eso, no bastaba exhibir la defunción de Hollande. Era esencial enterrar a su partido. Anteayer, se hizo. Y la pieza oculta emergió en el tablero: jaque mate. Enterrado el PS, enterrada la derecha conservadora, Hollande gana su guerra desde la tumba. Todo envuelto en silencio y en tiniebla. Como está mandado.
¿A qué precio? Muy alto. Los dos pilares de la alternancia, sobre los cuales se asienta el más de medio siglo de Vª República, han sido dinamitados. Difícilmente se restablecerán de este golpe. Y la emergencia de Le Pen nada tiene de anécdota. Hemos querido olvidar con demasiada prisa que fue el referéndum de 2005 en Francia el que, al rechazar la Constitución Europea, dejó a la UE en el limbo institucional del cual no ha salido. El mapa de los resultados electorales del Frente Nacional el domingo se ajusta como un calco al del “no” en el referéndum de hace doce años. Las mismas dos Francias enfrentadas: la rural nacionalista y la urbana cosmopolita. Sólo que, desde 2005, el rechazo de la UE no ha dejado de crecer.
Mélenchon roe, entre tanto, las bases socialistas. Con un discurso que –retóricas aparte– recoge buena parte de los tópicos soberanistas de Le Pen. Pese a su histérico ataque de cólera en la noche electoral por no haber salido elegido, la verdad es que sus resultados son muy buenos. Y lo ponen en las mejores condiciones de convertirse en partido socialista en el lugar del partido socialista. Si es que ser tamaña arqueología le interesa aún a alguien. A Hollande, no.
Pero el verdadero riesgo de lo que sucedió el domingo no va a desvelarse en la segunda vuelta del día 7 de mayo, cuyo resultado parece más que seguro. Saltará a la luz en la “tercera vuelta”: las elecciones legislativas del mes de junio. A poco que éstas reproduzcan la tendencia que las presidenciales han marcado. Y que implica, en particular, más de un 41% de voto loco: el 21,91 de populismo derechista de Marine Le Pen, más el 19,62 del populismo milenarista de Jean-Luc Mélenchon. Y es entonces cuando Francia, con un Presidente y un Parlamento inconciliables, verá caer el rayo sin que el trueno la haya advertido.
Fuente: abc.es
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