LIZ HAMUI DE HALABE
Los judíos, desde México, han sido partícipes de la historia del pueblo judío y del esfuerzo por crear y engrandecer el Estado de Israel, aún antes de su independencia. Desde su creación, la relación entre Israel y México, ha sido intensa y multidimensional; en ocasiones la diplomacia mexicana se ha mostrado distante frente a temas sensibles para Israel en el contexto internacional como fue el voto de abstención de México en la ONU cuando en 1947 se discutía el plan de partición de Palestina, o en 1975 cuando México apoyó la moción de los árabes de equiparar el sionismo al racismo. No obstante, también ha habido momentos de acercamiento como la firma de un tratado de libre comercio entre las dos naciones en los noventa, o la cada vez más frecuente colaboración de la tecnología israelí en el campo de la agronomía, la ciencia, la cultura y la seguridad.
Mientras mejores sean las relaciones entre las naciones, la comunidad judía mexicana se siente más tranquila, pues la expresión de aprecio por las aportaciones locales y las muestras de solidaridad mutua fortalecen los lazos entre los pueblos. Hoy, a diferencia de los años en que los inmigrantes llegaron a México en la primera mitad del siglo XX, contar con el Estado de Israel da legitimidad a los judíos de las comunidades diaspóricas ante las naciones. La representación diplomática hace que los judíos ostenten no sólo la nacionalidad mexicana, sino que cuenten con el respaldo del Estado de Israel en cualquier momento, lo necesiten o no.
Hay una pregunta central que a 69 años de existencia nos hacemos ¿Qué significa Israel para los judíos mexicanos de hoy? La respuesta es amplia y cada individuo podría contestarla de una manera diferente según su experiencia; no obstante, casi ningún judío mexicano podría permanecer indiferente ante Israel, se ha convertido en un referente obligado para alabarlo, estudiarlo o criticarlo.
Ante todo, Israel es un ejemplo de creatividad y de empeño a pesar de la adversidad. Uno de los ejemplos más notables es la revitalización del idioma hebreo: en un siglo, el hebreo pasó de ser una lengua antigua usada en la Biblia a ser un idioma de comunicación dinámico ligado a la subjetividad de quienes piensan, hablan y escriben con él, pero también a la objetividad de las instituciones y la vida pública del país. En contados casos la revitalización de un código simbólico comunicativo ha sido tan exitosa y dinámica, pues día a día se actualiza de acuerdo a las transformaciones mundiales.
La creatividad de Israel también se expresa en la organización social, en el modelo político democrático y en la capacidad de canalizar la pluralidad cultural, étnica y religiosa. El kibutz fue la clave de la igualdad social y de la potencialidad económica del territorio israelí. Constituyó una fórmula de integración de la diversidad donde los saberes, conscientes e inconscientes, se habilitaron en la construcción de espacios socio-económicos viables capaces de articularse con un proyecto nacional sionista más amplio.
Sin duda, uno de los desafíos más importantes que tuvo que enfrentar Israel fue la absorción de poblaciones disímiles en su cultura, en su situación económica y en sus formas de interacción social. La claridad en las metas nacionales, permitieron desarrollar programas para darles las herramientas básicas a los inmigrantes para integrarse a la sociedad israelí. Aún seguimos aprendiendo de la Agencia Judía el talento para darle sentido a lo que parece no tenerlo, y a enfatizar nuestras semejanzas más que las diferencias. La imaginación y el método también se expresan en la ciencia y en el compromiso con la naturaleza: es notable la capacidad de los israelíes para convertir un desierto en un vergel. La solidaridad que caracteriza al pueblo judío es una fuerza que se manifiesta en Israel y su relación con la Diáspora. En México, la hemos vivido de manera intensa. El seguimiento del devenir de la política y la sociedad israelí, la ayuda moral y económica en casos de necesidad, la identidad cívica y religiosa, son sólo algunos de los procesos que se experimentan de manera conjunta.
Esto nos lleva a plantear una nueva pregunta: ¿En qué aspectos se manifiesta el vínculo de los judíos mexicanos con Israel? La respuesta es variada. Por ejemplo, en el área educativa, la influencia de Israel es fuerte, pues dicta las líneas de los programas de judaísmo y alimenta el sistema con profesores de habla hebrea. Con ellos se fortalece una identidad judía sustentada tanto en la experiencia local como internacional. Los jóvenes realizan dos viajes durante su formación, al finalizar el tercer año de secundaria y la ajshará al terminar los estudios preparatorios. En esta última expedición, viven Israel y se adentran en la complejidad sociocultural de un país extremadamente vibrante y contradictorio.
El vínculo con Israel también se expresa en las aportaciones que por décadas los judíos mexicanos han dado, manifestando así su co-responsabilidad. Esta ayuda se daba en un esquema según el cual Israel necesitaba del apoyo de los judíos de la Diáspora para responder a los desafíos de la incorporación de las distintas oleadas de inmigrantes, de la creación y fortalecimiento de las instituciones y un sin fin de dificultades sociales afrontadas por el Estado. Este esquema ha tendido a cambiar: la economía israelí es próspera y autosuficiente, y muchas veces las grandes necesidades se ubican en las comunidades diaspóricas; de ahí que la ayuda se dé en sentido contrario. Por otro lado la consigna de hacer aliá (emigración sionista) ha disminuido su fuerza y la aceptación de la existencia de congregaciones en el mundo es vista como una red mundial que da solidez al Estado judío.
Para los judíos mexicanos, Israel ha sido un símbolo poderoso, un refugio en caso de requerirlo, una joya de la cual nos sentimos orgullosos y por ello nos comprometemos en su preservación, su engrandecimiento y su viabilidad a futuro porque su valor es inconmensurable. Israel despierta en la diáspora judía de México sentimientos de confianza, de solidaridad, de identidad, de pertenencia, de ayuda mutua, de responsabilidad compartida, todo ello en el marco de una ética judía milenaria que destaca principios como la justicia, la igualdad, la generosidad y el respeto. A pesar de ello, la aliá ha sido muy escasa, el idealismo de otros tiempos ha menguado y quienes emigran lo hacen por razones personales o problemas cuya salida es cambiar de espacio geográfico.
La historia del pueblo judío en el siglo XX, ha estado llena de claroscuros Por un lado se vivió la tragedia más profunda que el antisemitismo moderno ha generado: la Shoá, pero por otro el potencial creativo más intenso en el proceso que desembocó en la creación del Estado de Israel. Reclamamos justicia pero no venganza, buscamos superar la ofensa, no hacer daño. Ante la catástrofe se llora, se consuela, se curan las heridas, para luego empezar la reconstrucción y seguir adelante con la vida. A la tragedia se opone la creación solidaria, el sacrificio tiene sentido en torno a la construcción de algo superior, y eso es un legado que se expresa en cada aspecto de la vida del judío donde quiera que esté, en Israel, en México o en cualquier parte.
A sesenta y nueve años de vida de Israel podemos afirmar que la existencia de esa nación es uno de los logros más notables del pueblo judío en todos los tiempos. Lo que ahí ha sucedido en las últimas seis décadas es tan intenso y tan notable que a veces no tenemos la suficiente perspectiva histórica para apreciar su grandeza por la complejidad de los acontecimientos cotidianos, donde se expresan decisiones, acciones, afectos y manifestaciones espirituales que en ocasiones parecen contradictorias y que generan encono.
En solo 69 años, Israel ha encontrado fórmulas exitosas para darle estructura y funcionalidad a una sociedad diversa en sus orígenes geográficos y culturales, ha sido capaz de difundir y basar su complejidad sistémica en una ideología incluyente que orienta los esfuerzos de niños, jóvenes, adultos y viejos, hacia una colectividad igualitaria, donde la distribución de los recursos sea accesible para todos.
A través del esfuerzo de sus habitantes, Israel ha sustentado una economía robusta basada en el desarrollo científico y tecnológico que no sólo ha potenciado su desarrollo interno, sino lo ha perfilado como una potencia exportadora mundial. En lo social, el sistema educativo israelí se ha destacado por su alto nivel que se traduce no sólo en la educación básica, sino en el prestigio de sus universidades tanto en las áreas tecnológicas como en las sociales. La sociedad israelí actual es vibrante y diversa. Cuenta con una juventud comprometida en la defensa de la integridad territorial del Estado y con instituciones gubernamentales eficientes capaces de tomar decisiones –a veces acertadas y a veces no tanto- que son respaldadas por la población a través del ejercicio democrático y del juego político los cuales aseguran la expresión de la pluralidad política de la nación.
No cabe duda que a sesenta y nueve años de su creación hoy no podríamos pensarnos como judíos en cualquier lugar del planeta sin Israel, ese foco que alumbra y guía al judaísmo, esa pequeña y gran sociedad que nos enseña y nos cuestiona, que nos involucra y nos apasiona. En la dinámica compleja de la cultura israelí se alimenta la discusión y nos obliga a ejercitar nuestros valores, a tomar postura y a agudizar nuestra conciencia histórica para seguir actuando con solidaridad, responsabilidad y con la confianza de que mientras existamos judíos interesados en el judaísmo, tanto en Israel como la diáspora, el mensaje ético, social y espiritual, que por milenios hemos practicado y proyectado a otros, seguirá vivo, aportando principios valiosos a la humanidad.
Va en estas líneas mi reconocimiento a todos aquellos que desde su trinchera han aportado, aunque sea un pequeño grano de arena, al esfuerzo titánico que ha sido construir Israel. Ojalá y que la lucha comprometida por darle continuidad al Estado de Israel siga siendo una empresa compartida por los judíos donde quiera que estemos, por los siglos de los siglos.
Liz Hamui Halabe. Doctora en Ciencia Sociales, profesora de tiempo completo en la Facultad de Medicina de la UNAM, es miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel II. Es autora de varios libros relacionados con la comunidad judía mexicana, ha publicado artículos y dado numerosas conferencias en foros nacional e internacionales.
Este texto, tan vigente hoy como cuando fue escrito, es uno de los que componen “60 voces por Israel desde México”, editorial Keren Kayemet Leisrael México.
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