Mitos y realidades sobre la fundación del Estado de Israel

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La fundación del Estado de Israel en 1948 es uno de los eventos más controvertidos en la Historia Contemporánea, debido a que muchos detractores y antisemitas acusan que es un “estado ilegítimo”, y que se violaron los derechos de los palestinos.

Pero –como suele suceder con la realidad– el asunto no es tan sencillo. Repasemos algunos conceptos para desenredar la madeja y ver en dónde están los mitos, y cuál es la realidad.

Comencemos por el más relevante: la noción de que el Estado de Israel se fundó como una especie de “premio” o “consolación” para los judíos tras sufrir el Holocausto. De esta idea se deriva la principal noción de “fue una injusticia para los palestinos”, porque se deduce que a ellos les quitaron “sus tierras” para dárselas a un grupo que había sufrido una grave injusticia, pero en otro continente. O se desprende esta otra, todavía más delirante: el Holocausto fue organizado por los propios sionistas para generar un contexto que hiciera viable el despojo de las tierras palestinas y la creación de Israel. O esta otra, menos delirante pero no menos sesgada: el Holocausto no existió, y todo es una cuestión de propaganda sionista para justificar la ilegítima creación del Estado de Israel.

Todo lo anterior es absolutamente falso.

En primer lugar, la idea de crear un Estado judío no surgió de la noche a la mañana, y menos aún fue “consecuencia del Holocausto”. Por parte de los judíos, fue una idea permanente desde que los romanos intentaron borrar todo vestigio del hogar nacional judío cambiando su nombre original Judea, por el de Palestina (año 135). Año tras año, en nuestra máxima celebración dedicada a la libertad –Pesaj o Pascua–, terminamos diciendo “hashaná baa biyerushalaim”: el próximo año en Jerusalén, y con ello siempre dimos fe de nuestro anhelo de recuperar nuestro país. Este objetivo concreto se materializó en la organización del Sionismo moderno, cuyo primer congreso se celebró en 1897, después del cual Theodor Herzl hizo una afirmación impactante: “fue aquí en Basilea donde fundamos el Estado Judío” (nótese que Herzl murió en 1904, mucho antes de que Israel se convirtiera en realidad física). Por parte de las naciones occidentales, el objetivo de crear un Estado Judío quedó claramente plasmado en la Declaración Balfour, de 1917. Así que desde mucho antes del Holocausto no sólo existía la idea, sino incluso el propósito expreso de llegar a eso: la fundación de Israel.

Por lo tanto, es falso que la existencia de Israel sea una especie de “premio” por el sufrimiento del Holocausto, o incluso de manipulación política bajo el pretexto del Holocausto.

Por supuesto, no faltará quien argumente: “pero entonces, ¿por qué se fundó en 1948, apenas tres años después de que terminara el Holocausto?”

Veamos cuáles fueron los hechos reales: lo relevante de 1945, a nivel internacional, no fue el fin del Holocausto, sino de la II Guerra Mundial (de hecho, la comunidad internacional se tardó aproximadamente diez años en empezar a ponerle atención al tema del Holocausto, y para entonces ya existía Israel).

Dado el nivel de destrucción que ese conflicto dejó en Europea, el consenso internacional fue que había que reorganizar, literalmente, todo el planeta (poque Europa tenía colonias en todo el planeta, y el conflicto las había afectado). Para eso se cerró de manera definitiva a la Sociedad de las Naciones, y se fundó la ONU.

Una de las primeras medidas tomadas por este nuevo organismo en coordinación con Inglaterra e Italia fue el desmantelamiento de las colonias de esos países en Medio Oriente, proceso que resultaría en la creación de nuevos estados independientes.

Así fue como en 1946 se fundaron los estados de Líbano, Siria y Jordania, y comenzó el análisis para definir los límites de lo que serían otros dos estados: uno judío y uno árabe. Dicho análisis concluyó con el Plan de Partición de 1947, y el establecimiento del 13 de Mayo de 1948 como fecha límite para el fin del Protectorado Británico en Palestina. En esos mismos años sucedió un proceso paralelo en la India: en 1947 se decidió la partición de su territorio para crear un nuevo Estado –Pakistán–, mismo que se constituyó oficialmente en 1948.

A esto se puede objetar que Siria, Líbano y Jordania ya eran naciones milenarias, así que sería un error decir que son estados que “se fundaron en 1946”. Pero es una apreciación completamente incorrecta.

En primer lugar, porque en ese caso Israel también es una nación milenaria, así que semejante respuesta es inválida. Pero, en segundo lugar, porque las fronteras que se delimitaron para Siria y Jordania están muy lejos de ser las “fronteras históricas” de “naciones milenarias”.

Al respecto, lo primero que hay que decir es que Jordania no es una nación milenaria. Nunca existió un antecedente del moderno Reino Hachemita de Jordania. Sus límites fueron, literalmente, inventados por los ingleses en 1922, y su población había sido llamada “palestina” durante más de 18 siglos.

Si existe un Estado inventado desde cero, de manera arbitraria y por meros intereses políticos, es Jordania (también Pakistán).

Por su parte, las fonteras que se la asignaron a Siria no son las del antiguo reino arameo. Acaso sólo el actual Líbano tiene fronteras similares a lo que fue la antigua Fenicia.

La decisión de crear el Estado de Israel fue parte del proceso de desmantelar el colonialismo inglés y francés en la zona, y dar paso al nacimiento de estados modernos.

Ahora, el siguiente punto: ¿fue una injusticia contra la población palestina?

No. De hecho, eso es lo más falso que se pueda decir, porque conlleva una discriminación injustificada contra la propia población palestina. Y me refiero a esto: Palestina nunca fue una nación en el sentido estricto de la palabra. Es decir, un grupo integrado por una población homogénea, con las mismas generalidades en cuanto a idioma, religión, cultura, tradiciones y mitos fundacionales.

Palestina comenzó su vida oficial en el año 135, y fue el nombre que los romanos le asignaron a Judea como represalia por el levantamiento armado de Simeón bar Kojba (años 132-135). Desde entonces, Palestina fue una provincia de diferentes imperios: Romano, Romano de Oriente, Bizantino, Califato Omeya, Reinos Cruzados, Mameluco, Otomano e Inglés. Por lo tanto, su población siempre fue una mixtura de judíos y otros grupos que fueron cambiando conforme al paso de los siglos, principalmente nabateos e idumeos que luego fueron asimilados por el conglomerado árabe tras la invasión en el siglo VI.

Esta situación se mantuvo inalterada hasta 1922, cuando por primera vez en su historia la población palestina fue dividida al crearse el “reino” (lo pongo entre paréntesis porque no se le dio ningún tipo de independencia; era un reino sólo en el papel) Hachemita de la Transjordania. Los pobladores –judíos y árabes– que quedaron al oriente del Río Yardén o Jordán, dejaron de ser palestinos y pasaron a ser trans-jordanos, y los pobladores que se quedaron al occidente de dicho río siguieron siendo palestinos (para que me entiendan, es lo mismo que sucedió con los pobladores de California o Texas en el momento en que esos lugares dejaron de ser parte de México y pasaron a ser parte de Estados Unidos: ante la redefinición de la frontera, perdieron una nacionalidad y adquirieron otra).

El Plan de Partición de 1947, en estricto, no tenía como objetivo crear un “estado judío al lado de un estado palestino”. Por más que se busque en los documentos de la época no se va a encontrar ninguna referencia a un “estado palestino”. Se le llama, simplemente, un “estado árabe”.

¿Por qué? Porque en términos simples y directos, los dos estados que se iban a crear eran post-palestinos. El Protectorado Británico de Palestina había llegado a su fin. Sus ciudadanos –judíos y árabes– dejarían de ser llamados “palestinos”. Los nombres de los nuevos Estados podrían cambiar, y por ende el gentilicio de sus habitantes también.

Al hacer una afirmación como “la creación del Estado de Israel fue una injusticia contra la población palestina”, presupone que los “palestinos” sólo eran los árabes, dato absolutamente incorrecto. Desde 18 siglos atrás, los judíos de la zona siempre fueron considerados palestinos, porque lo “palestino” nunca tuvo una connotación nacional, sino estrictamente territorial. Luego entonces, la afirmación acerca de “la injusticia contra los palestinos” es discriminatoria y judeófoba, pues pretende negar la identidad jurídica que tuvieron los judíos palestinos durante más de 1800 años.

¿Fue legítima la fundación de Israel?

Si nos atenemos a los hechos paralelos, tanto como la fundación de los modernos estados de Siria, Líbano y Jordania en la misma zona, ya que todos –incluyendo a Israel– se fundaron como consecuencia del desmantelamiento del colonialismo francés e inglés.

Y aquí nos topamos con otra severa mentira respecto a la legitimidad: nunca en la Historia ha sucedido que un estado moderno se funde a partir de una identidad nacional. Los estados son entidades jurídicas, y se han fundado o refundado por conveniencias de política internacional. Por ello, todos los estados que hay en el mundo (salvo alguno que otro que pueda ser una isla diminuta) están integrados por varios grupos que podrían definirse como “nacionales”; en contraparte, sucede que varios grupos “nacionales” pueden estar distribuidos en diferentes estados (por ejemplo, los mayas o los kurdos).

¿Qué es lo que determina la legitimidad de un Estado? En términos simples y concretos, su pertenencia a la ONU. Dado que estamos hablando de una cuestión exclusivamente jurídica, la legitimidad está determinada por la filiación del estado en cuestión al único organismo internacional reconocido para legitimar o no a un Estado. Israel, desde que es miembro de la ONU, es un estado legítimo. Todo lo que se pueda decir en contra es mera verborragia.

La objeción de que su creación fue arbitraria ya está perfectamente refutada, pero aún en el caso de que así fuera, eso no sería razón para deslegitimizarlo. Jordania y Pakistán fueron estados creados de un modo absolutamente arbitrario, y nadie pone en duda su legitimidad porque son estados miembros de la ONU y, por lo tanto, reconocidos como legítimos por el resto de la comunidad internacional.

El reclamo de que Israel es un estado ilegítimo sólo tiene lógica en el contexto de la judeofobia.

Aparte de todo lo anterior, circulan otros mitos menores y a ratos hasta simpáticos, debido a que denotan la mediocridad intelectual de quienes se los creen.

Por ejemplo, que Israel es un proyecto colonialista. El colonialismo es, por definición expansivo. Israel ha derrotado militarmente a todos sus vecinos, pero desde 1967 (medio siglo, que no es poca cosa) su control territorial ha disminuido. Se trataría del poryecto colonialista más torpe de la Historia: un colonialismo que se contrae, no que se expande.

O que es parte de un complot estadounidense para controlar el petróleo de Medio Oriente. Inteligentísima opinión, si tomamos en cuenta que Israel nunca ha destacado por su producción petrolera (nula, prácticamente). Y la situación se pone peor si tomamos en cuenta que si algo no ha conseguido Estados Unidos en los últimos 69 años –desde que se fundó Israel– ha sido controlar las zonas de producción petrolera importantes en la región. Los principales yacimientos siempre fueron los de los países árabes, y durante décadas estos giraron en torno a la política soviética. Quien afirme que todo es una conspiración gringa para controlar petróleo, sólo evidencia que lee muy poco (o nada) sobre la realidad en Medio Oriente.

También se dice que Israel sobrevive porque recibe ayuda del exterior. El dato es más o menos correcto, por lo menos respecto a la ayuda que recibe. Pero no es el único país que recibe ayuda del exterior. De hecho, casi todos los países del mundo reciben ese tipo de ayudas. Por cierto, los palestinos han recibido ayudas por 32 billones de dólares en los últimos 40 años. Es una cifra nada desdeñable (Alemania sólo recibió 1.2 billones después de la II Guerra Mundial). Aquí el tema es qué se hace con esa ayuda. Israel ha construido un país líder en desarrollo tecnológico y cultural. Los palestinos no han hecho nada memorable, salvo desviar el dinero a las cuentas de sus corruptos líderes, o financiar terrorismo.

Finalmente, los dos mitos más relevantes y recurrentes son que Israel es un “estao de ocupación” y que es un “estado de apartheid”.

Israel no puede ser un “estado de ocupación”, porque la ocupación –en tanto figura jurídica, no sentimental– se da en el momento en que un estado impone su control más allá de sus fronteras (se deduce que en otro estado). No existen fronteras oficiales entre Israel y Palestina, y este último todavía no es un estado legalmente constituido. Por lo tanto, no puede haber una ocupación (repito: la figura es jurídica, no sentimental, así que –con la pena– no funciona eso de que “es que es una ocupación porque los palestinos sufren…”).

El único órgano judicial que ha analizado a fondo el tema ha sido la Corte de Versalles, debido a una demanda interpuesta por la Autoridad Palestina contra tres empresas francesas que ganaron una licitación y participaron en la construcción del tren urbano en Jerusalén. El gobierno palestino las acusó de colaborar con la ocupación israelí. En 2016, el dictamen final de la Corte en Francia fue que la Autoridad Palestina ni siquiera tiene la figura jurídica adecuada para presenta semejante demanda, y que Israel es el único país con derechos legítimos para ocupar el territorio en disputa.

Y que no es un estado de apartheid también es obvio: un apartheid sólo puede darse al interior de un país, y es la situación en la que el gobierno establece dos marcos legales en el territorio bajo su jurisdicción, para discriminar a cierto tipo de población a tal punto que tengan que regirse por leyes especiales. Los palestinos no están bajo jurisdicción israelí. En la Franja Occidental son gobernados por la Autoridad Palestina; en Gaza, por Hamas. No hay, por lo tanto, ningún apartheid israelí. Los árabes israelíes (y recalco: israelíes, no palestinos, porque viven en Israel; luego entonces, son ciudadanos israelíes) viven bajo el mismo marco legal que los judíos. Así que no hay modo de justificar la noción de un apartheid.

A menos, por supuesto, que se dé en el marco de la judeofobia. Es la única forma de explicar el por qué se inventa tanta tontería respecto a Israel.

Tómelo en cuenta, querido lector.

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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.