Hace poco más de 50 años, la poliomielitis estaba lejos de ser erradicada. Estados Unidos estaba al borde del colapso cuando la epidemia del 56’ azotó sus pueblos y ciudades. Era el terror de toda madre. Se sabía poco de la enfermedad, la gente no salía al teatro, no iba de compras, no se metía a las playas y piscinas y estaba constantemente al pendiente de las enfermedades que contraían sus vecinos, preguntándose diariamente si sus hijos podrían estar en riesgo de contraer el contagio. Más de 45,000 niños habían sido contagiados y cientos de ellos habían muerte en hospitales alrededor de todo el mundo. No era para nada un asunto de risa.
Sin embargo, el terror no duró para siempre. En 1955 surgió un hombre, un judío asquenazí, hijo de una inmigrante rusa y un judío americano ortodoxo: Jonás E. Salk (1914 – 1995), cuyos padres jamás creyeron que podrían darle una educación formal a su hijo, fue el hombre que inventó la primer vacuna efectiva para prevenir el virus del polio.
Todo empezó varios años atrás en 1936, cuando Salk se encontraba en la facultad de Nueva York estudiando la carrera de medicina y atendió a una clase de microbiología que cambiaría su vida. En ella, el profesor habló sobre el sistema inmunológico y las diferencias entre bacterias y virus.
Antes se sabía que para inmunizar a una persona contra enfermedades producidas por bacterias, no era necesario infectar al paciente; bastaba con suministrarle tóxinas producidad por las mismas, para que el sistema inmunológico respondiera creando anticuerpos. Sin embargo, en las épocas de Salk, se pensaba era imposible hacer lo mismo con los virus. Se creía que para que la vacuna fuera efectiva era indispensable infectar al paciente.
Esto dificultaba en gran medida las investigaciones médicas y avances en el área microbiológica, ya que con enfermedades mortales o extremadamente dañinas, los médicos no se arriesgaban a producir vacunas ya que los resultados de una infección no controlada podrían ser fatales. El polio y la influenza eran uno de ellos.
Aun así cuando el joven estudiante escuchó la clase no pudo sino pensar que en la teoría había un error que sus maestros no estaban viendo “No era lógico” – dijo a una entrevista dada al New York Times – “no podía ser que en el primer caso la inmunidad se divorciará de la efectividad y en el segundo no”. Como varios años después comprobaría con sus estudios, al igual que con las bacterias, el cuerpo humano es capaz de generar anticuerpos cuando entra en contacto con virus muertos.
La incongruencia que vio dentro de todas las investigaciones que se habían hecho hasta el momento, empujó a este hombre a seguir investigando sobre el tema. Entre más estudiaba sobre virus y bacterias, más quería saber sobre cómo el cuerpo humano responde a ellos.
En 1941, tras dos años de haberse graduado con honores y haber ejercido como médico en el hospital Mount Sinai, se mudó a Michigan para empezar a trabajar en un proyecto de investigación que dirigía el Dr. Thomas Francis, quien había sido su maestro en la universidad y ahora manejaba el departamento de epidemiología.
Entre los dos buscaban desarrollar una vacuna que permitiría a soldados combatir el virus de la influenza en los campos de batalla. La idea era suministrar un virus “muerto” que ayudara a los cuerpos a combatir el virus “vivo” dentro de las personas, al mismo tiempo que produjera anticuerpos que protegerían al paciente de futuras infecciones, creando inmunidad. Para 1943 Salk y Francis crearon una vacuna con una sustancia formalina que resultó ser efectiva para el virus A y B de la influenza y empezaron a realizar pruebas clínicas. Éste fue uno de los grandes descubrimientos del momento.
Salk no se detuvo en esta victoria, siguió investigando. En 1946, llegó como investigador al laboratorio de Pittsburg. Consiguió fondos y reformó las condiciones d trabajo que no permitían a los académicos avanzar en sus proyectos. Empezó a interesarse en temas de epidemiología.
Entre muchas de las investigaciones que realizó, hizo una sobre poliomielitis. Por alguna razón, ese escrito cayó en las manos de Daniel Basil O’Connor el director de la Fundación Nacional de Parálisis Infantil, una organización que llevaba varios años rehabilitando a víctimas de polio.
O’Connor quería financiar un equipo de investigadores dedicados a desarrollar una vacuna que generara inmunidad contra el polio; buscó a Salk y cuando lo conoció, quedó tan impresionado que le dio todo el dinero que la fundación tenía disponible para investigaciones.
Para ese momento la universidad de Pittsburg, gracias a Salk, era la única interesada en clasificar los cientos de tipos de virus de polio conocidos hasta el momento. En 1951 fue capaz de asegurar que todos los virus de polio se encuentran dentro de tres grandes grupos. Dentro de los cuales unos eran apenas infecciosos. Una vez determinado esto empezó a desarrollar la vacuna.
El primer problema que enfrentó fue encontrar tejidos donde el virus pudiera mantenerse vivo para hacer las pruebas necesarias. A diferencia de las bacterias, los virus necesitan células vivas en las cuales reproducirse para subsistir. Salk logro sus muestras con tejidos de riñones y dentro de changos.
Usó la misma estrategia que con la vacuna de influenza, buscaba matar el polio con una sustancia formaldehída, a la vez que introducía el virus muerto al cuerpo. Sus experimentos resultaron positivos: reprodujo en sus muestras todos los tipos de virus de polio y los expuso durante 13 días a esta sustancia y sin excepción alguna la propagación del virus fue aniquilada. Desarrolló su vacuna, la probó en varios animales y fue exitosa.
Entonces empezó a hacer las pruebas médicas con pacientes humanos, él y su familia fueron los primeros en probarla. Muchos de sus colegas afirmaban que su vacuna no podía ser funcional porque usaba virus muertos, sin embargo, Salk insistía en que no debían de inyectarse vacunas producidas con virus vivos ya que los riesgos de contagio eran mucho mayores y el daño podría ser catastrófico.
El tiempo le daría la razón. Para 1952, la vacuna ya había sido probada con más de 400 mil niños y tres años después sería declarada efectiva, potente y segura en un 90% de los casos presentados. Además, la vacuna resulto tener capacidades para reducir la enfermedad en enfermos. Se había probado con niños infectados de polio y se descubrió que había reducido la fuerza del virus en los mismos, tras las inyecciones.
A finales de 1955 siete millones de niños habían recibido sus inyecciones y durante los dos años que siguieron a esta fecha más de 200 millones de dosis fueron administradas sin un sólo caso de parálisis inducida por la vacuna.
En 1961, inclusive antes de que hubiera una campaña de vacunación y el invento de Salk fuera accesible a la venta, los casos de polio en Estados Unidos se redujeron en un 96%. A mediados de 1953 el número de casos promedio afectados por poliomielitis era mayor de 45,000 personas para 1962 se había reducido a 910 casos.
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