Oslo duplicó el número de muertos de Israel a causa del terror

Hoy es el Día de la Recordación de Israel, el cual es siempre conmemorado por la publicación del número oficial de israelíes muertos en guerras y ataques terroristas.

EVELYN GORDON

Si la administración Trump es seria acerca de querer revivir un proceso de paz israelí-palestino, revisar esas estadísticas sería un buen lugar para comenzar. Lo que muestran esos números es que la cuenta anual de muertos de Israel por el terrorismo se ha más que duplicado desde que ésta firmó su primer “acuerdo de paz” con los palestinos. Y ese simple hecho echa luz tanto sobre por qué el proceso ha fracasado constantemente como sobre qué sería necesario para revertir este patrón de fracaso.

Según las estadísticas oficiales, han sido asesinados más de 3,100 israelíes en ataques terroristas desde el establecimiento de Israel en 1948. Los comunicados de prensa no ofrecen ninguna ruptura de esta estadística, sino que información más detallada está disponible en el sitio web del Ministerio del Exterior. Esos números muestran que los terroristas mataron a 1,176 israelíes desde 1949 hasta 1992, un período de 44 años. Pero desde 1994, ellos han matado a otras 1,538 personas–un número significativamente mayor de víctimas en un período justo más de la mitad de largo. (Mi lista omite las 45 muertes desde 1993 porque yo no sé si ocurrieron antes o después que fue firmado el Acuerdo de Oslo el 13 de septiembre de 1993, tanto como las 379 muertes desde 1948, la mayoría de las cuales tuvieron lugar ya sea antes o durante la Guerra de Independencia.)

En otras palabras, antes de los Acuerdos de Oslo, el número de muertes por terrorismo promedió las 27 personas por año. Pero en el período posterior a Oslo, las muertes por terrorismo han promediado las 66 personas por año–casi dos veces y media más. Y el incremento real es ligeramente superior, porque las cifras del ministerio no incluyen a 75 soldados muertos en dos guerras en Gaza en el 2009 y en el 2014, aunque ellas, también, son atribuibles a los Acuerdos de Oslo. Antes de Oslo, Israel no combatió guerras con los palestinos, porque los palestinos no controlaban ningún territorio desde el cual lanzar una guerra.

No hace falta decir que así no es como se supone que se vea un “proceso de paz.” Se supone que los procesos de paz produzcan paz, no que dupliquen el número de víctimas. Además, estas cifras de bajas muestran que los palestinos han violado descaradamente la promesa que hicieron a Israel tanto en el Acuerdo de Oslo original como en todo acuerdo consiguiente–un fin al terror palestino.

A cambio de esa promesa, Israel hizo numerosas concesiones tangibles a los palestinos: Entregó tierra (a la fecha, toda Gaza más un 40% de la Margen Occidental), liberó a unos 15,000 terroristas palestinos de cárceles israelíes (no incluyendo a los prisioneros adicionales liberados como rescate de israelíes secuestrados luego por terroristas palestinos), proporcionó una corriente de ingresos (aproximadamente u$s130 millones mensuales de impuestos que Israel recolecta en nombre de la Autoridad Palestina) y solicitó que otros países proporcionen apoyo económico y diplomático a la AP. Pero los palestinos fallaron en cumplir el quid pro quo que se suponía entregaran a cambio: un fin al terrorismo. En su lugar, el terrorismo se duplicó. ¿Hay alguna sorpresa en que los israelíes hayan perdido la fe en el proceso de paz?

No menos importante, sin embargo, es por qué sucedió esto. Oslo no sólo fracasó en impedir el terrorismo palestino. Proporcionar a los palestinos muchos atributos claves de la soberanía, de hecho lo facilitó. Una de las concesiones más importantes fue el control del territorio, donde los terroristas pudieron armarse, entrenarse, y organizar ataques con impunidad. Ese es precisamente el motivo por el cual el terror en la Margen Occidental aumentó drásticamente en la primera década después de fracasar nuevamente después que las Fuerzas de Defensa de Israel reafirmaron el control de seguridad sobre el área en el año 2002. Es también el motivo por el que el terror desde Gaza aumentó abruptamente después que Israel retiró todas sus tropas de ese territorio en el 2005.

Un corolario de este control territorial es el control financiero: Tanto la AP en la Margen Occidental y Hamas en Gaza tienen corrientes de ingresos independientes de impuestos en los territorios que ellos gobiernan, encima de las generosas donaciones que ambos reciben de distintos gobiernos extranjeros. Y ambos han usado estos ingresos para incentivar y/o financiar directamente el terror. La AP, por ejemplo, incentiva el terror gastando millones de dólares anuales en pagar salarios por encima del mercado a terroristas condenados en cárceles israelíes. Cuanto más asesino el ataque, más alto el salario. Y Hamas gasta millones de dólares construyendo cohetes y túneles con los cuales atacar a Israel, aun cuando afirma que no tiene dinero para pagar por combustible para la planta de energía de Gaza, con el resultado que los residentes de Gaza tienen menos de ocho horas diarias de electricidad.

Otro corolario–uno que no es menos importante–es el control del sistema educativo y medios de comunicación. Tanto la AP como Hamas usan sus escuelas y medios noticiosos para adoctrinar a sus niños para creer que los israelíes son gente mala sin ninguna conexión con la tierra y ningún derecho a un estado. Para citar a la organización Impact-SE que monitorea libros de texto, los libros de texto palestinos promueven la “demonización de Israel y los judíos, incluida la descripción de Israel como una entidad malvada que debe ser aniquilada.” Estos mensajes son luego reforzados, como ha demostrado Palestinian Media Watch, por medio de programas “educativos” en las estaciones de televisión oficiales palestinas que demonizan a los judíos como “monos y cerdos”, “enemigos de Ala”, “la más malvada de las creaciones,” y etcétera. Tal adoctrinamiento alienta obviamente al terror anti-Israel.

De ahí que en ausencia de un cambio real en la forma en que ambos gobiernos palestinos educan a sus niños, gastan sus presupuestos y por otra parte usan sus poderes gubernamentales, cualquier cesión territorial israelí adicional no llevaría a nada más que más derramamiento de sangre. Por consiguiente, cualquier “proceso de paz” digno del nombre debe enfocarse en producir tales cambios, en vez de apegarse al patrón viejo y fallido de exigir simplemente cada vez más concesiones israelíes.

Concedido, extraer más concesiones israelíes lleva mucho menos tiempo que cambiar las actitudes palestinas. Pero las primeras aún tienen que producir algo más que más nombres en las listas anuales del Día de Recordación. Lo último podría tener una posibilidad algún día de producir paz genuina.

 

Fuente: Commentary
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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