Se acabó. Por fin. Y no es Marine Le Pen. De momento, es lo que importa. Aunque tampoco sea sorpresa. Todo, tras el desastroso debate televisivo de la líder populista, hacía prever este resultado. Pero había que tenerlo cifrado. El miedo a que los populistas pudieran iniciar en Francia el desmigajamiento de la UE era demasiado fuerte. Ahora está hecho. No es Le Pen. Sólo eso importa.
GABRIEL ALBIAC
La alegría no es, sin embargo impetuosa en la noche electoral. Salvo, naturalmente, en el festejo que los seguidores de Macron organizaron anoche frente a la pirámide de vidrio del Louvre. Un altísimo porcentaje de los electores de ayer no votaba a favor de un Presidente por el cual los franceses se sientan entusiasmados. Un altísimo porcentaje votaba sólo en contra. En contra de la peor de todas las hipótesis: la de que la heredera de un movimiento de matriz fascista pudiera haber llegado al poder en Francia. No ha sido así. Es lo que cuenta. Pero todas las incógnitas están ahora abiertas. Y nadie puede afrontar lo que viene con júbilos desmedidos.
En todas las conversaciones de este fin de semana se percibía una desasosegante mezcla de miedo y cansancio. Aunque ya, a última hora, era, sobre todo, el cansancio lo que primaba. El miedo a la hipótesis de una Le Pen en el Elíseo había cedido mucho. Y, a fuerza de girar sobre lo mismo, uno tenía la impresión de estar eludiendo confrontarse con lo de verdad serio: ¿qué es lo que viene ahora? No Le Pen. Bien está. Pero, bajo el nombre casi vacío de Emmanuel Macron, qué es lo que espera a la Francia que afronta su mayor reconversión –política como económica– de los últimos tres cuartos de siglo.
Los amigos con quienes cené en la víspera electoral eran gente de mi edad y de mi historia. Lo cual, en el medio intelectual francés, quiere decir que eran votantes de Jean-Luc Mélenchon. Y que su orfandad ante la segunda vuelta era absoluta. La consulta a las bases de “Francia Insumisa” había dado una aplastante –y desconcertante– mayoría favorable a la abstención y al voto en blanco. La fracción obrera del movimiento, entre un 10 y un 15%, se inclinaba a votar a Marine Le Pen, mejor que hacerlo a un Macron al cual juzgan algo así como un empleado del capital financiero. Los profesionales cualificados, intelectuales y, en general, población urbana que dieron en la primera vuelta su voto de protesta a Mélenchon, fueron ayer a votar a Macron sin el menor entusiasmo. Algunos lo han proclamado abiertamente así. La mayor parte, lo ha hecho en la desazón de ni siquiera poder verbalizar su aceptación de lo inevitable.
¿Qué viene ahora? Me lo pregunto en medio del barullo alegre de los vencedores, ante el Louvre. Porque hay que afrontar el descifrado de ese enigma que el nombre de Emmanuel Macron recubre. ¿Cuál va a ser la política de Estado con la que Francia afronte el final de la Vª República? Porque es de eso de lo que se trata. Aunque no se explicite de tal modo.
El “Frente Republicano”, que ha garantizó la continuidad del Estado en la alternancia, está destruido. Ni va a quedar partido socialista hegemónico, ni la derecha conservadora va a preservar su trama de estabilidad ideológica. Para salir adelante, Macron habrá de poner en marcha, a toda velocidad –ya que las elecciones legislativas están a un mes de distancia– los dispositivos de una estabilidad nueva.
Habrá, en primer lugar, formar un gobierno que integre a altos dirigentes de todos los partidos constitucionalistas. Y habrá de seleccionar a un hombre de consenso como primer ministro. Habrá, en paralelo, de tejer la urdimbre básica de un partido. No lo tiene en este momento. Tiene su nombre, su imagen, su éxito sorprendente… Pero no un partido. Tendrá, y es lo más difícil, que emprender el desmontaje del artefacto funcionarial que es hoy la armadura que ahoga a Francia. Todo eso en cuatro semanas.
¿Lo logrará? Nadie lo sabe. Tampoco estos que, en torno mío, entonan su alegría en la explanada del Louvre. Algo sí es definitivo: Marine Le Pen no ha llegado al simbólico 40%, ni siquiera al 35. La lucha por la sucesión en el FN se abre. No es una mala noticia.
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