Egipto, bajo Gamal Abdel Nasser, dio forma y guio a la opinión pública árabe. Cairo fue la capital del Medio Oriente, y la ideología panárabe laica de Nasser desafió al Occidente, Israel, y otros estados árabes. El Egipto de Nasser mostró cómo un país en desarrollo, con una gran población, pudo perseverar a pesar de los tremendos desafíos económicos, políticos y militares. Cuando se aproxima el 50o aniversario de la Guerra de 1967, los egipcios y árabes de esa generación podrían reflexionar con nostalgia sobre una era pasada cuando Cairo dominaba el Medio Oriente.
DR. MICHAEL SHARNOFF
Cairo fue la capital política del Medio Oriente en las décadas de 1950 y 1960. El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser fue el gobernante más carismático en la región y él trató de convertirse en el líder indiscutido del mundo árabe. En su biografía de 1954, La Filosofía de la Revolución, Nasser reveló su visión de Egipto como una influencia geoestratégica única en el mundo africano, árabe e islámico. Él creía que Egipto estaba destinado a desempeñar un rol central en los asuntos árabes.
Inicialmente, Nasser estaba preocupado principalmente por consolidar el poder y expulsar a los ingleses de Egipto. Después de estabilizar su régimen reprimiendo a los comunistas y miembros de la Hermandad Musulmana, defendió el panarabismo como una táctica estratégica para unificar al mundo árabe bajo su mando. El panarabismo fue una ideología laica que defendía la unidad y libertad árabes del control extranjero, y la liberación de Palestina – un eufemismo para un estado palestino levantado sobre las ruinas de Israel.
La estrella rosa política de Nasser después de que nacionalizó el Canal de Suez en 1956 y posteriormente sobrevivió a un ataque directo del Reino Unido, Francia e Israel. El agració lugares internacionales como un héroe del Movimiento de No Alineados, frotándose los hombros con líderes anti-imperialistas establecidos como Tito de Yugoslavia, Nehru de India, Nkrumah de Gana, y Sukarno de Indonesia. Ningún líder mundial importante podía disputar la creciente popularidad y legitimidad de Nasser.
A través de su portavoz Muhammad Heikal, editor del diario estatal de Egipto, al-Ahram, Nasser adoptó una brillante campaña de comunicación estratégica para dar forma e influenciar a la opinión pública. Cairo se volvió la capital árabe de influencia. Las políticas de Nasser fueron observadas con cautela por Israel, los estados árabes vecinos, y las potencias occidentales, tanto como por la Unión Soviética. En la era de rivalidad de la Guerra Fría, Nasser jugó hábilmente fuera de las dos superpotencias rivales para maximizar la posición económica, política y militar mientras ofrecía concesiones mínimas.
El Egipto de Nasser demostró cómo un país en desarrollo con una gran población pudo perseverar frente a tremendos retos económicos, políticos y militares. A pesar de las expectativas de funcionarios de inteligencia occidentales y soviéticos, el régimen no colapsó. Egipto perdió la Península del Sinaí y la Franja de Gaza después de la Guerra de 1967, pero Nasser se las arregló para convertir esa asombrosa derrota militar en una victoria política. El empleó diplomacia habilidosa en la ONU para apaciguar a Moscú y al Occidente a fin de reconstruir el ejército de Egipto y sostener su propio estatus de liderazgo singular en el mundo árabe.
Nasser siguió desafiante. Egipto resistió, a pesar de perder territorio y sufrir por una economía deprimida debido a un colapso en el turismo y el cierre del Canal de Suez. Después de la guerra, Egipto perdió u$s30 millones mensuales por pérdida de ingresos del canal y unos u$s1.5 millones adicionales en turismo cada semana. (El canal permaneció cerrado hasta 1975, cuando Israel retiró sus tropas de la orilla oriental como parte de la diplomacia itinerante del Secretario de Estado Henry Kissinger y el segundo acuerdo de desconexión egipcio-israelí).
Después de la inoportuna muerte de Nasser en 1970, otros líderes árabes como Qadafi, Assad, y Saddam intentaron replicar sus éxitos – pero ninguno tuvo el carisma o mandato para formar a la opinión pública y extraer concesiones de Washington y Moscú. Movimientos islámicos como la Hermandad Musulmana, largamente reprimidos bajo Nasser, resurgieron gradualmente, capitalizando el vacío político e ideológico.
Esos movimientos argumentaron que los musulmanes se habían vuelto débiles porque Nasser, Qadafi, Saddam y Assad no eran verdaderos creyentes. Ellos habían fallado en implementar la sharia (ley islámica), se alinearon con las potencias occidentales o rusa kuffar (infieles) y abandonaron la búsqueda de la liberación de Palestina. Ellos se habían vuelto apóstatas, no idóneos para gobernar, y debían ser reemplazados con gobernancia islámica.
La solución al panarabismo laico, en su opinión, era el Islam. Promovieron el Islam como la única ideología con la capacidad para satisfacer las aspiraciones musulmanas. El laicismo, nacionalismo, liberalismo, socialismo y comunismo eran conceptos extranjeros incompatibles con los musulmanes.
La Hermandad Musulmana expandió su influencia a través de servicios sociales y redobló su dedicación a la construcción final de un estado islámico gobernado por la sharia. Movimientos extremistas islámicos como al-Qaeda e ISIS continúan buscando lograr estos objetivos participando en terrorismo contra el Occidente y cometiendo genocidio contra los musulmanes disconformes y minorías étnicas y religiosas.
La remoción de Saddam y posterior violencia e inestabilidad de la Guerra de Irak del 2003, los levantamientos del 2011 en el mundo árabe, y el Plan Integral de Acción Conjunto (JCPOA) del 2015 aceleraron la expansión de estos actores islámicos no estatales, tanto como de Irán. En este “nuevo” Medio Oriente, estos actores compiten por influencia mientras que los líderes egipcios y árabes lidian con inestabilidad, insurgencia, guerra civil y estados fallidos.
La influencia en decadencia de Egipto no muestra ninguna señal de revertirse en el futuro cercano. En 2017, no hay ningún líder árabe que se parezca remotamente a Nasser en términos de prestigio. Cuando se acerca el 50o aniversario de la Guerra de 1967, muchos egipcios de esa generación podrían reflexionar con nostalgia sobre una era pasada cuando Egipto dominaba los asuntos meso-orientales.
La lección final de la Guerra de 1967 es el cambio total del poder e influencia desde Egipto a actores islámicos no estatales e Irán. Egipto apenas puede contender con las decenas de desafíos internos que enfrenta, por no hablar de proyectar influencia más allá de sus fronteras. Cairo lucha por contener a una insurgencia islámica en el Sinaí, proteger a su población cristiana, sostener su economía, y proporcionar habilidades y empleos significativos del siglo XXI a su juventud para evitar la fuga de cerebros y radicalización.
El Dr. Michael Sharnoff es Director de Estudios Regionales en la Daniel Morgan Graduate School of National Security. Es el autor de La Paz de Nasser: La Respuesta de Egipto a la Guerra de 1967 con Israel (2017).
Fuente: Begin-Sadat Center for Strategic Studies
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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