IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Theresa May, Primer Ministro del Reino Unido, ha declarado en conferencia de prensa que el ataque perpetrado ayer en Manchester, a la salida de un concierto juvenil y que dejó como saldo 22 muertos (entre ellos, niños y adolescentes) y 59 heridos, es una terrible, descarada y grotesca agresión contra lo que más puede valorar cualquier sociedad: su juventud.
Ha prometido también que se redoblarán los esfuerzos para derrotar esta “odiosa ideología”, la del terrorismo.
Pero vale la pena preguntar: ¿Es cierto? ¿Realmente Inglaterra –y el resto de Europa– están preparados para enfrentar en serio esta amenaza desde su raíz? Hay algunos indicios que nos dicen que, lamentablemente, todavía no.
Concretamente, son tres los factores que han impedido que Europa se enfrente adecuadamente al terrorismo: el complejo de culpa, el multiculturalismo mal entendido y aplicado, y una incomprensión absoluta del problema palestino.
Vamos por partes.
Una de las peores aportaciones que la actual izquierda en occidente ha dado a la modernidad, es un extraño complejo de culpa que a ratos pareciera instinto suicida. Sus orígenes son complejos, ya que lo mismo se nutre de un marxismo trasnochado y mal comprendido, según lo cual ser rico y poderoso es automáticamente sinónimo de ser malo, y de un bagaje medieval tomado del Cristianismo más recalcitrante, según lo cual las culpas y la condenación son hereditarias y, por lo tanto, la gente de hoy debe pagar y sufrir por los errores o crímenes cometidos por sus ancestros.
Paradójicamente, estas dos inercias se mezclan con un instinto de superioridad según el cual todo el mundo gira alrededor de Europa, para bien y para mal. El resultado es un enredo más sentimental que ideológico, en el que la Europa de hace dos, tres o cuatro siglos ha sido culpable por colonizar al mundo entero, y como consecuencia ahora los europeos deben soportar estoicamente las agresiones que provienen del otro lado del planeta, especialmente de los grupos radicales musulmanes. Por supuesto, el europeo es superior, y por eso debe asumir una actitud paternatlista: cuidar al inmigrante, incluso darle más ventajas económicas y sociales que a amplios sectores de la población local, y justificar su violencia ya sea bajo la premisa falsa del multi-culturalismo (“respetamos los usos y costumbres de todas las culturas”) o la torcida noción de que todo gira alrededor de lo que hace o deja de hacer el europeo (“ellos sólo están reaccionando a nuestros crímenes”), como si el no europeo fuera –automáticamente– un animal que se limita a reaccionar a los estímulos del hombre blanco y caucásico.
Donde más se puede notar esa actitud es en las propuestas de muchos sectores “progresistas” de cambiar o ajustar fromas, protocolos o contenidos educativos “para no ofender a los musulmanes”. Por ejemplo, en muchas escuelas de Inglaterra ya no se menciona el Holocausto en las clases de Historia, porque “ofende a los musulmanes negacionistas”. En España, grupos islamistas abiertamente radicales ya han solicitado la cancelación de los festejos de Semana Santa porque “ofenden al Islam”, y sorpresivamente han encontrado apoyos políticos en gente de Podemos.
¿En qué momento un continente entero parece estar tan fácilmente dispuesto a renunciar a su propia identidad, siempre a favor de una minoría que a ratos no parece dispuesta a colaborar, y de la que surgen extremistas dispuestos a detonarse en un concierto lleno de adolescentes y niños?
En el momento en que te ha derrotado el complejo de culpa.
Es cierto: el colonialismo europeo de los siglos XVI al XIX fue brutal. Se cometieron crímenes injustificables en nombre de “civilizar” o “evangelizar” a todo el mundo. Sí, pero también debe entenderse que esa no fue una conducta exclusivamente europea. En todos los continentes siempre hubo imperios en turno que se encargaban de fastidiar a sus vecinos, imponiendo su control político, económico, religioso y cultural. La única diferencia fue que los europeos desarrollaron las capacidades para hacer de esa imposición un fenómeno mundial.
Eso, por supuesto, no atenúa la magnitud de los crímenes colonialistas europeos, pero sí nos obliga a entender que no se trata de un conflicto maniqueo donde unos son “malos y victimarios” y los otros son “buenos y víctimas”.
La solución, por lo tanto, no pasa por pretender que una sociedad ha heredado la culpa y la otra ha heredado el derecho a vengarse poniendo bombas. Y, sin embargo, serán muchas las voces europeas que se levanten para enfocar el asunto en estos términos, aunque seguramente usarán un lenguaje menos directo para expresarlo.
En el fondo de este problema, subyace la negación irracional que los europeos progresistas hacen del hecho de que los islamistas radicales son tan colonialistas y abusivos como lo fueron los europeos de otros siglos, y que tienen un proyecto bien definido de conquistas y opresión.
Esta negación siempre va íntimamente ligada al falso multi-culturalismo, según el cual ante todo debe prevalecer el respeto a los Derechos Humanos del inmigrante (incluyendo su derecho a no respetar los Derechos Humanos de sus anfitriones), sin intervenir en sus usos y costumbres particulares.
Eso, en resumidas cuentas, es una tontería. Lo que ha provocado en los últimos veinticinco o treinta años es que los grupos de inmigrantes en Europa hayan reconstruido las sociedades viciadas, violentas y retrógradas de las que, se supone, escaparon.
El multi-culturalismo entendido como la coexistencia entre todas las culturas es una proyecto loable, pero hay una realidad simple que no debe pasarse por alto: debe hacerse bajo un marco legal que defienda a todos (y “todos” también incluye a los europeos y su cultura). Es decir: los inmigrantes tenían que haber sido obligados a someterse a la legalidad europea. Sí, obligados, así con todas sus letras. No importaba –no importa– que ellos vinieran de países con otro tipo de leyes y paradigmas. Si estaban buscando refugio en Europa, tenía que ser bajo los parámetros legales de Europa.
Europa fracasó grotescamente en ese aspecto. Permitió la creación y desarrollo de ghettos en los que las leyes reales, prácticas, no son las de las democracias occidentales, sino las del medievalismo oriental más retrógrado posible.
El resultado es el lógico: la imposibilidad de controlar a los núcleos extremistas de donde ahora salen los suicidas que están dispuestos a realizar atentados terroristas.
Hay que recalcar que las sociedades islámicas en Europa no son homogéneas, y que el extremismo que puede generara terrorismo y terroristas no es la postura de todos. De hecho, es la postura de una minoría. Pero eso no matiza el problema: al perder el control de esas comunidades, la mayoría de los países de Europa Occidental ha perdido también la capacidad de controlar a los grupúsculos potencialmente peligrosos, y han puesto entre la espada y la pared a los musulmanes que no son partícipes de ese radicalismo.
Pero acaso lo que más preocupa es la incapacidad europea para entender las cosas y su lugar, y el detalle más sintomático al respecto es su incomprensión del problema palestino.
Los propios ingleses se acaban de topar de frente con esa realidad. Claro, tenían que haberse dado cuenta del problema desde hace mucho, porque hace mucho que Israel les viene señalando que el dinero que se le da a la Autoridad Palestina sirve para financiar terrorismo, por medio del pago de premios y becas a los terroristas o a los familiares de los terroristas.
El asunto les explotó en la cara apenas el mes pasado, cuando un terrorista palestino acuchilló a una turista británica y la asesinó. Sólo entonces hubo una reacción de la opinión pública exigiendo que el gobierno revise su política de apoyos a los palestinos (exigencia que ya pasó a segundo plano o igual ya se olvidó).
¿Qué es lo que sucede con el problema palestino? En los últimos cuarenta años, los palestinos se han negado a cualquier posibilidad de solucionar el conflicto, y han exigido que se respete su derecho a buscar la destrucción de Israel. Literalmente. Recientemente, la ONU hizo una serie de recomendaciones para que el contenido de los libros de texto que se usan en las primarias palestinas fuera ajustado, y se eliminaran los contenidos que abiertamente hablan de destruir a Israel. La reacción de las autoridades palestinas fue grotesca: se quejaron de que la ONU quería “borrar su memoria histórica”.
No es un secreto: todos los líderes europeos saben que los palestinos no quieren la paz y además son corruptos o extremistas fanáticos, y que la mayoría del dinero que reciben lo gastan en terrorismo o lo desvían a sus cuentas personales.
Pero de todos modos les dan dinero. ¿Por qué? Porque pesa sobre ellos el complejo de culpa, aunque en este caso lo proyectan sobre Israel. El resultado es que todas las exigencias son contra Israel: es el rico, es el poderoso, es el exitoso, es el malo en términos neo-marxistas, es el colonialista (aunque su territorio haya disminuido desde 1967 para acá, porque se trata de un colonialismo muy extraño), es el que debe ceder. No importa que en el plan de acción de los grupos palestinos se hable explícitamente de la destrucción de Israel; tampoco importa que los palestinos siempre ataquen con cohetes a la población civil desarmada; menos aún importa que a los niños de cada generación se les incluque que el Estado Judío debe ser destruido. Los europeos han creído a pies juntillas que Israel es quien debe ceder: darle más territorio al enemigo que ha jurado exterminarlos, dejar que entren a Gaza materiales que luego serán usados en actividades terroristas, etcétera.
Las consecuencias son obvias: los palestinos nunca se han sentido obligados a hacer nada. Simplemente, pueden seguir con su propia agenda de violencia e intransigencia.
Repetidas veces se ha señalado –y con toda razón– que los palestinos son los padres del terrorismo moderno. Y es que es evidente que grupos como Al Qaeda o el Estado Islámico se han limitado a seguir el ejemplo dado por los palestinos, toda vez que han comprobado que Europa siempre va a ceder, siempre se va a doblar, siempre será derrotada por su propio complejo de culpa, su bandera de falso multi-culturalismo, y su incomprensión de la realidad.
Pareciera que Europa se ha rendido. Muchos analistas la han señalado como un continente viejo y cansado que ya no tiene fuerza para luchar, y prefiere aprovechar toda su experiencia en construir discursos que le den sentido a su derrota auto-inflingida.
Por eso tengo mis reservas cuando Inglaterra dice que va a luchar contra el terrorismo. Theresa May mantiene una postura batante lúcida sobre el tema, y dentro del esquema europeo está muy por encima de otros líderes verdaderamente patéticos y sin la más remota idea de cómo se aborda el asunto, como Francois Hollande o Margot Wallstrom.
Pero combatir al terrorismo empieza por retirar todo el financiamiento a los palestinos y obligarlos a sentarse sin condiciones a negociar con Israel. Sólo entonces el resto de los movimientos terroristas empezarán a considerar que los europeos ya no se están doblando ante sus exigencias, y que el terrorismo ya no es la mejor estrategia.
Mientras no tomen esa medida básica y elemental, los terroristas de cualquier facción sabrán que Europa chilla, se queja, amenaza, pero al final siempre se dobla.
Y los bombazos en los estadios o auditorios continuarán.
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